Bali frena el turismo descontrolado que devora sus campos de arroz

La isla indonesia sufre las peores inundaciones de la década mientras el gobierno prohíbe nuevas construcciones en tierras agrícolas para combatir el sobreturismo

En el pintoresco pueblo de Tegallalang, famoso por sus terrazas de arroz, Ni Kadek Amy observa con nostalgia cómo han desaparecido las luciérnagas de su jardín. "Antes brillaban por docenas en esa zona trasera, hasta que la proliferación de hoteles y villas iluminó demasiado el cielo nocturno", comenta esta residente cuyo alojamiento rural se asienta en el corazón de un subak, el ancestral sistema de irrigación balinés declarado patrimonio mundial por la Unesco. Este ingenio hidráulico, que ha sustentado la agricultura local durante siglos, ahora agoniza bajo la presión inmobiliaria de inversores extranjeros que convierten fértiles arrozales en zonas edificables.

La problemática ha alcanzado un punto crítico en las últimas semanas, cuando las peores inundaciones de los últimos diez años sacudieron la isla, dejando un saldo trágico de 19 fallecidos y anegando 112 barrios del sur de Bali. La catástrofe, declarada emergencia nacional en septiembre, ha desencadenado un intenso debate sobre la sostenibilidad del modelo turístico insular. Expertos, activistas ambientales y autoridades coinciden en señalar dos culpables principales: la emergencia climática global y la transformación desenfrenada de suelos naturales en cemento, lo que elimina las cuencas de absorción que la vegetación proporcionaba.

El investigador Djati Mardiatno, de la prestigiosa Universidad Gadjah Mada, ha alertado sobre esta dinámica devastadora. En un análisis difundido por su institución, el geógrafo explica que la tala masiva de bosques y la urbanización descontrolada impiden la infiltración natural del agua en el subsuelo. "Los factores externos, como el cambio climático, se ven agravados por problemas internos: una planificación territorial deficiente y un desarrollo urbano sin freno", enfatiza Mardiatno. La consecuencia es un ciclo vicioso donde cada gota de lluvia se convierte en una amenaza para las zonas pobladas.

Los datos cuantifican la magnitud del desastre ecológico. Tan solo en Denpasar, la capital provincial, se han perdido 784,67 hectáreas de arrozales entre 2018 y 2023, según registros oficiales. Esta conversión de tierras productivas en complejos turísticos y residenciales refleja una tendencia que ha explotado desde 2017, cuando el término overtourism (sobreturismo) comenzó a circular masivamente para describir destinos asfixiados por su propia popularidad, desde el Mediterráneo hasta el sudeste asiático.

La avalancha de visitantes es innegable. Bali recibió 6,3 millones de turistas internacionales en 2024, mientras que Indonesia en su conjunto acogió casi 14 millones. Las cifras de 2025 resultan aún más preocupantes: entre enero y octubre ya superaron los 5,8 millones, un incremento del 11% respecto al mismo período del año anterior. La concentración en zonas como Denpasar, Canggu, Seminyak, Kuta o Ubud ha creado una presión insostenible, exacerbada por inversores rusos que especulan con el mercado inmobiliario, comprando y revendiendo parcelas sin considerar el impacto territorial.

Ante este escenario, las autoridades han decidido actuar con contundencia. El gobierno provincial de Bali, respaldado por el Ministerio de Medio Ambiente indonesio, ha anunciado la suspensión inmediata de licencias para hoteles, restaurantes y establecimientos comerciales en tierras agrícolas productivas. La medida busca revertir la degradación ambiental y preservar los ecosistemas críticos que sustentan tanto la biodiversidad como la identidad cultural de la isla.

La iniciativa, sin embargo, enfrenta desafíos considerables. La presión económica del sector turístico, que representa una parte sustancial del PIB provincial, choca frontalmente con la necesidad de una reconversión hacia modelos más sostenibles. Los propietarios de pequeños negocios, como Ni Kadek Amy, se encuentran atrapados en una dicotomía compleja: dependen del turismo para su subsistencia, pero también sufren las consecuencias de su expansión desmedida.

El futuro de Bali pasa por redefinir su relación con el visitante internacional. La isla debe decidir si continúa como un destino de masas que consume su propio territorio o evoluciona hacia un turismo de calidad, respetuoso con sus paisajes y tradiciones. La supervivencia de los subak, de las luciérnagas y de la esencia misma de la isla depende de esta elección. El tiempo corre en contra: cada hectárea perdida es un pedazo de Bali que no volverá.

Referencias

Contenido Similar