Durante más de dos décadas, el dúo de Estopa ha mantenido una conexión inquebrantable con sus orígenes. Los hermanos David y José Manuel Muñoz, a pesar de haber vendido millones de discos y llenado estadios, nunca han perdido de vista las calles que los vieron crecer. Su relación con Sant Ildefons, el barrio de Cornellà de Llobregat que los acogió en su infancia, trasciende la nostalgia para convertirse en el núcleo creativo de su proyecto artístico.
En una reciente entrevista concedida al 'Periódico', David Muñoz ha abierto la caja de los recuerdos para dibujar un retrato crudo y sin filtros de aquella Barcelona periférica de los años setenta y ochenta. Sus palabras describen un paisaje urbano muy alejado de la imagen idílica que a menudo se proyecta sobre la infancia, revelando una realidad marcada por la marginalidad y la supervivencia.
El barrio que fue: descampados y supervivencia
La memoria de David transporta a una época donde los espacios vacíos no eran zonas de juego, sino terrenos sin urbanizar que conformaban el telón de fondo de su día a día. La droga, lejos de ser un problema oculto, formaba parte del paisaje cotidiano con una naturalidad devastadora. "La droga campaba a sus anchas, había walking deads por todos lados. Íbamos por la calle esquivándolos", relata el músico con una honestidad que no busca dramatizar, pero tampoco edulcorar una realidad que marcó a toda una generación.
Este entorno hostil generaba situaciones límite que los niños del barrio asumían como parte de su normalidad. Los robos y amenazas eran incidentes tan frecuentes como el partido de fútbol en la calle. "A veces te sacaban la navaja, salías corriendo o se lo dabas. Te quitaban la bici. Pero no te hacían nada más", recuerda David, describiendo una lógica de supervivencia que aprendieron desde la más tierna infancia. Eran escenas que, pese a su crudeza, no van acompañadas de resentimiento en su relato, sino de una aceptación realista de lo que fue.
Paradójicamente, fue precisamente esta dureza la que forjó una identidad colectiva única y reconocible. El barrio no era solo un lugar geográfico, sino un código de conducta, un lenguaje compartido, una forma de entender la vida que Estopa ha sabido traducir a su música y a su puesta en escena con una autenticidad inimitable.
El escenario como extensión del barrio
La estética de los conciertos de Estopa no responde a un diseño arbitrario, sino que constituye una recreación fiel del espacio emocional donde crecieron. "En todas nuestras giras hemos puesto bloques. No tenemos otro escenario", afirma David, revelando una decisión artística que va mucho más allá de la mera decoración.
Cada actuación se convierte en una recreación de esa calle de Cornellà donde transcurrió su infancia. El escenario se transforma en un espacio que simula ser una calle, con su barra de bar, sus cajas de cervezas apiladas, y esa arquitectura popular que David define con una mezcla de ironía y cariño como "clasicismo feo". No hay artificios ni sofisticación impostada: hay barrio, hay vida cotidiana y, sobre todo, hay memoria.
Esta decisión escénica no es un mero ejercicio de nostalgia, sino una declaración de principios artísticos. Al subirse a esos bloques que reproducen su calle, los hermanos Muñoz no solo interpretan sus canciones, sino que recrean el ambiente que las inspiró. Es un homenaje vivo a un lugar que, a pesar de todas sus dificultades, les dio identidad, carácter y una forma única de entender la música como testimonio de la vida real.
La metamorfosis de Sant Ildefons
El paso del tiempo ha dibujado un antes y un después prácticamente irreconciliables en Sant Ildefons. Aquellos descampados y yonquis que poblaban el paisaje de los ochenta han desaparecido por completo, sustituidos por una urbanización pensada para la convivencia y el disfrute familiar. "Ahora ves plazas, porterías de fútbol, canastas, muchos niños jugando en la calle", destaca David, subrayando el contraste entre dos épocas que parecen pertenecer a universos distintos.
Esta transformación urbana refleja un cambio social más profundo. El barrio que alguna vez fue sinónimo de marginalidad se ha convertido en un espacio donde las familias pueden criar a sus hijos con una seguridad que los hermanos Muñoz no conocieron. Las plazas y las zonas deportivas han sustituido a los terrenos baldíos, y la presencia de niños jugando en la calle simboliza la recuperación de un espacio público que había sido abandonado.
Para David, este cambio no implica una ruptura con el pasado, sino una evolución natural que respeta las raíces mientras construye un futuro mejor. La esencia del barrio permanece intacta en su memoria y en su música, aunque su fisonomía física haya cambiado por completo. Es precisamente esta dualidad entre lo que fue y lo que es la que alimenta la riqueza narrativa de Estopa.
La memoria como materia prima artística
Lo que hace único el relato de David Muñoz es su capacidad para transformar la adversidad en arte sin caer en el victimismo. No hay rencor en sus palabras, sino reconocimiento y agradecimiento hacia un lugar que, con todas sus contradicciones, les dio las herramientas para crear un lenguaje musical auténtico y conectado con la realidad de miles de personas.
La música de Estopa funciona como un archivo sonoro de la memoria colectiva de una generación que creció en la periferia urbana de las grandes ciudades españolas. Sus letras, llenas de jerga callejera y referencias a la vida cotidiana, son posibles porque vivieron en primera persona esa realidad que ahora narran. El barrio no es solo un escenario, es el protagonista silencioso de cada canción.
Esta conexión con el territorio explica la lealtad de su audiencia. Los fans de Estopa no solo escuchan canciones, sino que reconocen su propia historia en ellas. Ven reflejadas sus calles, sus bloques, sus barrios en la estética del grupo, creando un vínculo emocional que trasciende lo musical para convertirse en identidad compartida.
Un legado en transformación
La historia de Sant Ildefons, contada por David Muñoz, es en última instancia la historia de muchos barrios obreros de España. Es un relato de resiliencia urbana que muestra cómo los espacios pueden cambiar, mejorar y evolucionar sin perder su esencia. La transformación del barrio no borra su pasado, sino que lo superpone con nuevas capas de significado.
Para los hermanos Muñoz, mantener viva la memoria de aquellos años no es un ejercicio de melancolía, sino una responsabilidad artística. Cada concierto, cada canción, cada referencia al "clasicismo feo" de Cornellà es una forma de preservar la historia de un lugar que, pese a todo, les dio todo lo que son.
El contraste entre el ayer y el hoy de Sant Ildefons sirve como metáfora de la propia trayectoria de Estopa: de la marginalidad al reconocimiento, de la lucha diaria al éxito, pero siempre con los pies firmemente plantados en el suelo que los vio nacer. Su música no olvida, no traiciona, no abandona. Como el barrio que la inspiró, evoluciona sin perder su alma.
En definitiva, el testimonio de David Muñoz nos recuerda que los lugares que nos forman no se eligen, pero sí cómo los integramos en nuestra identidad. Sant Ildefons fue un barrio difícil, sí, pero también fue el crisol creativo donde se forjó uno de los grupos más auténticos de la música española. Y esa es una transformación que, lejos de olvidar el pasado, lo honra haciéndolo eterno en cada canción, en cada concierto, en cada bloque que suben al escenario.