Demolición del Ala Este de la Casa Blanca: fin de una era

Tras 123 años, el Ala Este cede su lugar a un salón de baile polémico. Un homenaje a su historia, su papel en la vida presidencial y las voces que lo lamentan.

El 21 de octubre, las grúas comenzaron a desmantelar el Ala Este de la Casa Blanca, un símbolo arquitectónico y funcional que había servido a la residencia presidencial durante más de un siglo. Su demolición, ordenada por el expresidente Donald Trump, marca el fin de una era y abre paso a un proyecto controvertido: la construcción de un salón de baile en su lugar. El The New York Times le dedicó un emotivo obituario, recordando su legado y las voces que lo defienden y critican.

Construido originalmente en 1902 bajo la presidencia de Theodore Roosevelt, el Ala Este fue diseñado como entrada principal para invitados que llegaban en carruaje. Su función evolucionó con el tiempo: en la década de 1940, fue reconstruido por orden de Franklin D. Roosevelt, y desde entonces albergó las oficinas de las primeras damas, sus equipos de trabajo y los calígrafos encargados de redactar las elegantes invitaciones a las cenas de Estado.

Aunque no tenía el peso político del Ala Oeste, el Ala Este fue testigo de momentos históricos. En 2009, dos intrusos, Michaele y Tareq Salahi, lograron colarse en la primera cena de Estado de Barack Obama, desencadenando una crisis de seguridad. Y el 11 de septiembre de 2011, el vicepresidente Dick Cheney fue trasladado al búnker subterráneo bajo el ala —construido durante la Segunda Guerra Mundial—, que hoy alberga el Centro Presidencial de Operaciones de Emergencia.

La demolición ha dividido opiniones. Exfuncionarios demócratas, como Michael LaRosa, exsecretario de prensa de Jill Biden, recuerdan con nostalgia los momentos cotidianos en el ala: el gato Willow paseando entre los escritorios, las copas de vino compartidas al final del día. En contraste, Gahl Hodges Burt, exsecretaria social de la Casa Blanca bajo Reagan, argumenta que el espacio era insuficiente para eventos grandes y que las carpas y aseos portátiles eran una solución incómoda.

La primera dama Melania Trump, cuya oficina estaba en el ala, rara vez la utilizó durante el primer mandato de su esposo, convirtiéndola en una sala para envolver regalos. Su influencia en la decisión de demolición sigue siendo un misterio. ¿Fue una iniciativa suya? ¿O simplemente un capricho presidencial? La falta de transparencia alimenta las especulaciones.

Este cambio no es solo arquitectónico, sino simbólico. El Ala Este representaba la continuidad, la tradición y la vida cotidiana detrás de las cámaras. Su desaparición refleja una transformación más profunda en la cultura presidencial: de lo funcional a lo ceremonial, de lo histórico a lo espectacular. Mientras el salón de baile se erige, el recuerdo del Ala Este permanecerá en los archivos, en las memorias de quienes lo vivieron y en los artículos que lo despiden con respeto.

Referencias