La reciente emisión de la serie 'Ena' por parte de Televisión Española ha vuelto a poner en el foco mediático la figura de Alfonso XIII y su controvertido matrimonio con Victoria Eugenia. Aunque la ficción televisiva ha tomado notorias libertades con los hechos históricos, ha servido para reavivar el interés por una de las épocas más turbulentas de la monarquía española. Más allá de los problemas de salud que afectaron a los hijos legítimos de la pareja, existe un capítulo menos conocido pero igualmente significativo: la existencia de hijos ilegítimos que, según las crónicas, influyeron directamente en decisiones posteriores de la casa real.
El matrimonio entre Alfonso XIII y Victoria Eugenia, lejana prima del rey por línea británica, comenzó como un idilio romántico pero se convirtió rápidamente en una unión marcada por la tragedia. Los problemas genéticos que la reina transmitió a su descendencia, concretamente la hemofilia, acabaron con la vida de dos de sus hijos: Alfonso, príncipe de Asturias, y Gonzalo, fallecido a los veinte años. A estos infortunios se sumó la sordera de Jaime, consecuencia de una intervención quirúrgica mal practicada, y el fallecimiento al nacer de Fernando. Estos contratiempos, unidos a la precaria salud del heredero, dinamitaron la estabilidad emocional de la pareja real y generaron tensiones insalvables que se reflejaron en la vida cortesana.
Sin embargo, la versión oficial omite un detalle crucial: el primero de los descendientes de Alfonso XIII vino al mundo en 1905, un año antes de la boda real. Se trataba de Roger Leveque de Vilmorin, fruto de la relación con Mélanie de Gaufridy de Dortan, una mujer ya casada con la que el monarca mantuvo un romance clandestino. Este hijo, que vivió hasta los 75 años, representa el primer capítulo de una saga poco conocida que pondría en jaque la estabilidad dinástica y generaría complicaciones para la sucesión.
La historia se complica con el nacimiento de Juana Alfonsa de Milán y Quiñones de León, hija de Beatriz Noon, quien desempeñaba el cargo de institutriz de los hijos del monarca. Según los registros palatinos, la niña fue registrada con los apellidos que Alfonso XIII utilizaba en sus escapadas fuera de la corte: duque de Milán. El embajador español en París, protector de la criatura, le añadió el segundo apellido. Criada en Francia como una auténtica princesa, dominando cinco idiomas sin acento extranjero y con una formación musical excepcional, Juana Alfonsa desconoció su verdadero origen hasta cumplir la mayoría de edad. Para ella, el rey no era más que un amigo de la familia que le contaba aventuras sentada en sus rodillas.
Los dos últimos descendientes extramatrimoniales nacieron cuando la relación entre Alfonso XIII y Victoria Eugenia ya era un matrimonio de conveniencia roto. María Teresa (1925-1965) y Leandro Ruiz Moragas (1929-2016), conocido popularmente como tío Leandro, fueron hijos de Carmen Ruiz de Moragas, una actriz con la que el monarca mantuvo una relación prolongada durante sus últimos años de reinado. Esta relación, una de las más públicas de las que mantuvo el monarca, generó no pocos rumores en la prensa de la época.
La documentación histórica revela que Juan Carlos I mantuvo un contacto directo y discreto con los Ruiz de Moragas, mostrando especial interés por el bienestar de Juana Alfonsa de Milán cuando tuvo que ser ingresada en una residencia geriátrica. Este seguimiento no fue casual, sino parte de una conciencia familiar que marcó su reinado y su forma de entender la institución monárquica. El monarca demostró una sensibilidad hacia estos parientes que no había tenido precedentes en la historia reciente de la corona.
Cada uno de estos cuatro hijos recibió una herencia de un millón de pesetas en 1941, año del fallecimiento de Alfonso XIII en el exilio de Roma. Para la época, se trataba de una fortuna considerable que garantizaba su estabilidad económica y les permitía vivir con dignidad lejos de la corte. Esta provisión económica, realizada en plena Segunda Guerra Mundial, demuestra la preocupación del monarca por su descendencia no oficial.
El legado de estos secretos familiares trascendió generaciones. Según el historiador José García Abad, la experiencia de Alfonso XIII y las dificultades que enfrentó su hijo don Juan por estas situaciones, llevaron a Juan Carlos a tomar una decisión drástica: la vasectomía. Consciente de su "notoria actividad extramatrimonial", el monarca optó por un método quirúrgico para evitar repitiera la historia de su abuelo y asegurar que no surgieran nuevos reclamantes al trono. Esta medida, extremadamente personal, reflejaba una carga psicológica y dinástica que pesaba sobre sus hombros desde su juventud.
Esta decisión, que refleja una carga psicológica y dinástica, muestra cómo los errores del pasado pueden condicionar el presente. La monarquía española, atravesada por secretos y tragedias, encontró en esta medida una forma de modernización y control de sus propios límites. El miedo a nuevas crisis de sucesión y a escándalos que minaran la institución llevó a Juan Carlos a tomar una decisión que, en su momento, fue radical y sin precedentes entre los monarcas europeos.
El capítulo de los hijos ilegítimos de Alfonso XIII no es solo una anécdota salpicada de escándalo, sino un elemento clave para comprender la evolución de la institución monárquica en España. Desde la serie 'Ena' hasta las decisiones personales de Juan Carlos, el peso de la historia familiar continúa resonando en el presente, demostrando que las dinastías no solo se gobiernan con protocolos, sino también con las lecciones aprendidas de sus propios errores. La transparencia y la previsión se convirtieron en valores esenciales para una monarquía que buscaba sobrevivir en la modernidad.