La crisis del Liverpool tiene un nuevo capítulo protagonizado por su máximo referente. Mohamed Salah, el faraón que ha construido una leyenda con 250 goles en Anfield, se quedó en casa mientras sus compañeros viajaban a Milán para cerrar la fase de grupos de la Champions League. La decisión de Arne Slot de dejar fuera al delantero egipcio, tras sus polémicas declaraciones, resultó ser un acierto táctico: los reds ganaron 0-1 al Inter de Milán sin necesitar los servicios de su estrella.
El enfrentamiento directo entre entrenador y jugador había estallado horas antes del despegue del vuelo rumbo a Italia. "Tenía una buena relación con el entrenador. De repente ya no tenemos ninguna relación. No sé por qué. Me parece que alguien no me quiere en el club. Estar en el banquillo… no sé por qué. Siento que el club me está dejando en ridículo", manifestó el atacante en declaraciones que sacudieron los cimientos del club inglés.
La respuesta de Slot no se hizo esperar y fue contundente: "Mi reacción es clara... por algo no está aquí". Con estas palabras, el técnico holandés dejaba claro que las distracciones no eran bienvenidas en un momento crítico. El Liverpool llegaba a San Siro en una situación delicada: solo una victoria en los últimos seis compromisos y una preocupante décima posición en la Premier League.
El escenario no podía ser más exigente. Los de Merseyside necesitaban puntuar en territorio italiano para asegurar su pase directo a los octavos de final. La ausencia de Salah, lejos de debilitar al equipo, pareció liberar a un conjunto que salió al césped del Giuseppe Meazza con una mentalidad agresiva y clara.
Los primeros compases del encuentro reflejaron la superioridad visitante. El Liverpool dominó el balón y creó peligro constante en la portería defendida por Yann Sommer. El portero suizo se convirtió en el salvador de los nerazzurri, especialmente en el minuto 18 cuando detuvo un disparo claro de Curtis Jones que parecía el primer gol del encuentro.
La presión creció hasta que, sobre la media hora de juego, la defensa central del Liverpool combinó a la perfección. Virgil van Dijk y Ibrahima Konaté conectaron en un saque de esquina que terminó en el fondo de la red milanesa. La celebración fue efímera. El árbitro alemán Felix Zwayer recibió una llamada desde el VAR que cambiaría el rumbo del partido.
La revisión de las imágenes mostró que no había sido la cabeza del capitán holandés, sino el brazo de Trent Alexander-Arnold el que había desviado el esférico hacia la portería. El gol fue anulado y el descanso llegó con un empate a cero que no reflejaba el dominio territorial de los ingleses.
El Inter de Milán, por su parte, no aprovechó la segunda oportunidad que le brindaba el destino. Los hombres de Simone Inzaghi llegaban al duelo tras una dolorosa derrota ante el Atlético de Madrid en el Metropolitano, donde perdieron en el último suspiro. San Siro debía ser su revancha, su reconciliación con la afición europea.
Sin embargo, Lautaro Martínez y Marcus Thuram, habituales verdugos de las defensas rivales, estuvieron desaparecidos. La dupla ofensiva que tanto temor genera en el calcio apenas inquietó a Alisson Becker, que completó los 90 minutos sin realizar intervenciones de verdadero mérito.
La segunda mitad exigía una respuesta de calidad. Slot miró al banquillo y encontró la solución en un joven talento alemán. Florian Wirtz, lejos de ser un mero sustituto de Salah, demostró por qué está considerado una de las grandes promesas del fútbol continental.
Su entrada revitalizó el ataque red. En una jugada individual por el flanco derecho, el mediapunta fue derribado dentro del área por Alessandro Bastoni. El VAR, protagonista indiscutible de la noche, volvió a intervenir. Zwayer revisó la acción y señaló la pena máxima.
Desde los once metros, Dominik Szoboszlai asumió la responsabilidad. El húngaro engañó a Sommer y colocó el balón junto al poste derecho. Gol, victoria y respiro para un club asfixiado por los malos resultados y la polémica interna.
El triunfo en Milán sienta un precedente peligroso para Salah. El Liverpool ha demostrado que puede ganar sin él, que tiene recursos para suplir su ausencia y que el colectivo, cuando funciona, supera la individualidad. La pregunta ahora no es si el equipo necesita al egipcio, sino si el egipcio necesita al Liverpool.
La situación contractual del delantero, que finaliza su vínculo en junio, añade más incertidumbre. Las negociaciones para su renovación están estancadas y su relación con Slot parece irreparable. El mercado de invierno se presenta como una oportunidad para que el club saque beneficio económico o como un punto de no retorno para una leyenda que se siente "dejada en ridículo".
Mientras tanto, los reds pueden celebrar su clasificación para octavos como primeros de grupo. La victoria en San Siro, con el VAR como árbitro invisible y sin su máxima estrella, demuestra que el proyecto de Slot tiene sustento. El reto ahora es trasladar esta solidez a la Premier League, donde la décima posición es inasumible para un club de esta envergadura.
El mensaje es claro: nadie es indispensable. Ni siquiera un faraón que ha escrito su nombre con letras de oro en la historia del club. El fútbol moderno no entiende de lealtades cuando los resultados fallan. Salah lo sabe, Slot lo aplica y el Liverpool, por primera vez en mucho tiempo, mira al futuro sin depender de su pasado glorioso.
La próxima semana será decisiva. Las declaraciones del egipcio no han pasado desapercibidas en los despachos de Anfield. La directiva debe decidir si apuesta por la continuidad de una leyenda o por el proyecto de un entrenador que ha demostrado que puede ganar sin ella. Lo que ocurra en los próximos días definirá no solo el futuro de Salah, sino la identidad de un Liverpool en plena transformación.
El triunfo en Milán es solo el comienzo de un final anunciado. O el final de un comienzo prometedor. El tiempo, y los resultados, dirán si Slot tenía razón al dejar en casa al faraón. Por ahora, los tres puntos hablan más fuerte que las 250 dianas de Salah.