Pablo Urdangarín, de 24 años, acaba de dar un paso crucial en su carrera deportiva: debutar con la selección española de balonmano. Este logro no solo representa un sueño cumplido, sino también el fruto de años de esfuerzo, adaptación y superación personal. Aunque su nombre evoca un legado deportivo inmenso —su padre, Iñaki Urdangarín, es una leyenda del balonmano español—, Pablo ha sabido forjar su propio camino, marcando su territorio en la cancha con humildad y determinación.
Su debut llegó en dos partidos amistosos frente a Suecia, una de las potencias del balonmano mundial. En esos encuentros, Pablo no solo se estrenó con la camiseta roja, sino que además anotó sus tres primeros goles con la selección. Un inicio prometedor que refleja su crecimiento como jugador, especialmente tras su reconversión de extremo a lateral derecho en el Fraikin BM Granollers, su actual club. Esta transformación táctica, junto con su constancia, fue clave para que el seleccionador Jordi Ribera le diera la oportunidad que tanto esperaba.
En una entrevista reciente, Pablo confesó que el debut le generó más nervios de lo habitual, pero también una ilusión inmensa. "Me he quitado un peso de encima y ahora estoy mucho más tranquilo", aseguró. Destacó el apoyo de sus compañeros, quienes lo ayudaron a sentirse cómodo y a rendir con naturalidad. "Jugar contra Suecia, una de las grandes del mundo, fue un honor", añadió, subrayando la importancia de enfrentarse a rivales de alto nivel desde el primer momento.
Uno de los mayores desafíos que ha enfrentado Pablo no ha sido su rendimiento, sino la incertidumbre. "No saber cuándo iba a llegar la oportunidad y estar siempre preparado", explicó. Esa espera constante, esa tensión por demostrar que merece estar ahí, ha sido parte de su proceso. Pero ahora, con la llamada a la selección, todo ese esfuerzo cobra sentido. "Estoy muy agradecido a los entrenadores y a mis compañeros por confiar en mí", dijo, con una gratitud sincera.
Ser hijo de Iñaki Urdangarín y la infanta Cristina no es algo que se pueda ignorar. Pero Pablo ha aprendido a gestionarlo con madurez. "Yo me considero un jugador normal", afirmó. "Sé los nombres que tengo, pero intento que no me pongan de un lado ni de otro. Vengo a jugar y a pasármelo bien". Esta actitud le ha permitido mantener el enfoque en lo que realmente importa: su juego.
En cuanto a los pros y contras de su apellido, Pablo es claro: los contras son mínimos. "La gente puede decir lo que quiera, pero eso no me afecta mucho", dijo. En cambio, los pros son muchos. "Tengo a una leyenda del balonmano a mi lado, y eso es un recurso invaluable. Aún me queda mucho por aprender de él". Su padre, que disputó 170 partidos internacionales y ganó dos bronces olímpicos, ha sido su guía desde siempre, especialmente en momentos clave como su llegada al Barça, donde también tuvo que demostrar su valía.
Pablo no busca compararse con su padre, pero sí aprovechar su experiencia. "No estoy aquí por mis apellidos, estoy aquí por lo que me he ganado yo mismo", enfatizó. Esa mentalidad, combinada con su talento y trabajo, es lo que lo ha llevado hasta la selección. Y aunque reconoce que ha dudado de sí mismo en momentos difíciles, también sabe que su esfuerzo ha sido constante. "Yo también he dudado de mí, pero sé que me lo he currado", dijo con convicción.
Ahora, con el debut en la mochila, Pablo mira hacia adelante. Quiere que esta oportunidad no sea un punto de llegada, sino el comienzo de una etapa más larga con los 'Hispanos'. Su objetivo es seguir creciendo, seguir aprendiendo y, sobre todo, seguir demostrando que su lugar en la selección se lo ha ganado con sudor, sacrificio y pasión por el balonmano. Porque, al final, en la cancha, solo importa lo que haces con la pelota en las manos —y Pablo Urdangarín ya ha empezado a escribir su propia historia.