Los Warriors de Golden State volvieron a demostrar por qué esta temporada se está convirtiendo en un calvario de frustraciones. Su derrota en Toronto, 141-127 tras una prórroga, no fue solo otra marca en el casillero de derrotas. Fue un auténtico compendio de todos los defectos que han definido a este equipo durante los últimos meses: una incapacidad crónica para cerrar partidos, una sangría de pérdidas incontrolable y una debilidad bajo los aros que resulta cada vez más difícil de justificar.
El equipo de la Bahía tenía el partido hecho en dos ocasiones distintas. Primero, en el tercer periodo, cuando dominaban 100-88 a menos de dos minutos del final del cuarto. Después, en el último, con ventajas de 110-98 y 120-113, siempre con menos de dos minutos por jugar. Pero como ya es costumbre, los Warriors encontraron la forma de desmoronarse. La prórroga solo sirvió para certificar una derrota que sabía a derrota desde mucho antes del último silbato.
Esta temporada, Golden State no ha sido capaz de encadenar cuatro victorias consecutivas. Ni una sola vez. Ese dato resume a la perfección la naturaleza de un equipo atrapado en la mediocridad más absoluta. Con el 141-127 final, los Warriors regresaron al 50% de victorias (16-16), una marca que parece haberse convertido en su techo invisible. Octavos en el Oeste, a cuatro triunfos del sexto puesto -el último que evita el play-in-, pero solo a tres y medio de caer incluso fuera de la zona de repesca. La cuenta atrás ya ha comenzado.
Steve Kerr, el entrenador que ha dirigido a este equipo hacia las mayores glorias, no tuvo empacho en definir lo que vio: "Es un asco". Dos palabras que resumen mejor que cualquier análisis táctico la sensación que deja este equipo. Y no es una exageración. Los números lo confirman: en los 17 partidos que han llegado al clutch time -los últimos cinco minutos con diferencias de cinco puntos o menos-, los Warriors acumulan un balance de 6-11. Eso no es mala suerte. Es un patrón.
Los problemas no son nuevos, pero sí se han vuelto endémicos. Los Warriors no solo pierden rebotes, son devorados en el aro. En Toronto, los Raptors capturaron 18 rebotes ofensivos, superando a los visitantes 55-42 en el total. De esos segundos intentos, Toronto extrajo 29 puntos. Mientras tanto, Golden State regaló 21 balones, que se convirtieron en 35 puntos para el rival. Hacer esas cuentas es entender la derrota sin necesidad de ver el partido. Así no se gana en la NBA, ni siquiera cuando tienes a Stephen Curry en tu plantilla.
Y hablando de Curry. La estrella, que cumplirá 38 años en marzo, está viviendo quizás sus últimas temporadas a un nivel élite. El mandato era claro: aprovechar los últimos destellos de una carrera histórica. Pero los Warriors están fallando estrepitosamente a su máximo referente. Contra Toronto, Curry anotó 39 puntos, 24 de ellos en la segunda mitad. Sin embargo, cuando su equipo más le necesitaba, una polémica falta de ataque le silenció en el momento decisivo. En los diez partidos esta temporada en los que ha superado los 30 puntos, el balance del equipo es de 4-6. Un récord inadmisible para un contendiente serio.
Curry jugó más de 41 minutos en Canadá. Jimmy Butler aportó 19 puntos, 6 rebotes y 5 asistencias. Draymond Green, con 21 puntos, 4 rebotes y 7 asistencias, acertó 4 de 8 triples. Nada de eso importó. Porque en la NBA, los sistemas importan, pero los detalles deciden. Y los Warriors están perdiendo todos los detalles.
El verdugo de la noche fue Scottie Barnes, ese jugador tan particular y polivalente que está emergiendo como una de las estrellas de la liga. Su actuación fue monstruosa: 23 puntos con 11/17 en tiros, 25 rebotes (9 ofensivos) y 10 asistencias. Igualó el récord de rebotes de los Raptors, establecido por Bismack Biyombo. Barnes fue el síntoma de todos los males de Golden State: donde los Warriors fallaban, él aparecía. Cada balón suelto, cada segundo intento, cada transición rápida.
La pregunta que todos se hacen en la bahía de San Francisco es la misma: ¿dónde está el equipo que conquistó todo? La experiencia y el pedigrí de este plantilla, con dos finalizadores de élite como Curry y Butler, deberían ser suficientes para resolver partidos igualados. Pero ocurre justo lo contrario. Los Warriors no solo pierden los partidos ajustados, se disparan en el pie con una frecuencia preocupante.
El problema no es solo físico, es mental. Hay equipos jóvenes que cometen errores por inexperiencia. Golden State no tiene esa excusa. Tiene jugadores que han vivido decenas de finales, que saben lo que cuesta cada posesión. Pero algo se ha roto. La confianza en los sistemas, la capacidad de ejecutar bajo presión, la concentración en los momentos clave. Todo parece haberse desvanecido.
Y el reloj no para. Cada partido que se escapa es una oportunidad perdida de ganar terreno en una conferencia Oeste más competitiva que nunca. Cada derrota en clutch time es un golpe a la moral de un equipo que necesita urgentemente un punto de inflexión. Pero ese punto no llega. Las soluciones no aparecen. Y Steve Kerr, habitualmente elocuente y estratégico, solo puede resumirlo con dos palabras: "Es un asco".
Los Warriors tienen talento. Tienen experiencia. Tienen a Stephen Curry. Pero lo que no tienen es una identidad clara más allá de sus errores. Son el equipo que pierde rebotes, que regala balones, que se desmorona al final. Y hasta que no demuestren lo contrario, seguirán siendo un equipo mediocre, atrapado en el limbo del 50%, mirando al playoff desde lejos y con la sensación de que el tiempo de la dinastía ya pertenece al pasado.