La noche del Estadio Nacional de San José quedará grabada en la memoria del fútbol centroamericano como una de las más amargas. Costa Rica y Honduras se despidieron del sueño mundialista en una eliminatoria que, según muchos, era la más accesible de la historia. Pero el fútbol no perdona, y menos cuando la falta de reacción, la inseguridad y la ausencia de liderazgo se convierten en protagonistas.
El partido entre ambos equipos, que terminó sin goles, fue un reflejo de lo que ya se veía venir: una generación dorada en decadencia, un equipo sin identidad y un entrenador, Miguel Herrera, que no logró revertir la tendencia. La frustración no sólo se vivió en el campo, sino también en las gradas, donde los aficionados, con lágrimas en los ojos, vieron cómo se esfumaba la posibilidad de volver a brillar en un Mundial.
Desde el pitido inicial, el nerviosismo fue palpable. Ambos equipos parecían temer más al fracaso que buscar la victoria. La tensión se rompió apenas en el minuto 19, cuando Menjívar despejó un disparo potente de Luis Pala, que rozó el poste. Un aviso que no fue tomado en serio. En el fondo, ambos equipos ya sabían que la verdadera batalla no se jugaba en San José, sino en Curazao, donde Haití se impuso y dejó a ambos fuera de la carrera por el Mundial.
La primera mitad fue un desastre táctico. Costa Rica, bajo el mando de Herrera, apenas generó peligro. Su juego fue lento, predecible y carente de ideas. Honduras, por su parte, intentó tomar la iniciativa, pero también se quedó atascado en la esterilidad. El único momento de emoción llegó cuando Nájar estuvo a punto de abrir el marcador, pero Keylor Navas, en uno de sus últimos partidos con la selección, salvó a su equipo con una intervención magistral.
Sin embargo, el verdadero golpe llegó desde fuera del campo. El triunfo de Surinam en Guatemala no sólo cambió el rumbo de la eliminatoria, sino que selló el destino de ambos equipos. Para Costa Rica, la derrota era inminente. Para Honduras, incluso el repechaje intercontinental se volvió una quimera. La tragedia compartida se hizo evidente: ambos países, que alguna vez soñaron con grandes hazañas, ahora se quedaban fuera de la fiesta mundialista.
En la segunda mitad, el panorama no mejoró. Costa Rica, que hasta ese momento había jugado con una actitud pasiva, comenzó a mostrar algo de intensidad, pero ya era demasiado tarde. Honduras, por su parte, optó por especular, protegiendo el empate y esperando un milagro que nunca llegó. La desesperación se apoderó de los jugadores ticos, quienes, en los últimos minutos, intentaron con todo, pero sin cohesión ni claridad.
El partido terminó con un sabor agridulce. No hubo goles, pero sí muchas emociones. La tristeza de los aficionados, la decepción de los jugadores y la frustración de los entrenadores. Todo se resumió en una sola frase: el fracaso más grande de la historia. Una frase que no sólo describe el resultado, sino también el proceso. Un proceso que comenzó a gestarse desde 2018, cuando la selección costarricense comenzó a mostrar signos de agotamiento, y que ahora, seis años después, ha llegado a su punto más bajo.
La generación dorada, que alguna vez iluminó el fútbol centroamericano, ha envejecido sin dejar un relevo digno. Los jugadores que hoy visten la camiseta no tienen la misma garra, la misma determinación ni la misma calidad. Y eso se nota en cada partido, en cada jugada, en cada decisión. La falta de planificación, la ausencia de una visión a largo plazo y la dependencia de figuras individuales han llevado a este desastre.
Para Miguel Herrera, este fracaso es un golpe duro. El entrenador mexicano, que llegó con la promesa de revivir a la selección, no logró cumplir con las expectativas. Su estilo de juego, basado en la intensidad y la presión, no funcionó en un equipo que carece de la energía necesaria. Además, su incapacidad para adaptarse a las circunstancias y su falta de creatividad en el campo lo convirtieron en el principal responsable de esta debacle.
En cuanto a Honduras, la situación no es muy diferente. El equipo, que alguna vez fue una potencia regional, ahora se encuentra en una crisis profunda. La falta de inversión, la ausencia de una estructura sólida y la inestabilidad en el cuerpo técnico han llevado a este resultado. La especulación en el último tramo del partido fue un reflejo de su falta de ambición, de su incapacidad para jugar con el corazón.
En resumen, la noche de San José fue un espejo de lo que está mal en el fútbol centroamericano. La falta de planificación, la ausencia de liderazgo y la dependencia de figuras individuales han llevado a este desastre. Costa Rica y Honduras se quedan fuera del Mundial 2026, pero lo más preocupante no es el resultado, sino el proceso. Porque si no se toman medidas urgentes, esta tragedia se repetirá en el futuro.