Brigitte Bardot: del mito erótico al activismo y la polémica

La actriz francesa dejó el cine a los 40 años para dedicarse a la defensa animal, pero sus declaraciones le costaron cinco condenas por odio

Brigitte Bardot, la eterna BB, representa una de las figuras más complejas y contradictorias del siglo XX francés. Su nombre evoca instantáneamente la imagen de una mujer que redefinió la sensualidad en pantalla, pero también la de una activista incansable y, en sus últimas décadas, una persona rodeada de controversias legales. A sus 91 años, su legado combina escenas cinematográficas inolvidables con una militancia animalista sin concesiones y un historial de sanciones judiciales que oscurecen su figura pública.

La transformación de Bardot en icono erótico comenzó prácticamente con su debut. Con apenas 18 años, la joven parisina ya había captado la atención de cineastas y público, pero fue en 1956 cuando la historia del séptimo arte cambiaría para siempre. Ese año, su marido por aquel entonces, Roger Vadim, la dirigió en *Y Dios creó a la mujer*, película que contenía una secuencia que se convertiría en mito: Bardot bailando mambo descalza sobre una mesa, liberando una energía sensual hasta entonces desconocida en la gran pantalla. Ese momento no solo la catapultó hacia la fama internacional, sino que estableció un nuevo lenguaje para la representación de la emancipación femenina a través del cuerpo y el movimiento.

Curiosamente, ese mismo rodaje selló el destino de su matrimonio con Vadim. Durante el filme, Bardot entabló una relación con su coprotagonista Jean-Louis Trintignant, quien también abandonó a su esposa por la actriz. Este triángulo amoroso, lejos de dañar su carrera, potenció la imagen de una mujer que actuaba según sus deseos, rompiendo convenciones sociales. La filosofía Simone de Beauvoir llegó a definirla como el arquetipo de la Lolita, reconociendo en ella la encarnación de una nueva forma de feminidad: libre, provocadora y dueña de su propio deseo.

Antes incluso de ese salto a la fama mundial, Bardot ya había causado sensación en el Festival de Cannes de 1952 con *La chica del bikini*. Su aparición con un bañador de dos piezas fue considerada escandalosa para la época, pero también sentó las bases de su futuro como símbolo de liberación corporal. A lo largo de 21 años de carrera y casi medio centenar de películas, los directores que trabajaron con ella supieron capturar esa cualidad hipnótica: una mezcla de inocencia y voluptuosidad que hacía imposible desviar la mirada de la pantalla.

Sin embargo, el estrellato internacional encontró límites. Su pronunciación en inglés nunca fue fluida, lo que provocó que fuera doblada en varias de sus producciones de Hollywood. Esta barrera lingüística, unida a su creciente desencanto con la superficialidad del mundo del espectáculo, la llevó a tomar una decisión que sorprendió a propios y extraños: a los 40 años, en plena madurez profesional, abandonó definitivamente el cine.

El motivo de este retiro prematuro fue una causa que la apasionaba incluso más que la actuación: la defensa de los animales. En 1986, Bardot puso en marcha la Fundación Brigitte Bardot, una organización dedicada a la protección animal en todos sus frentes. Para financiarla, no dudó en desprenderse de objetos de su antigua vida de estrella: joyas, vestidos de gala, fotografías firmadas y recuerdos de sus películas pasaron a subasta, convirtiendo su fama pasada en recursos para su nueva misión.

Su activismo no se quedó en gestos simbólicos. Bardot lideró campañas que lograron prohibir la caza de crías de foca en múltiples países y se convirtió en una voz incansable contra el consumo de carne de caballo, las corridas de toros y la experimentación con animales. Su compromiso era tal que dedicó gran parte de su fortuna y energía a esta causa, estableciendo su residencia permanente en Saint-Tropez, la ciudad balnearia de la Costa Azul que ya le había robado el corazón durante el rodaje de *Y Dios creó a la mujer*.

Pero la segunda mitad de su vida estuvo lejos de ser tranquila. A medida que su carrera cinematográfica quedaba más lejana, sus declaraciones públicas generaron creciente polémica. La actriz fue condenada en cinco ocasiones por incitación al odio, acusada de hacer comentarios discriminatorios contra determinados colectivos. Estas sanciones judiciales, que incluyeron multas considerables, oscurecieron su labor animalista y convirtieron su figura en un tema de debate nacional en Francia.

Las controversias no eran nuevas en su vida. En 1967, durante su matrimonio con el industrial alemán Gunter Sachs, Bardot mantuvo un romance con el músico Serge Gainsbourg. Le pidió que compusiera "la canción de amor más bella que pudiese imaginar". En una única noche, Gainsbourg creó *Je t'aime... moi non plus*, un dúo erótico que los interpretaron juntos. Los gemidos de Bardot en la grabación fueron calificados de obscenos por el Vaticano y la canción fue retirada tras una primera emisión en radio que enfureció a su entonces marido. La pieza, sin embargo, se convirtió en un clásico de la música francesa y otro ejemplo de cómo la actriz desafió constantemente los límites de lo permitido.

El legado de Brigitte Bardot es, por tanto, una amalgama de luces y sombras. Por un lado, su contribución al cine y la cultura popular es innegable: reinventó la feminidad en pantalla, inspiró generaciones de mujeres a asumir su sexualidad sin complejos y dejó momentos cinematográficos que perduran en el imaginario colectivo. Por otro, su activismo animalista, aunque sincero y efectivo, queda empañado por sus posiciones políticas y sociales que le valieron múltiples condenas.

Su muerte cierra el capítulo de una vida vivida sin filtros, donde cada decisión, ya fuera profesional, sentimental o ideológica, fue tomada con una radicalidad que la convirtió en un símbolo de su tiempo. Desde el bikini de Cannes hasta las campañas contra la caza de focas, desde los brazos de Vadim hasta los tribunales franceses, Bardot recorrió un camino único en la historia del espectáculo. Una trayectoria que demuestra cómo los íconos pueden ser, simultáneamente, venerados y cuestionados, celebrados por su talento y criticados por sus palabras. En ese equilibrio inestable reside su verdadera dimensión histórica: la de una mujer que nunca dejó indiferente a nadie.

Referencias

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