En el panorama futbolístico de la Concacaf, dos selecciones pequeñas pero ambiciosas están generando gran expectación: Suriname y Curazao. Ambas naciones, con poblaciones reducidas y sin experiencia previa en fases finales de un Mundial, están aprovechando su profunda conexión con el fútbol neerlandés para construir equipos competitivos y soñar con su primera clasificación a la Copa del Mundo de 2026.
La región ya tiene tres clasificados automáticos: México, Estados Unidos y Canadá, como anfitriones del torneo. Pero eso no ha desanimado a Suriname y Curazao, quienes se encuentran en la cima de sus respectivos grupos en la fase final de las eliminatorias. Suriname lidera el Grupo A con 9 puntos, mientras que Curazao encabeza el Grupo B con 11 unidades. Ambos equipos han demostrado una solidez inesperada, y su secreto parece estar en la estrategia de reclutar talento con raíces neerlandesas.
En el caso de Suriname, la mayoría de sus jugadores no nacieron en suelo surinamés. De hecho, en su último partido contra El Salvador, diez de los once titulares nacieron en el extranjero, y nueve de ellos en Países Bajos. La única excepción fue Myenty Abena, nacido en Paramaribo. Este fenómeno no es casualidad: Suriname fue una colonia neerlandesa hasta su independencia en 1975, y desde entonces ha mantenido fuertes lazos culturales y deportivos con Holanda. Incluso su entrenador, Stanley Menzo, es de origen neerlandés.
Curazao, por su parte, ha llevado esta estrategia aún más lejos. En su último partido contra Bermuda, los once jugadores titulares y toda la banca, incluido el entrenador Dick Advocaat, nacieron en Países Bajos. Esta uniformidad en el origen de sus futbolistas refleja una estrategia deliberada: aprovechar la cantera holandesa para fortalecer una selección que, de otro modo, tendría dificultades para competir en un nivel internacional.
Suriname comenzó su camino en la segunda ronda de las eliminatorias, donde logró tres victorias y un empate en cuatro partidos, asegurando así el primer lugar del Grupo F. En la fase final, ha sumado dos triunfos y tres empates en cinco partidos, mostrando una solidez defensiva y una eficacia ofensiva creciente. Entre sus figuras destacan Justin Lonwijk y Richonell Margaret. Lonwijk, mediocampista del Fortuna Sittard en la Eredivisie, ha marcado tres goles en 11 partidos con su club y tiene un valor de mercado estimado en 869.000 dólares. Margaret, delantero del Go Ahead Eagles, ha anotado cuatro goles en siete partidos eliminatorios y tiene un valor de mercado de 811.900 dólares.
Curazao, por su parte, cuenta con jugadores de mayor experiencia internacional. Juninho Bacuna, mediocampista del Gaziantep FK en Turquía, es la figura indiscutible del equipo con tres goles en nueve partidos. Su valor de mercado supera los tres millones de dólares, lo que lo convierte en uno de los jugadores más valiosos de la selección. Gervane Kastaneer también ha sido clave en el ataque, aportando goles y asistencias en partidos clave.
La estrategia de ambas selecciones no está exenta de controversia. Algunos críticos argumentan que esta dependencia del talento extranjero diluye la identidad nacional del equipo. Sin embargo, para los dirigentes y aficionados de Suriname y Curazao, lo que importa es el resultado: competir en igualdad de condiciones con potencias regionales y, si es posible, lograr un histórico pase a la fase final de un Mundial.
Esta tendencia no es exclusiva de estas dos naciones. En los últimos años, varios países pequeños han recurrido a jugadores con doble nacionalidad o con raíces en naciones con sistemas futbolísticos más desarrollados. Pero en el caso de Suriname y Curazao, la conexión con Países Bajos es particularmente profunda, no solo por la historia colonial, sino también por la migración y la integración cultural.
El futuro de ambas selecciones parece prometedor. Con una base sólida, jugadores en forma y una estrategia clara, Suriname y Curazao tienen una oportunidad real de sorprender en las eliminatorias. Y si logran clasificar, no solo estarán haciendo historia para sus países, sino también demostrando que, en el fútbol, el talento y la estrategia pueden superar las limitaciones geográficas y demográficas.
En un mundo donde los grandes equipos dominan el escenario, Suriname y Curazao representan una historia de esperanza y ambición. Su sueño no es solo jugar en un Mundial, sino hacerlo con orgullo, con identidad y con el talento que han sabido cultivar más allá de sus fronteras.