En julio de 1997, España vivió uno de sus momentos más conmovedores y dolorosos. La secuestro y asesinato del concejal de Ermua, Miguel Ángel Blanco, por parte de ETA, conmocionó a toda la sociedad. En medio de esa tormenta, los más pequeños —niños y adolescentes— encontraron en la escritura una forma de expresar su dolor, su rabia y su solidaridad. Hoy, más de 25 años después, esas cartas, guardadas en un garaje durante casi tres décadas, salen a la luz en una exposición digital que permite a cualquier persona acceder a un testimonio único de la historia reciente de España.
La iniciativa, desarrollada por el Archivo Histórico de la Universidad de Navarra en colaboración con Creartelia, pone a disposición del público 293 cartas escritas por niños en aquellos días de angustia. Aunque se conservaron más de 4.000 misivas, estas 293 han sido seleccionadas por su valor emocional, simbólico y pedagógico. Cada una de ellas es un espejo de la inocencia frente a la barbarie, de la esperanza frente al miedo, y de la empatía frente al odio.
Las cartas fueron escritas en un periodo muy breve: entre el 10 y el 12 de julio de 1997. En ese lapso, ETA secuestró a Blanco y exigió al Gobierno que trasladara a todos los presos de la organización a cárceles del País Vasco en 48 horas. La respuesta del país fue un clamor unánime: cientos de miles de personas salieron a la calle, y los niños, desde sus aulas y casas, tomaron lápiz y papel para enviar mensajes de apoyo a la familia Blanco Garrido.
Muchas de las cartas comienzan con frases como: “Estimada familia Blanco Garrido...” o “Querida señora, no se preocupe, Miguel Ángel va a volver”. Otras, ya con la noticia del asesinato, expresan un dolor profundo: “He llorado toda la semana, no por miedo, sino por odio y asco hacia quienes lo hicieron”. Estas palabras, escritas con tinta de colores y letras torpes, reflejan una conciencia social temprana, una capacidad de empatizar con el sufrimiento ajeno que hoy, en tiempos de desconfianza y polarización, resulta especialmente conmovedora.
Además de las palabras, los dibujos son un elemento central de estas cartas. Se observan manos blancas —símbolo que se popularizó tras el asesinato de Francisco Tomás y Valiente en 1996—, palomas de la paz, lazos azules y, en algunos casos, lazos negros como señal de luto. El lazo azul, en particular, se convirtió en un símbolo nacional de rechazo a la violencia terrorista. En aquellos días, era común verlo en solapas, ventanas y árboles, y los niños lo reprodujeron con entusiasmo en sus dibujos, a veces coloreándolo en blanco por error, pero siempre con intención.
La exposición digital no solo permite leer las cartas, sino también ver los dibujos, las caligrafías infantiles y los mensajes escritos con tinta de colores. Algunas cartas incluyen pequeños regalos: un dibujo de un ángel, una flor hecha con papel de colores, o incluso una foto del niño que la escribió. Todo ello conforma un mosaico emocional que revela cómo la violencia impactó en las mentes más jóvenes, y cómo, a pesar de su edad, supieron reaccionar con madurez y humanidad.
La muestra también sirve como herramienta educativa. En un contexto en el que la memoria histórica es cada vez más debatida, estas cartas ofrecen una perspectiva única: la de quienes vivieron aquel momento sin entender del todo la política, pero con una claridad moral innegable. Los niños no escribieron sobre ideologías, sino sobre sentimientos: dolor, rabia, esperanza y solidaridad. Esa pureza emocional es lo que hace que estas cartas sigan resonando hoy, más de dos décadas después.
La exposición se irá ampliando gradualmente, con nuevas cartas y materiales que se irán digitalizando. El objetivo no es solo recordar, sino también enseñar. Como señala uno de los responsables del proyecto, “estas cartas son un testimonio vivo de cómo una generación de niños entendió la violencia y respondió con humanidad. Hoy, en un mundo saturado de información y desconfianza, ese ejemplo sigue siendo relevante”.
Para quienes vivieron aquel julio de 1997, estas cartas serán un viaje emocional al pasado. Para quienes no lo vivieron, serán una ventana a un momento crucial de la historia española, donde la sociedad se unió en torno a un solo propósito: rechazar la violencia y defender la vida. Las cartas de los niños a Miguel Ángel Blanco no son solo un recuerdo, sino un legado: el legado de una generación que, desde su inocencia, supo decir ‘no’ a la barbarie.