Los Boston Celtics han decidido ignorar por completo el guion que tenían preparado para esta temporada. Lo que debía ser un año de transición y ajustes salariales se ha convertido en una demostración de poderío que ya inquieta a sus rivales de la Conferencia Este. Con cuatro victorias seguidas en su haber, el último triunfo ante los Indiana Pacers en Indianápolis confirma que este equipo no tiene intención de regalar ni un solo partido.
El conjunto de Joe Mazzulla ha alcanzado un balance de 19-11 que le sitúa en tercera posición en la tabla del Este. Esta cifra cobra más relevancia cuando se observa la distancia con sus perseguidores: ya tienen tres partidos de ventaja sobre la zona de play-in, pero lo más llamativo es que los Knicks, segundos clasificados, están a solo dos victorias. La brecha se estrecha cada noche, y la sensación es que Boston podría escal posiciones con mayor rapidez de lo previsto.
La planificación inicial para este curso apuntaba a una reestructuración drástica. La franquicia quería evitar convertirse en un caso de estudio sobre cómo no gestionar el límite salarial, con una masa salarial que rozaba los 500 millones de dólares. La marcha de piezas clave como Jrue Holiday, Al Horford, Luke Kornet y Kristaps Porzingis, sumada a la lesión de Jayson Tatum, dibujaba un panorama complejo. Sin embargo, el vestuario ha respondido con una madurez que sorprende hasta a los más optimistas.
Actualmente, los Celtics poseen el segundo mejor ataque de toda la NBA, un dato que resulta asombroso teniendo en cuenta el talento que han perdido. La profundidad del banquillo ha sido clave, especialmente en el duelo del lunes en Boston contra estos mismos Pacers, donde Hugo González se erigió como un motor inagotable de energía en la segunda unidad. Su contribución fue decisiva para remontar una desventaja de veinte puntos en la segunda mitad.
El segundo enfrentamiento, esta vez en territorio enemigo, presentó un guion diferente pero el mismo final feliz para los de Massachusetts. El inicio fue desastroso: un 28-13 en el ecuador del primer periodo con los Pacers acertando sus seis primeros triples. Andrew Nembhard lideró esa embestida inicial con 18 puntos y 8 asistencias, demostrando un nivel que contrastaba con la crisis general de su equipo.
Los problemas con las faltas personales condenaron a Indiana, que vio cómo Boston cerraba el primer cuarto con un parcial de 39-28. La tormenta verdadera llegó en el segundo periodo: un huracán de 47-22 en doce minutos que sentenció el encuentro. Con seis triples anotados y un 68% de acierto en tiros de campo, los Celtics exhibieron un baloncesto fluido e implacable que no dio opción a la remontada local.
El lado opuesto de la moneda es dramático para los Pacers. El finalista de la NBA cuenta con un registro de 6-25 que le convierte en el peor equipo de la liga, un título que ha heredado tras la victoria de los Wizards sobre los Raptors. La situación es tan crítica que las comparaciones con el plan de Boston resultan dolorosas. Mientras los Celtics han sabido adaptarse, Indiana se hunde en un pozo sin fondo.
La lesión de Tyrese Haliburton, que se rompió el tendón de Aquiles en los playoffs al igual que Tatum, ha sido un golpe demoledor. Sin embargo, a diferencia de la estrella de Boston, el base no volverá a las pistas esta temporada. La certeza médica ha eliminado cualquier esperanza de una recuperación milagrosa, y el equipo ha perdido su eje ofensivo y referente emocional.
Rick Carlisle, un técnico de prestigio indiscutible, vive su particular calvario. Con siete derrotas consecutivas, la maldición del 999 acecha su expediente. Desde el día 8 de este mes, el entrenador está a un solo triunfo de alcanzar las 1.000 victorias en los banquillos de la NBA, una cifra que solo once técnicos han logrado en la historia. El hito se resiste, y cada partido que pasa aumenta la presión sobre un vestuario que parece haber perdido la fe.
El desarrollo de jóvenes talentos, supuestamente el único objetivo tangible de esta campaña, está siendo un fracaso estrepitoso. Bennedict Mathurin, de 23 años, y Jarace Walker, de 22, deberían haber aprovechado las circunstancias para consolidarse como pilares del proyecto. La realidad es que ambos están desaparecidos del radar, incapaces de tomar las riendas en una temporada donde tendrían minutos garantizados. Su falta de progresión es una de las peores noticias para una franquicia que necesita urgentemente encontrar una identidad más allá de Haliburton.
La gira de cinco partidos fuera de Massachusetts que acaba de comenzar servirá como termómetro real del potencial de estos Celtics. Jugar lejos del TD Garden siempre es un examen de fuego, pero el equipo ha demostrado una solidez mental que invita al optimismo. La capacidad de remontar en dos ocasiones consecutivas ante el mismo rival habla de una concentración y una capacidad de adaptación que no son comunes en equipos en reconstrucción.
El horizonte inmediato pasa por el cierre del mercado de traspasos el próximo 5 de febrero. Brad Stevens, el presidente de operaciones baloncestísticas, tiene la última palabra. La pregunta no es solo si buscará un refuerzo para el juego interior, sino si realmente necesita hacerlo. El rendimiento actual del plantel cuestiona la urgencia de cualquier movimiento, aunque la vuelta de Tatum podría cambiar el panorama por completo.
