Cuando hablamos de comedias románticas que han trascendido generaciones, pocas obras logran el equilibrio perfecto entre emotividad y humor como lo hizo Nora Ephron en Algo para recordar. Estrenada en 1993, esta película se convirtió instantáneamente en un referente del género, consolidando el químico innegable entre Tom Hanks y Meg Ryan en una historia que, lejos de ser simplemente un romance convencional, explora el duelo, la esperanza y la conexión humana en su forma más pura.
La trama se articula en torno a un mecanismo narrativo que hoy podría parecer anacrónico, pero que en su momento resultó magistral: una llamada de radio. Sam Baldwin, interpretado por un Hanks en uno de sus registros más contenidos y conmovedores, es un arquitecto viudo que vive en Seattle con su hijo de ocho años. La muerte de su esposa le ha dejado en un estado de profunda melancolía, incapaz de imaginar un futuro donde el amor vuelva a tener cabida. Es precisamente su hijo Jonah, personificado por el joven Ross Malinger, quien toma la iniciativa que desencadena toda la historia.
En una Nochebuena, Jonah marca el número de un programa de radio psicológico y pone al aire la historia de su padre. La conductora, la Dra. Marcia Fieldstone (con la voz de Caroline Aaron), entabla una conversación con Sam que se transmite en directo a miles de hogares. Entre esos oyentes se encuentra Annie Reed, una periodista de Baltimore interpretada por Meg Ryan, quien aunque está comprometida con su novio, siente que esa voz en la radio ha despertado algo en ella que creía dormido.
Lo que hace especial a Algo para recordar no es solo su premisa, sino cómo Ephron construye la tensión romántica sin que los protagonistas se encuentren físicamente hasta el último acto. Annie se obsesiona con la idea de que Sam podría ser su alma gemela, llegando incluso a investigar sobre él y viajar hasta Seattle. Este dispositivo narrativo, que podría resultar irreal en manos menos hábiles, se convierte aquí en una meditación sobre el destino y las señales que el universo nos envía.
Los diálogos de la película han perdurado décadas, especialmente el intercambio entre Sam y la Dra. Fieldstone. Cuando la conductora pregunta si cree que puede amar a alguien tanto como amó a su esposa, la respuesta de Sam resume toda la filosofía de la cinta: 'Voy a levantarme de la cama cada mañana y respirar todo el día. Y luego, después de un tiempo, no tendré que recordarme a mí mismo que tengo que levantarme de la cama por la mañana y respirar'. Esta frase, que habla de la resiliencia del duelo, contrasta con la posterior descripción de su amor: 'Fueron un millón de pequeñas cosas que, al sumarlas todas, significaban que estábamos destinados a estar juntos. Y lo supe la primera vez que la toqué. Fue como volver a casa, solo que a un hogar que nunca había conocido'.
El personaje de Jonah resulta fundamental como catalizador. Su inocencia y determinación infantil son el motor que empuja a su padre hacia la posibilidad de una nueva vida. Curiosamente, el casting de este personaje estuvo a punto de ser muy diferente. Inicialmente, el papel estaba asignado a Nathan Watt, pero circunstancias de último momento llevaron a que Ross Malinger se hiciera con el rol, aportando una naturalidad que resultó esencial para la película.
La banda sonora, repleta de temas clásicos de la época como 'When I Fall in Love' y 'A Kiss to Build a Dream On', y la fotografía que captura tanto la niebla de Seattle como la energía de Nueva York, contribuyen a crear una atmósfera única. Pero es la química entre Hanks y Ryan, ya probada con éxito en Joe contra el volcán, lo que eleva el material. Sus personajes no necesitan compartir pantalla constantemente para que el público sienta la conexión; basta con sus miradas, sus sonrisas nerviosas y la creencia de que el amor verdadero puede superar cualquier distancia.
Algo para recordar no solo fue un éxito de taquilla, sino que redefinió las expectativas del público hacia las comedias románticas. Demostró que estas historias podían tener profundidad emocional sin perder su encanto ligero. La escena final en lo alto del Empire State Building es hoy un icono cultural, parodiada y referenciada innumerables veces, pero nunca igualada en su capacidad de hacer que el corazón se acelere.
En el panorama actual, donde las relaciones digitales han reemplazado las llamadas a la radio, la película conserva su relevancia porque habla de algo universal: la búsqueda de conexión genuina en un mundo lleno de ruido. Nora Ephron, con su guion lleno de ingenio y su dirección sensible, creó no solo una película, sino un manual sobre cómo el amor puede encontrarnos cuando menos lo esperamos, incluso a través de una simple llamada en la noche.
El legado de Algo para recordar se extiende más allá de su éxito comercial. Inspiró innumerables películas del género y consolidó a Ephron como una de las voces más importantes del cine romántico. La película demostró que el público valoraba las historias donde la conexión emocional primaba sobre el físico, donde los personajes tenían tiempo de desarrollarse y donde el final feliz se ganaba con credibilidad. Hoy, casi tres décadas después, seguimos recordando a Sam y Annie porque nos recuerdan que el amor verdadero merece la espera, y que a veces, solo necesitamos escuchar con el corazón para encontrarlo.