León XIV recupera la Misa de Navidad tras tres décadas

El Papa presidió la Misa de Navidad por primera vez desde 1994 y bendijo a la ciudad y al mundo con un mensaje centrado en Gaza y los migrantes.

El Pontífice León XIV ha inaugurado su primera Navidad al frente de la Iglesia Católica con un gesto de profundo calado simbólico y pastoral. Bajo una persistente lluvia romana y al son de las campanas de la basílica de San Pedro, el Papa ha recuperado una tradición que permanecía inactiva desde hacía tres décadas: la presidencia de la Misa de Navidad en el Vaticano, última vez celebrada por un Sumo Pontífice en 1994 con Juan Pablo II.

La jornada festiva del 25 de diciembre ha estado marcada por la Bendición Urbi et Orbi, el mensaje papal dirigido a la ciudad de Roma y a todo el mundo, uno de los momentos de mayor solemnidad en el calendario católico y, simultáneamente, una de las intervenciones geopolíticas más esperadas del año. Desde el balcón central de la basílica vaticana, el Santo Padre ha ofrecido su reflexión a las doce del mediodía, en un discurso que ha recorrido los principales focos de conflicto que azotan el planeta. La lluvia que caía sobre la plaza de San Pedro no ha impedido que su voz llegara a los miles de fieles congregados y, a través de los medios, a millones de personas en todo el globo.

En su alocución, León XIV ha hecho referencia expresa a numerosos territorios en situación de guerra y violencia. Entre ellos, ha mencionado Ucrania, Líbano, Palestina, Israel, Siria, Sudán, Sudán del Sur, Malí, Burkina Faso, República Democrática del Congo, Haití, Myanmar, Tailandia y Camboya. La enumeración, leída con tono pausado y preocupado, refleja la atención constante del Pontífice a las crisis humanitarias internacionales y su compromiso con la diplomacia de la paz. No se trata de una simple lista, sino de un recordatorio deliberado de las múltiples tragedias que coexisten en nuestro tiempo y que, con frecuencia, compiten por la atención mediática.

Una de las cuestiones que ha centrado su mensaje ha sido la situación de los migrantes y refugiados. El Papa ha recordado a "quienes huyen de su tierra en busca de un futuro en otra parte", haciendo mención específica a "los numerosos refugiados y migrantes que cruzan el Mediterráneo" y a quienes "recorren el continente americano". Esta referencia subraya una de las preocupaciones pastorales fundamentales de su pontificado, centrado en las personas en movimiento forzado y en las periferias existenciales. La migración, tema recurrente en su magisterio, adquiere en Navidad un carácter especialmente evocador, recordando la Sagrada Familia que también tuvo que huir y buscar refugio.

Sin embargo, ha sido el conflicto en Gaza el que ha ocupado un lugar destacado en sus palabras, tanto en la homilía de la Misa de Navidad como en la bendición posterior. El Pontífice ha descrito a la población de Gaza como un pueblo que "ya no tiene nada y lo ha perdido todo". Esta descripción contundente ha venido precedida por sus reflexiones durante la celebración eucarística, donde había manifestado la imposibilidad de "no pensar en las tiendas de Gaza, expuestas desde hace semanas a las lluvias, al viento y al frío". La crudeza de estas palabras refleja la gravedad con la que el Vaticano contempla la situación humanitaria en la Franja.

La imagen de las tiendas como metáfora de la fragilidad humana ha sido central en su homilía matutina. El Papa había destacado que, con el nacimiento de Jesús, Dios "plantó su frágil tienda entre nosotros", estableciendo un paralelismo entre la encarnación divina y la precariedad que sufren millones de personas en las zonas de conflicto. Esta interpretación teológica conecta la esencia de la Navidad con las realidades más dramáticas del presente, mostrando una Iglesia atenta al dolor humano. La elección de esta metáfora no es casual: vincula directamente el misterio de la encarnación con la experiencia de quienes han perdido sus hogares y viven en condiciones extremas.