La incógnita sobre el regreso de la estrella franquicia planea sobre el equipo. ¿Cuándo y cómo volverá Tatum? Su recuperación del tendón de Aquiles es el asunto pendiente más importante. Si regresa con su nivel habitual, los Celtics pasarían de ser un equipo peligroso a un contendiente real al título del Este. La combinación de su talento con el momentum actual sería explosiva.
Mientras tanto, los Pacers deben encontrar algo de dignidad en una temporada que ya está perdida. La cifra de 6-25 no solo es humillante, sino que pone en riesgo el desarrollo de toda una generación de jugadores. La confianza es frágil en la NBA, y cada paliza recibida deja cicatrices. Rick Carlisle necesita encontrar un equilibrio entre competir y proteger la psique de sus jóvenes, una tarea que se antoja imposible cuando ni siquiera puede celebrar su hito personal.
La comparación entre ambas franquicias es inevitable. Mientras Boston ha transformado la adversidad en oportunidad, Indiana se ha hundido en la desesperación. Los Celtics juegan cada noche con un chip en el hombro, demostrando que el talento colectivo puede suplir las ausencias de estrellas. Los Pacers, por el contrario, parecen un equipo sin alma, esperando que el tiempo pase rápido y que la lotería del draft les devuelva la esperanza.
El baloncesto moderno premia la adaptabilidad, y Boston está dando una lección magistral. Su ataque, basado en el movimiento de balón y la lectura colectiva, no depende de un único jugador. Esta filosofía les ha permitido mantener el ritmo ofensivo incluso sin Tatum. La defensa, aunque menos brillante que en años anteriores, ha sido suficiente para contener a rivales en crisis como Indiana.
Para los Pacers, la solución no es tan simple. Sin su líder indiscutible, el equipo carece de dirección. Nembhard puede brillar en momentos aislados, pero no tiene la jerarquía para liderar un proyecto en reconstrucción. Mathurin y Walker, los elegidos para ese rol, están fallando estrepitosamente. La falta de confianza del cuerpo técnica es evidente, y sus minutos en pista son cada vez más irregulares.
El calendario no será benévolo con Indiana. Cada derrota aumenta la presión mediática y la frustración interna. La llegada a las mil victorias de Carlisle, un motivo de celebración en circunstancias normales, se ha convertido en una losa que pesa sobre todo el organigrama. El técnico necesita ese triunfo para respirar, pero el equipo no parece capaz de proporcionárselo.
En Boston, el ambiente es el opuesto. Cada victoria refuerza la creencia en el proyecto. La segunda unidad, liderada por perfiles como González, está ganando confianza y minutos decisivos. Esta dinámica crea un círculo virtuoso: los titulares descansan, los suplentes aportan, y el equipo gana. Es la receta perfecta para afrontar una temporada larga y exigente.
La próxima semana será crucial para ambas franquicias. Los Celtics continuarán su gira intentando consolidar su posición, mientras los Pacers buscarán desesperadamente una victoria que les devuelva algo de oxígeno. La NBA es una liga de momentum, y Boston lo tiene a favor. Indiana, por su parte, necesita un milagro deportivo para revertir la tendencia.
El análisis estadístico refuerza la impresión visual. Los números de eficiencia ofensiva de Boston están entre los mejores de la década para un equipo con tantas bajas. La capacidad de generar puntos desde múltiples fuentes los hace impredecibles y difíciles de defender. Los Pacers, en cambio, ocupan los últimos puestos en casi todos los indicadores relevantes: anotación, defensa, porcentaje de tiros y valoración global.
La lección es clara: la planificación es importante, pero la ejecución lo es todo. Boston ha sabido leer mejor las circunstancias y ha encontrado en su banquillo la solución a los problemas. Indiana se ha quedado anclada en la lamentación por sus percances, sin capacidad de reacción. La mentalidad ganadora no se compra con dinero, se construye con decisiones acertadas día tras día.
Cuando el 5 de febrero llegue, Brad Stevens tendrá una decisión compleja. ¿Molesta una maquinaria que funciona a la perfección? La tentación de esperar a Tatum es grande, pero la oportunidad de reforzar el juego interior con un contrato razonable podría ser demasiado buena para dejarla pasar. La historia de la NBA está llena de equipos que un fichaje oportuno catapultó a la gloria.
Mientras tanto, los Pacers solo pueden mirar al futuro con la esperanza de que la lotería les sonría. La temporada está perdida, pero el daño colateral puede ser aún peor si Mathurin y Walker no recuperan su confianza. El desarrollo de jóvenes es un proceso delicado, y el entorno actual en Indiana es tóxico para el crecimiento. Rick Carlisle tiene la experiencia para manejarlo, pero necesita ayuda que su plantilla no puede darle.
La NBA sigue su curso, y Boston ha decidido que su curso incluye pelear por el top-2 del Este. Los Celtics no han leído el guion de la reconstrucción, y por ahora, les está saliendo mejor que a quienes lo escribieron. El baloncesto tiene estas cosas: a veces, el corazón de un campeón late más fuerte que las hojas de cálculo de los ejecutivos.