El 20 de noviembre de 1975 marcó un punto de inflexión no solo para la política española, sino también para la vida de millones de mujeres. Con la muerte de Franco, el régimen patriarcal que había relegado a las mujeres a un papel secundario comenzó a desmoronarse. No fue un cambio repentino, sino el resultado de décadas de lucha silenciosa, de pequeñas rebeliones y grandes movilizaciones que culminaron en una transformación social profunda.
Hasta entonces, las mujeres vivían bajo un sistema que las consideraba ciudadanas de segunda clase. No podían abrir una cuenta bancaria sin el permiso de su marido, ni obtener el carnet de conducir sin autorización. El matrimonio era una institución que las sometía legalmente, y el adulterio —solo penalizado en ellas— era un arma de control social. La Iglesia, aliada del Estado, reforzaba este orden con un discurso moral que limitaba su autonomía personal y profesional.
La transición democrática no solo trajo libertades políticas, sino también una revolución de género. En 1978, con la aprobación de la Constitución, se estableció por primera vez en la ley la igualdad entre hombres y mujeres en el artículo 14. Pero la ley no bastaba: era necesario cambiar mentalidades, romper tabúes y reivindicar derechos que habían sido negados durante décadas.
Fue en ese contexto cuando el feminismo español comenzó a tomar forma organizada. A mediados de los años 70, impulsadas por la declaración de la ONU del Año Internacional de la Mujer, se celebraron las primeras jornadas feministas en Madrid y Barcelona. Estos encuentros no eran solo reuniones académicas, sino espacios de denuncia, de construcción colectiva y de visibilización de una lucha que hasta entonces había sido invisible.
Marina Subirats, catedrática emérita de Sociología en la Universidad de Barcelona, señala que el feminismo de la época no nació de la nada, sino como una respuesta a la opresión estructural. Aunque algunos grupos de mujeres ya habían comenzado a cuestionar el sistema en los años 60, fue en la transición cuando el movimiento adquirió fuerza política y social. Las mujeres no solo exigían derechos, sino también una redefinición de su lugar en la sociedad.
Uno de los primeros grandes logros fue la aprobación de la ley del divorcio en 1981, bajo el gobierno de Adolfo Suárez. Este paso no solo permitió a las mujeres salir de matrimonios tóxicos, sino que también simbolizó el fin de una concepción del matrimonio como institución inquebrantable. La ley del divorcio fue un golpe simbólico al patriarcado, y abrió la puerta a otras reformas legales que consolidarían la igualdad formal.
Pero la revolución no se limitó a las leyes. En paralelo, las mujeres comenzaron a conquistar espacios en la educación y el trabajo. A finales de los 70, su acceso a la universidad se multiplicó, y para 1995 ya eran más las mujeres que los hombres en las aulas universitarias. Este cambio no fue casual: fue el resultado de una generación que decidió romper con el modelo de la esposa y madre sumisa, y que eligió construir una identidad propia, basada en el conocimiento y la autonomía económica.
Hoy, más de cuatro décadas después, el impacto de aquellos cambios es evidente. Las mujeres ocupan puestos de liderazgo en la política, la ciencia, la cultura y la economía. Sin embargo, la lucha no ha terminado. Aunque las leyes han cambiado, persisten desigualdades estructurales: la brecha salarial, la sobrecarga de trabajo no remunerado, la violencia machista y la subrepresentación en ciertos sectores siguen siendo desafíos pendientes.
El feminismo español ha evolucionado desde las primeras jornadas de los 70 hasta convertirse en un movimiento masivo, diverso y global. Hoy, las mujeres no solo exigen igualdad, sino también justicia, reconocimiento y visibilidad. Han pasado de ser ciudadanas de segunda a ser protagonistas de su propio destino, y su lucha ha transformado no solo sus vidas, sino también la sociedad en su conjunto.
La historia de las mujeres en España es una historia de resistencia, de coraje y de transformación. No fue un regalo, sino una conquista. Y aunque aún queda camino por recorrer, el progreso logrado hasta ahora es un testimonio de lo que se puede lograr cuando las mujeres deciden unirse, reivindicar y exigir su lugar en el mundo. El feminismo no es un movimiento del pasado, sino una fuerza viva que sigue moldeando el futuro de España.