El papel diplomático de los reyes españoles en 50 años de monarquía

Desde Juan Carlos I hasta Felipe VI, la Corona ha sido clave en la diplomacia española, mediando en crisis y alineándose con la política exterior del Gobierno.

En medio siglo de monarquía parlamentaria, la figura del rey de España ha trascendido el protocolo ceremonial para convertirse en un actor estratégico en la diplomacia internacional. Aunque la Constitución española establece que el monarca representa al Estado en las relaciones exteriores —siempre bajo el refrendo del Gobierno—, su influencia real ha sido mucho más profunda, especialmente en momentos de crisis.

Un ejemplo emblemático ocurrió en abril de 2012, cuando la presidenta argentina Cristina Fernández de Kirchner anunció la expropiación del 51% de la petrolera YPF, propiedad de Repsol. La medida desencadenó una crisis diplomática sin precedentes entre España y Argentina. En ese contexto, el entonces ministro de Asuntos Exteriores, José Manuel García-Margallo, reconoció que recurrió a la figura del rey Juan Carlos I para buscar mediadores en América Latina. Gracias a sus contactos personales, logró que líderes como Rafael Correa (Ecuador), José Mujica (Uruguay) y el expresidente brasileño Luiz Inácio Lula da Silva intervinieran en un intento de mitigar el conflicto.

Este episodio ilustra cómo las relaciones personales de los monarcas han servido como puente en momentos de tensión internacional. Aunque la diplomacia oficial sigue las directrices del Ejecutivo, la Corona ha actuado muchas veces como un canal paralelo, más flexible y menos expuesto a las presiones políticas inmediatas. En algunos casos, incluso ha generado controversia, como en las acusaciones sobre comisiones recibidas por Juan Carlos I en el proyecto del AVE a La Meca, que pusieron en entredicho su imparcialidad.

Con la llegada de Felipe VI al trono, el papel del monarca en la política exterior ha evolucionado. En su discurso ante la Asamblea General de las Naciones Unidas en septiembre de 2023, el rey no se limitó a un lenguaje diplomático neutro. Por el contrario, empleó un tono contundente y emocional al abordar el conflicto en Gaza: “Clamamos, imploramos, exigimos: detengan ya esta masacre”. Su mensaje fue claro: condena a los actos terroristas de Hamás, pero también crítica a Israel por el impacto sobre la población civil.

Este discurso generó reacciones encontradas. Mientras que la exministra de Exteriores Arancha González Laya lo calificó como “honesto, acertado y acorde con la realidad del momento”, sectores de la ultraderecha española lo tacharon de sesgado. El eurodiputado de Vox, Hermann Tertsch, llegó a afirmar que el rey había leído “un panfleto socialista globalista” impuesto por el presidente Sánchez.

Sin embargo, fuentes cercanas a la Casa Real subrayan que Felipe VI no actúa como un mero portavoz del Gobierno, sino como un interlocutor autónomo que busca equilibrar la posición oficial con su propia visión ética y humanitaria. Su conocimiento profundo de las realidades israelí y palestina —fruto de múltiples visitas y encuentros— le permite abordar temas sensibles con una perspectiva única.

La labor diplomática de los reyes españoles no se limita a los grandes escenarios internacionales. También incluye misiones de Estado en países con los que España mantiene relaciones complejas, como Marruecos o Venezuela, donde la presencia real puede abrir puertas que la diplomacia tradicional no logra. Además, su rol como embajadores de la cultura y la economía española —promoviendo inversiones, turismo o acuerdos comerciales— es fundamental para el posicionamiento global del país.

En un mundo cada vez más polarizado, la figura del monarca puede actuar como un punto de estabilidad. A diferencia de los políticos, que cambian con cada elección, el rey representa continuidad. Su capacidad para mantener relaciones personales con líderes mundiales, incluso cuando estos ya no están en el poder, le convierte en un activo diplomático único.

No obstante, este papel no está exento de riesgos. La percepción de que el monarca interviene en asuntos políticos puede erosionar su neutralidad institucional. Por eso, la Casa Real ha buscado en los últimos años un equilibrio entre la acción diplomática y la discreción, evitando que sus intervenciones sean interpretadas como injerencias.

En resumen, los reyes de España han sido, durante medio siglo, una pieza clave en la diplomacia del país. Desde mediaciones discretas hasta discursos contundentes en foros internacionales, su influencia ha sido decisiva en momentos críticos. Y aunque su rol sigue siendo objeto de debate, lo cierto es que, en un mundo donde las relaciones personales aún cuentan, la Corona sigue siendo un activo diplomático de primer orden.

La diplomacia real no es un mero protocolo: es una herramienta estratégica que ha ayudado a España a navegar por aguas turbulentas durante décadas.

Referencias