En el corazón de Madrid, en una calle que hoy parece tranquila pero que en los años 70 vibraba con la energía de una España en transición, nació un espacio que cambiaría la historia de la música nacional. Juan Antonio Garvía, un joven de 22 años en 1978, soñó con crear un lugar donde la poesía y la canción pudieran respirar libres. Así nació El Rincón del Arte Nuevo, hoy la sala de música en directo más antigua de España, un santuario de talentos que han marcado generaciones.
Garvía no era un empresario convencional. Su pasión era el arte, y su visión, romper con el silencio impuesto por la dictadura. En aquel entonces, la cultura se movía en la sombra, y los espacios para expresarse eran escasos. Con un grupo de amigos, se lanzó a la aventura de comprar un local en la calle Segovia, un espacio en ruinas, con el suelo empapado y una moqueta inservible. Pero ellos no se rindieron: levantaron el piso, lo pintaron de rojo, y dieron vida a lo que sería un referente cultural.
El concepto inicial era Rincón Poético, un espacio donde los versos y las letras fueran protagonistas. Pero con el tiempo, la música tomó el protagonismo. Y no cualquier música: la que nacía de la autenticidad, de la emoción cruda, de voces que aún no tenían nombre pero que pronto lo tendrían. Aquí, en este pequeño escenario, se forjaron leyendas.
Joaquín Sabina, hoy ícono de la canción española, dio sus primeros pasos en este escenario. Garvía lo recuerda como un trabajador incansable, alguien que no se conformaba con lo fácil. Amaral, por su parte, era tímida, casi invisible en los ensayos, pero cuando subía al escenario, su voz se convertía en un huracán. Y luego está Melendi, cuya firma con una discográfica ocurrió casi por casualidad, como un descubrimiento de rebote que terminó siendo un éxito rotundo.
También pasaron por allí Quique González, quien conoció en el Rincón a Enrique Urquijo, y de esa conexión nació el himno Aunque tú no lo sepas. Y no podemos olvidar a Los Delinqüentes, cuyo primer contrato se firmó entre las paredes de esta sala. Cada uno de ellos, en su momento, encontró en el Rincón un hogar, un espacio donde probar, fallar, volver a intentar, y finalmente brillar.
La historia del Rincón no es solo la de sus artistas, sino también la de su fundador. Garvía, que formó parte del grupo Rinconete y Cortadillo, entregó su vida a este proyecto. No fue un camino fácil: los alquileres subieron, los espacios más grandes atrajeron al público, y muchas salas cerraron. Pero el Rincón resistió, gracias a la pasión de Garvía y, hoy, a la dirección de su hija, Sara Garvía, quien continúa el legado con la misma devoción.
En una entrevista reciente, Garvía recordó cómo todo empezó: con seis amigos, 100.000 pesetas cada uno, y un sueño que parecía imposible. "Estaba todo encharcado, la moqueta era un desastre", confiesa. Pero ellos no se rindieron. Levantaron el suelo, pintaron las paredes, y crearon un espacio donde la música podía nacer sin miedo. Y nació, con fuerza.
Hoy, el Rincón del Arte Nuevo sigue siendo un refugio para los amantes de la música en vivo. No es un escenario grande, ni lujoso, pero tiene algo que muchos lugares han perdido: alma. Es un lugar donde los artistas pueden ser ellos mismos, donde las letras importan más que los efectos, y donde el público viene no por el espectáculo, sino por la emoción.
Garvía, con su mirada serena y su voz tranquila, sigue siendo el guardián de este templo. No busca reconocimiento, ni gloria. Solo quiere que la música siga viva, que las nuevas generaciones encuentren en este espacio lo que él encontró hace casi 50 años: un lugar donde soñar, crear, y compartir.
En un mundo donde todo cambia rápido, el Rincón del Arte Nuevo es un recordatorio de que lo auténtico perdura. Y Juan Antonio Garvía, el hombre que lo fundó, es la prueba viviente de que un sueño, por pequeño que parezca, puede cambiar la historia de la música de un país entero.