Brigitte Bardot: La maternidad como carga en la vida de un mito

Las crudas confesiones de la actriz sobre su hijo Nicolas, a quien comparó con un 'cachorro' y describió su embarazo como un tumor

La reciente muerte de Brigitte Bardot a los 91 años ha reavivado el debate sobre uno de los aspectos más controvertidos de su biografía: su tortuosa relación con la maternidad. Aunque la actriz francesa fue madre, abuela y bisabuela, su único hijo, Nicolas-Jacques Charrier, permaneció siempre alejado de la vorágine mediática que rodeó a su progenitora, construyendo una existencia discreta en los fiordos noruegos.

El legado de Bardot como icono del cine y la moda queda inevitablemente empañado por sus propias declaraciones sobre el acto de dar a luz, que describió en términos crudos y desprovistos de cualquier romanticismo. Sus palabras, lejos de ser un capítulo olvidado, conforman una de las confesiones más desgarradoras de una estrella que nunca se conformó con los roles que la sociedad intentó imponerle.

El nacimiento de un hijo en la cima del estrellato

La historia de Nicolas comienza en 1959, cuando Bardot contrajo matrimonio con Jacques Charrier, actor y productor francés. En aquel momento, la actriz se encontraba en el zenit de su fama, convertida en un símbolo sexual y cinematográfico de alcance mundial. El embarazo, sin embargo, no formaba parte de sus planes personales ni profesionales.

El niño nació en el contexto de un matrimonio que pronto mostraría sus grietas. La pareja se separó en 1962, desencadenando una batalla legal por la custodia que terminó con una decisión judicial favorable al padre. Este veredicto marcó el destino de Nicolas, quien creció bajo la tutela de Charrier, lejos del glamour parisino y de la exposición pública que definía la vida de su madre.

Confesiones que conmocionaron: "Habría preferido parir un cachorro"

Las declaraciones de Bardot sobre su experiencia como madre no dejan lugar a la ambigüedad. En una entrevista concedida al diario Le Parisien en 2021, la actriz fue tajante: "Tuve un hijo, pero no se puede decir que este pobre niño llegó en el momento oportuno y me dio lo que me faltaba". La frase, lapidaria, resume una sensación de desencuentro vital que persistió durante décadas.

Pero fue en su autobiografía "Initiales BB" donde sus palabras alcanzaron mayor crudeza. "Habría preferido parir un cachorro", escribió, una metáfora que escandalizó a la opinión pública. La comparación no quedó ahí: el embarazo fue descrito como "un tumor que se había alimentado de mí, que había llevado en mi carne hinchada, esperando solo el bendito momento en que finalmente me liberaría de él". Estas palabras revelan un rechazo visceral hacia la gestación que choca frontalmente con la imagen tradicional de la maternidad.

Una infancia lejos de los focos

Concedida la custodia al padre, Nicolas Charrier vivió una infancia y adolescencia marcadas por el anonimato deliberado. Mientras su madre continuaba siendo perseguida por los paparazzi y construía su leyenda como sex symbol, él creció en un entorno protegido, alejado de los excesos y la presión mediática.

Esta decisión judicial, aunque dolorosa para Bardot, permitió a su hijo desarrollar una vida normal, sin la carga de ser "el hijo de". El distanciamiento geográfico y emocional se convirtió en una constante que perduraría durante años, alimentando la percepción de una relación familiar rota e irreparable.

La vida familiar en Noruega

El 27 de septiembre de 1984, Nicolas Charrier contrajo matrimonio con la modelo noruega Anne-Line Bjerkan en Béhoust, Yvelines. La pareja decidió establecer su residencia en Noruega, un país que ofrecía la tranquilidad y privacidad que tanto había valorado el padre de Nicolas durante su crianza.

De esta unión nacieron dos hijas: Anna y Théa, que convirtieron a Brigitte Bardot en abuela por primera vez. Con el tiempo, la familia creció con la llegada de tres bisnietos, quienes, según revelaron diversas fuentes, solo hablaban noruego, lo que añadía una barrera lingüística a la ya compleja relación con su bisabuela.

El distanciamiento y la tregua frágil

A pesar de los años de silencio y distancia, la relación entre madre e hijo experimentó una suave reconciliación en las últimas décadas. En 2018, Bardot admitía en una entrevista: "Hablamos a menudo. Como vive en Noruega, viene a visitarme una vez al año a La Madrague, solo o con su familia, su esposa y mis nietas". La confesión revelaba un vínculo que, aunque existente, seguía siendo esporádico y condicionado por la distancia.

La "La Madrague" a la que se refería Bardot es su famosa propiedad en Saint-Tropez, convertida en un santuario personal donde la actriz se refugió durante sus últimos años, dedicándose a la defensa de los derechos animales. Este lugar se convirtió en el único punto de encuentro posible entre una leyenda del cine y su familia lejana.

El compromiso de silencio

En junio de 2024, meses antes de su fallecimiento, Bardot reveló a la revista Paris Match un pacto personal: "Le prometí a Nicolas que nunca hablaría de él en mis entrevistas". Esta declaración, cumplida hasta el final, demuestra un respeto tardío por la privacidad que su hijo siempre había defendido.

El compromiso de silencio refleja la paradoja de su relación: mientras Bardot había construido su vida sobre la exposición pública, su hijo había hecho lo contrario. La promesa representaba un reconocimiento implícito de que su fama había sido una carga para Nicolas, no un regalo.

El legado de una maternidad no elegida

La historia de Brigitte Bardot como madre desafía las narrativas convencionales sobre el éxito y la realización personal. Su honestidad brutal sobre la maternidad, aunque polémica, abrió un debate sobre la presión social que enfrentan las mujeres para asumir roles que no desean.

Para muchas feministas, las confesiones de Bardot representan una liberación de los tabúes que silencian a las mujeres que no se identifican con la maternidad. Para otros, sus palabras reflejan un egoísmo inexcusable. Lo cierto es que la actriz nunca se retractó ni pidió perdón por sentir lo que sentía.

Una vida en paralelo

Mientras Bardot posaba para cámaras y defendía causas mediáticas, Nicolas Charrier construía una existencia ordinaria como contable y padre de familia. Sus hijas Anna y Théa, ahora adultas, han mantenido el mismo perfil bajo que caracterizó la crianza de su padre.

Los tres bisnietos de la actriz crecen sin conocer el glamour que rodeó a su bisabuela en su juventud. Para ellos, Brigitte Bardot no es el mito de "Et Dieu... créa la femme", sino una anciana que visitaban una vez al año y con la que apenas podían comunicarse por el idioma.

La muerte de un ícono y la persistencia de su verdad

El fallecimiento de Bardot el pasado domingo cierra un capítulo del cine francés, pero deja abierto el debate sobre su legado personal. Sus declaraciones sobre la maternidad, lejos de ser un simple escándalo, forman parte de su autenticidad radical. La actriz nunca pretendió ser un modelo de perfección doméstica.

En una época donde las celebrities construyen marcas sobre la maternidad perfecta, Bardot se atrevió a decir lo que muchas pensaban pero pocas se atrevían a expresar. Su relación con Nicolas, tortuosa y distante, pero finalmente respetuosa del deseo de privacidad de él, refleja la complejidad de una mujer que vivió según sus propias reglas, incluso cuando esas reglas chocaban con las expectativas más arraigadas.

La promesa de no hablar más de su hijo en público fue, quizás, el último acto de amor de una madre que nunca supo serlo de la forma convencional, pero que al final entendió que el silencio podía ser más valioso que cualquier declaración.

Referencias

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