El dilema europeo: restituir el arte saqueado

Alemania devuelve arte nazi, pero se resiste a devolver tesoros coloniales como el busto de Nefertiti o el Altar de Pérgamo.

Europa enfrenta un dilema ético y político: mientras avanza en la devolución de obras de arte expoliadas durante el nazismo, se resiste a repatriar tesoros obtenidos en contextos coloniales. Alemania, por ejemplo, ha mostrado una voluntad política clara en la restitución de bienes robados a judíos durante la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, cuando se trata de devolver piezas a antiguas colonias, su postura se vuelve ambigua, incluso reacia.

La Declaración de Washington de 1998 marcó un punto de inflexión en la devolución de arte nazi. Desde entonces, instituciones alemanas han investigado el origen de decenas de miles de piezas, creando un registro conjunto con el Archivo Federal y la Conference of Jewish Material Claims. Este esfuerzo ha permitido devolver obras a supervivientes del Holocausto o sus herederos, aunque el proceso sigue siendo lento y meticuloso.

En contraste, la repatriación de arte colonial avanza a paso de tortuga. Plataformas como Berlin Postcolonial y Decolonize Berlín denuncian la falta de voluntad institucional y el trato degradante que han recibido delegaciones de países como Namibia. Aunque en 2023 Alemania devolvió los primeros veinte bronces de Benín —parte de más de mil piezas en sus museos—, el gesto se percibe como simbólico frente a la magnitud del problema.

Dos piezas emblemáticas ilustran esta contradicción: el busto de Nefertiti y el Altar de Pérgamo. El primero, descubierto en 1912 por el arqueólogo alemán Ludwig Borchardt, sigue en el Nuevo Museo de Berlín, pese a las reclamaciones de Egipto. Alemania lo considera un símbolo cultural nacional, y su negativa a devolverlo se remonta incluso a la época de Hitler. El Altar de Pérgamo, excavado en Turquía y trasladado a Berlín en el siglo XIX, también permanece en Alemania, alegando un acuerdo histórico con el Imperio Otomano.

Italia también empieza a abordar su legado colonial. En Roma, el Museo de las Civilizaciones ha iniciado un proceso de revisión de sus colecciones, aunque aún está en fase temprana. La presión internacional y el creciente activismo global están obligando a los museos europeos a reconsiderar su papel como custodios de patrimonio ajeno.

La diferencia en el tratamiento entre arte nazi y arte colonial no es casual. Mientras el primero se asocia con crímenes de guerra y genocidio —y por tanto con una obligación moral clara—, el segundo se enmarca en un pasado imperial que muchos países prefieren no revisar. Pero la justicia histórica no puede ser selectiva. Devolver lo robado no es solo un acto de reparación, sino también un paso hacia la reconciliación y el reconocimiento de las heridas del pasado.

La comunidad internacional exige transparencia y acción concreta. Los museos europeos deben dejar de ver el patrimonio colonial como propiedad inalienable y empezar a considerarlo como un préstamo histórico que debe devolverse. Solo así podrán construir relaciones más justas y equitativas con los países de origen de estas piezas.

El arte no es solo belleza o historia: es memoria, identidad y justicia. Y mientras Europa siga reteniendo tesoros obtenidos por la fuerza, su compromiso con los derechos humanos y la ética cultural seguirá siendo incompleto.

Referencias