Desde las alturas del teleférico de Kotor, Montenegro se despliega como un lienzo de contrastes: picos montañosos que se zambullen en las aguas cristalinas del Adriático, fiordos inesperados en el sur del continente y fortalezas medievales que narran siglos de dominación extranjera. Este pequeño país de apenas 620.000 residentes y una extensión comparable a la provincia de Córdoba ha fijado una meta que desborda sus dimensiones geográficas: convertirse en el vigésimo octavo miembro de la Unión Europea para 2028.
En Podgorica, la capital, el lema "28 by 28" ha dejado de ser una simple consigna para transformarse en una hoja de ruta concreta. "Es una aspiración ambiciosa, pero alcanzable", sintetiza Johann Sattler, embajador de la UE en Montenegro, durante una reunión con corresponsales europeos. "Si el proceso de adhesión sigue su curso favorable, espero ser el último representante comunitario aquí. Tras la integración, una delegación perdería su razón de ser", añade desde las oficinas diplomáticas en Podgorica.
La senda hacia Bruselas comenzó a trazarse en 2006, tras el referéndum de independencia de Serbia donde el bando favorable superó por estrecho margen el umbral del 55% exigido por la UE. Aquel resultado, ajustado hasta el último voto, permitió a la república balcánica emprender una orientación decididamente occidental que materializó con su ingreso en la OTAN en 2017 y el inicio de negociaciones comunitarias en 2012.
Sin embargo, durante casi una década, el avance se estancó en lo que diplomáticos europeos califican como "estabilocracia". "Existía estabilidad, pero a costa de una concentración excesiva de poder", reconoce Sattler. "Durante un cuarto de siglo, un mismo partido y, en la práctica, una única figura política detentaron el control, lo que paralizó reformas esenciales", explica.
El ciclo se quebró en 2020 con la primera alternancia democrática real, un hito que marcó un punto de inflexión. Desde entonces, y especialmente tras los comicios de 2023, las autoridades comunitarias han detectado un cambio de ritmo notable. "El progreso tangible se ha concentrado en los últimos dos años", destaca el embajador.
Geográficamente, Montenegro es un territorio de extremos. Más del 80% de su superficie es montañosa, albergando el cañón más profundo de Europa -el del río Tara- y el fiordo más austral del continente. Su población, además de ser una de las más altas del planeta, ha construido una economía fuertemente dependiente del turismo, atraída por esa belleza escénica.
Pero más allá de la postal turística, el país se ha convertido en un laboratorio político de máximo interés para Bruselas. Su trayectoria pone a prueba la resiliencia del proyecto europeo en un momento en que este enfrenta crecientes desafíos internos: el avance de fuerzas populistas desde Portugal hasta Hungría, y las presiones externas, como las declaraciones de Trump favoreciendo la desestabilización del Viejo Continente.
El proceso de reformas ha cobrado velocidad en múltiples frentes. La lucha contra la corrupción, la mejora de la independencia judicial y la armonización legislativa con el acervo comunitario son prioridades. No obstante, persisten obstáculos significativos. La captura estatal durante años de gobierno autoritario dejó heridas profundas en las instituciones que requieren tiempo para sanar.
La sociedad montenegrina, por su parte, muestra un apoyo mayoritario a la integración europea, aunque la polarización política interna y las tensiones con vecinos como Serbia complican el panorama. La cuestión identitaria también juega un papel crucial: el debate sobre la lengua montenegrina versus serbia refleja divisiones que la élite política debe gestionar con habilidad.
Económicamente, el país necesita diversificar su modelo. La dependencia del turismo, si bien genera ingresos, lo expone a vulnerabilidades externas. La UE espera ver avances en la creación de un entorno más favorable para las inversiones y el desarrollo empresarial, alejado de los intereses clientelares que caracterizaron la era anterior.
El calendario es apretado. Para cumplir con el objetivo "28 by 28", Montenegro debe cerrar numerosos capítulos de negociación antes de 2026, lo que permitiría un período de ratificación por parte de los estados miembros. Cada trimestre cuenta. La Comisión Europea ha aumentado su asistencia técnica, conociendo que el éxito montenegrino enviaría una señal positiva a toda la región de los Balcanes Occidentales.
La sombra de Rusia y China, con sus inversiones selectivas y su influencia creciente en la zona, añade urgencia al proceso. Bruselas no puede permitirse perder terreno en una región estratégica. Por eso, el caso montenegrino se ha convertido en una prueba de fuego para la credibilidad de la política de ampliación.
Mientras tanto, en las calles de Podgorica y en los cafés de la costa adriática, la expectativa crece. Los ciudadanos perciben que la oportunidad histórica está al alcance, pero también conocen los riesgos de nuevas turbulencias políticas. La consolidación democrática es reciente y frágil.
Para Sattler, el escenario es claro: "Hemos pasado de la retórica a la acción. Las reformas ya no son papel mojado". Sin embargo, advierte que la velocidad dependerá de la capacidad de las fuerzas políticas montenegrinas para mantener el consenso reformista y de la voluntad de los estados miembros para no introducir nuevas condicionalidades que retrasen el proceso.
El reloj comunitario marca el tiempo. Si las reformas se consolidan y la geopolítica no introduce nuevas crisis, Montenegro podría convertirse en el primer país de los Balcanes Occidentales en unirse a la UE desde la adhesión de Croacia en 2013. Sería un logro simbólico y práctico para una Unión que necesita demostrar su capacidad de crecimiento y su atractivo en un mundo de bloques.
La meta "28 by 28" representa más que una simple fecha límite. Es un compromiso nacional con el cambio, una apuesta por la modernización y una señal de que incluso las naciones más pequeñas pueden tener ambiciones grandes. Desde las murallas de Kotor hasta las oficinas de Bruselas, Montenegro juega su partido más importante: el de su futuro europeo.