Caza humana en Inglaterra: voluntarios perseguidos por sabuesos

Un reportero del Guardian se convierte en presa en una cacería sin zorros, donde los humanos corren 12 km perseguidos por perros y jinetes.

En un giro inesperado de la tradición rural británica, una práctica que parecía sacada de una novela de aventuras se ha convertido en realidad: la caza humana. No se trata de una actividad violenta ni ilegal, sino de una experiencia organizada en la que voluntarios se ofrecen para ser perseguidos por sabuesos y jinetes a caballo, en un entorno natural de Inglaterra. El objetivo no es capturar ni herir, sino recrear la emoción de la cacería, pero con un giro ético: sin animales como presa.

El periodista del diario británico The Guardian decidió sumergirse en esta experiencia para entender qué motiva a personas a convertirse en presas voluntarias. La respuesta, según sus propias palabras, es una mezcla de curiosidad, adrenalina y un deseo de participar en una tradición que busca reinventarse ante la presión social y legal.

La actividad se desarrolla bajo la supervisión del New Forest Hounds (NFH), un club de caza con larga trayectoria que ha adaptado su modelo para cumplir con la legislación actual. En Inglaterra y Gales, la caza con perros de animales salvajes —como el zorro— está prohibida desde 2004, pero la ley permite la persecución de presas humanas, siempre que no haya intención de daño físico. Esta excepción legal ha abierto la puerta a una nueva forma de entretenimiento rural, que atrae tanto a entusiastas de la naturaleza como a curiosos urbanitas.

El reportero, antes de salir al campo, recibe instrucciones precisas: no ducharse, no usar desodorante. La razón es simple: los perros deben rastrear su olor corporal, no un aroma artificial. Este detalle, aunque incómodo, es fundamental para la autenticidad de la experiencia. Además, se le recomienda apoyarse en el lateral del camión que lo transportará al punto de partida, ya que los sabuesos —que pueden pesar hasta 70 kilos— tienden a lanzarse con entusiasmo sobre los participantes.

La jornada comienza con la apertura de las compuertas del camión. Los perros, ruidosos y emocionados, irrumpen en escena. El periodista, aunque nervioso, se siente algo más tranquilo al saber que estos animales no están entrenados para atacar, sino para seguir un rastro. “Son muy dóciles y amigables”, le asegura Will Day, uno de los maestros de la cacería, quien dirige una perrera victoriana dedicada exclusivamente a la cría de estos sabuesos.

Danny Allen, cazador profesional y empleado a tiempo completo del NFH, lidera la persecución con una chaqueta verde y una bocina. Su labor no se limita a guiar a los perros: también se encarga de recoger ganado muerto para alimentar a los animales, una tarea poco glamurosa pero esencial para mantener la actividad. “Este es el futuro de la caza”, afirma con convicción. Su visión refleja un intento de reconciliar una tradición centenaria con los valores éticos contemporáneos.

La persecución dura aproximadamente 12 kilómetros, a través de un terreno irregular y boscoso. Los participantes corren campo a través, mientras los jinetes y los perros los siguen de cerca. No hay premio material, ni competencia formal. El objetivo es vivir la experiencia, sentir la adrenalina y, en cierto modo, conectar con una parte de la historia rural británica que muchos creían desaparecida.

Aunque la práctica puede parecer extraña —o incluso perturbadora— para algunos, sus organizadores la defienden como una forma de preservar la cultura rural sin violencia. La Liga contra los Deportes Crueles, que históricamente se ha opuesto a la caza con perros, ha mostrado cierta apertura hacia esta versión humana, siempre que se respeten las normas de seguridad y bienestar animal.

El Gobierno británico, bajo el liderazgo de Keir Starmer, ha expresado su intención de reforzar las restricciones a la caza con perros, lo que podría afectar incluso a estas versiones humanas. Sin embargo, por ahora, la caza humana sigue siendo legal y, según los organizadores, cada vez más popular. Los voluntarios no buscan fama ni recompensa, sino una experiencia única: ser la presa, sentir el viento en la cara, el latido del corazón acelerado y el aullido de los perros detrás de ellos.

En un mundo donde las tradiciones rurales luchan por sobrevivir, esta práctica representa un intento creativo de adaptación. No se trata de volver al pasado, sino de reinventarlo. Y aunque no todos estarán de acuerdo con su ética o su estética, lo cierto es que ha logrado captar la atención de medios, curiosos y hasta de antiguos cazadores que buscan una forma más consciente de mantener viva su pasión.

Para quienes lo experimentan, la caza humana no es un juego, ni un espectáculo, sino una inmersión en la naturaleza, en la historia y en la propia vulnerabilidad. Y quizás, en ese acto de entrega voluntaria, encuentren algo más que adrenalina: una conexión profunda con lo que significa ser humano en un mundo que cada vez más se aleja de lo salvaje.

Referencias