La decisión de presidir personalmente la Misa de Navidad del día no es baladí. Como explica el historiador Roberto Regoli, profesor de Historia de los Papados de la Universidad Gregoriana de Roma, esta elección responde a una visión pastoral concreta. "Los obispos, los párrocos y los sacerdotes en Navidad celebran la misa de noche y la de día", señala el experto. "Esta elección le permite al Pontífice hacer lo que hacen todos los curas del mundo", añade Regoli en declaraciones a este medio. Esta coherencia con la práctica pastoral ordinaria refuerza la imagen de un Papa que, aunque con responsabilidades universales, comparte el mismo sacerdocio y las mismas celebraciones que cualquier párroco.

Más allá de la dimensión litúrgica, la presencia física del Papa en esta celebración conlleva un importante valor simbólico. Regoli habla de una "teología del cuerpo del Papa", donde "la presencia física del Pontífice, a través de gestos y símbolos que las personas aprecian y ven a través de las ceremonias, es un elemento fundamental con el que la Iglesia Católica comunica su visibilidad y acción en coherencia a las expectativas de su pueblo". Esta dimensión corporal del ministerio papal se manifiesta en la capacidad de comunicar a través de la mera presencia, más allá de las palabras. En una época de comunicación digital, el cuerpo visible del Papa se convierte en un signo de continuidad y estabilidad.

Este retorno a la presidencia de la Misa de Navidad diurna, por tanto, no es una mera cuestión protocolaria, sino una declaración de principios sobre el estilo de pontificado que León XIV quiere imprimir. Un estilo que busca la cercanía con la experiencia pastoral ordinaria, sin renunciar a la dimensión universal de su misión. El Pontífice, nacido en Estados Unidos como Robert Prevost, primera persona de su país en ocupar el trono de Pedro, establece así un puente entre la tradición milenaria y las expectativas de una Iglesia en constante transformación. Su origen americano le confiere una perspectiva particular sobre la migración y los desafíos globales.

La jornada ha combinado así lo local y lo universal, lo litúrgico y lo geopolítico. Por un lado, la recuperación de una tradición que acerca al Papa a la práctica de los sacerdotes de todo el mundo. Por otro, la intervención global que sitúa el Vaticano en el centro del debate internacional sobre paz y justicia. Esta dualidad caracteriza el pontificado de León XIV, que no renuncia a la autoridad moral de la institución pero la ejerce desde una cercanía pastoral que busca emular el modelo de los pastores locales. La Iglesia, en este modelo, se presenta como una comunidad de comunidades, donde el Papa es primus inter pares.

El mensaje de León XIV ha resonado bajo el cielo lluvioso de Roma, pero su eco pretende llegar mucho más allá: a las zonas de guerra, a las rutas migratorias, a los campamentos de refugiados y a todos aquellos lugares donde la esperanza navideña necesita traducirse en gestos concretos de solidaridad y paz. La conjunción de la celebración eucarística y la bendición mundial ha configurado una jornada que marca el carácter de un pontificado que se define por la atención a los más vulnerables y la coherencia entre palabra y acción. La lluvia sobre Roma, lejos de ser un obstáculo, se convirtió en un símbolo de compartición con quienes sufren en tierras lejanas.

En un momento en que el mundo enfrenta múltiples crisis simultáneas, la voz del Papa emerge como un recordatorio de la dignidad humana y la necesidad de soluciones pacíficas. Su llamamiento por Gaza, en particular, ha captado la atención internacional, al describir con crudeza la situación de una población civil atrapada en el conflicto. Las palabras sobre las tiendas expuestas a los elementos no son solo una descripción, sino una invitación a la comunidad internacional a no cerrar los ojos ante el sufrimiento. La comunidad internacional, parece decir el Papa, no puede celebrar la Navidad mientras ignora a quienes viven en la precariedad extrema.

La jornada navideña de León XIV, con su combinación de liturgia y diplomacia, de tradición y renovación, establece un precedente para su pontificado. Un pontificado que se presenta como cercano a los sacerdotes y fieles de base, pero también comprometido con los grandes desafíos de la geopolítica mundial. En definitiva, una Iglesia que mira hacia adentro para fortalecer su identidad y hacia afuera para servir a la humanidad en su conjunto. La Navidad de 2024 quedará así marcada por el retorno de una tradición y por la consolidación de una voz profética que no teme nombrar las injusticias del mundo.

Referencias

Contenido Similar