Tyla: la revolución del amapiano que conquista el mundo

La artista sudafricana de 23 años fusiona ritmos ancestrales con pop global, superando los 100 millones de streams y redefiniendo la música urbana contemporánea

Con un dialecto sudafricano que rima con cadencia natural, Tyla expresa su desagrado por el matcha mientras sostiene una taza del polvo verde que tanto ha dado que hablar este año. La escena resulta irónica: la misma bebida que simboliza las tendencias de 2025 le sabe a tierra a quien más brilla entre ellas. A sus 23 años, esta joven de Johannesburg ha transformado la escena musical con una propuesta que mezcla el pop occidental con los ritmos más autóctonos de su tierra natal.

El fenómeno Tyla no surge de la nada. Su álbum debut, publicado en 2024, ya le valió la codiciada estatuilla Grammy a la mejor interpretación musical africana por Water, un tema que se convirtió en himno instantáneo. Sin embargo, 2025 ha marcado un punto de inflexión definitivo. En julio lanzó Is It, cuyos números hablan por sí solos: casi 1,3 millones de reproducciones en las primeras 24 horas, pulverizando su propio récord anterior.

El EP WWP (We Wanna Party), compuesto por cuatro pistas, ya supera los 100 millones de streams en Spotify. No solo eso: lidera con autoridad las listas de Afrobeats del Reino Unido, territorio tradicionalmente reacio a las propuestas africanas que no provengan de Nigeria o Ghana. Su paso por Coachella en abril y el All Points East londinense en agosto han consolidado su estatus de artista internacional. Ahora, con la mirada puesta en una extensa gira asiática, el planeta entero parece haberse fijado en ella.

La filosofía creativa de Tyla es tan directa como contundente: "No existe una única forma correcta de crear. No tiene límites". Esta frase resume su enfoque artístico, donde la experimentación no es una opción, sino una necesidad vital. Su música no busca encasillarse, sino fluir entre el amapiano, el gqom y el Bacardi, géneros que emergieron de los townships sudafricanos y que ahora baila el mundo entero.

Las raíces de esta estrella se hunden en una infancia donde la creatividad era el único lujo al alcance. "Desde que podía andar, me encantaba bailar, me encantaba actuar", recuerda durante nuestra videollamada desde Nueva York. Su tía, bailarina profesional, le inculcó los secretos de la danza del vientre, una disciplina que explica en parte la hipnótica sensualidad de sus movimientos escénicos.

En el colegio, Tyla ya era una directora de orquesta informal. Reunía a sus amigos, analizaban los videoclips más populares y ensayaban coreografías que luego presentaban ante los demás estudiantes. "No creo que sea la mejor bailarina. No siempre seré la referencia, pero será una versión de Tyla", afirma con humildad calculada. Esta autoconciencia la diferencia de las estrellas prefabricadas: sabe que su valor no reside en la perfección técnica, sino en la autenticidad irrepetible.

La Sudáfrica de su infancia no era el país de los safaris turísticos, sino el de los barrios populares donde la supervivencia requería ingenio. "Me siento como si hubiera vivido mil vidas", confiesa. Su relato de aquellos años incluye vender ropa en la carretera, negociar con vecinos para conseguir dinero para la escuela y travesuras callejeras que forjaban carácter. "Todos los días estábamos en la hierba, en las calles", describe con nostalgia.

Sus padres, a quienes califica como "protectores", nunca la aislaron de la realidad. Rechaza tajantemente el calificativo de "protegida". "Tuve la oportunidad de experimentar la vida tal y como es. Creo que eso también me preparó, porque puedo aceptar las críticas y apreciar todo lo que recibo. Hay algo más profundo que me llena. No es la fama ni los fans gritando. También es la gente que me apoya".

Este bagaje vital explica por qué su música resuena más allá de los clubes. No es simple entretenimiento, sino una narrativa de resistencia y celebración. Cuando baila amapiano, Tyla no solo mueve caderas: transporta una cultura entera que ha pasado de los márgenes al centro del mundo.

El amapiano, género electrónico nacido en los townships de Pretoria y Johannesburg, experimentó un crecimiento espectacular del 5.668% en Spotify desde 2018. Estados Unidos y Reino Unido lideran su consumo internacional, pero son artistas como Tyla quienes le dan rostro humano. Ella misma reconoce deudas con la escena: cita a Uncle Waffles, la DJ que "realmente empuja la cultura" y que ha abierto puertas para las mujeres en un espacio dominado por hombres.

La colaboración y la comunidad son pilares de este movimiento. A diferencia de las narrativas individualistas del pop mainstream, el ecosistema amapiano funciona como una red de apoyo mutuo. Cada éxito individual fortalece al colectivo. Tyla no es una excepción: su triunfo es el triunfo de una generación de sudafricanos que vieron en la música digital su boleto hacia la visibilidad global.

Su proceso creativo refleja esta hibridación cultural. En el estudio, experimenta con patrones rítmicos ancestrales y producción ultramoderna. Las letras, generalmente en inglés con interjecciones en sudafricano, crean un puente lingüístico que invita al oyente a cruzar. No busca traducir su cultura, sino compartirla en su estado más puro.

El fenómeno de los movimientos virales asociados a su música merece mención especial. Cada lanzamiento desata una ola de imitaciones en TikTok e Instagram, donde usuarios de todo el intentan replicar sus complejas coreografías. El resultado es un diálogo global: mientras ella exporta cultura sudafricana, el mundo intenta, con mayor o menor éxito, importar su físico. "Probablemente todos imitaríamos si nuestras cinturas cooperaran", resume la autora del texto original con precisión quirúrgica.

Pero más allá de los números y los virales, lo que realmente define a Tyla es su visión a largo plazo. No se conforma con ser la estrella del momento. Cada entrevista, cada performance, cada publicación en redes está calculada para construir un legado. Habla de "mil vidas" porque ya ha planeado vivirlas todas: empresaria, mentora, productora, icono de moda.

Su relación con la fama es pragmática. Valora los gritos de sus seguidores, pero valora más a quienes le apoyan en silencio. Esta madurez emocional, poco común en artistas de su edad, proviene de haber visto la vida desde múltiples ángulos. Conoce la pobreza y el éxito, la calle y el escenario, la crítica y la adoración.

El futuro que se presenta es infinito. Con la gira asiática en el horizonte y la industria musical rendida a sus pies, Tyla tiene la oportunidad de convertirse en la embajadora más poderosa que ha tenido el amapiano. Pero también tiene la responsabilidad de no perder la esencia que la hizo única. El reto no es mantenerse en la cima, sino recordar desde donde vino cada vez que mire hacia abajo.

Mientras tanto, seguirá bebiendo matcha a pesar de su sabor a tierra, seguirá creando sin límites y seguirá siendo esa versión irrepetible de sí misma que bailó en los pasillos del colegio sin saber que el mundo entero terminaría imitándola. La fiesta apenas comienza, y Tyla no solo es la anfitriona: es la revolución.

Referencias

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