Circunstancias, dignidad y segundas oportunidades

El viaje de seis presos de Picassent a Roma nos recuerda que, aunque no elegimos nuestro punto de partida, sí decidimos hacia dónde caminamos

Llega el final del año y con él, esa costumbre social de fingir que tenemos el control absoluto de nuestras vidas. Es el momento de los propósitos, de las listas de buenas intenciones y de la ilusoria sensación de que podemos planificar cada paso. Sin embargo, si la existencia nos ha enseñado algo a lo largo del tiempo, es que las circunstancias marcan la diferencia de forma indeleble. No es comparable venir al mundo en Kenia que hacerlo en Valencia. No equivale crecer en una mansión con vistas al Mediterráneo a hacerlo en un barrio sin infraestructuras básicas, donde las aceras son un lujo y las oportunidades, una quimera. El lugar de origen, el entorno familiar, el idioma materno, el color de piel, las creencias religiosas, el nivel económico… Todo aquello que no seleccionamos, pero que nos define antes incluso de que pronunciemos nuestra primera palabra. El azar del nacimiento determina más de nuestra trayectoria de lo que estamos dispuestos a admitir.

Esta misma semana he conocido la historia de Víctor Aguado, responsable de reinserción de la pastoral penitenciaria de la Comunidad Valenciana. Hace apenas unos días, acompañó a seis internos del centro penitenciario de Picassent hasta Roma para participar en el Jubileo de los presos, una iniciativa del Vaticano que reconoce la dignidad humana más allá de los errores cometidos. Seis personas privadas de libertad que cruzaron la Puerta Santa de San Pedro, que compartieron momentos íntimos con el Papa Francisco, que rezaron, lloraron y, sobre todo, sintieron que volvían a ser parte de algo sagrado, de una comunidad que no los juzgaba por su pasado.

Uno de esos seis hombres, cuya identidad se mantiene en el anonimato por respeto, compartió una reflexión que cala hondo en la conciencia colectiva: «Cuando entras en prisión, pierdes la libertad, pero también te arrebatan la dignidad». Y la dureza no reside únicamente en la condena legal, sino en esa mirada persistente de una sociedad que no olvida ni perdona, incluso después de haber cumplido la pena. Es la llamada doble condena: la judicial y la social. Este hombre se reencontró con su fe, pero lo más importante es que se reconcilió consigo mismo. Aprendió a perdonarse y a perdonar, lo que le permitió no fragmentarse por completo. Porque la prisión, si careces de raíces sólidas y de un sistema de apoyo, te desgarra el alma lentamente.

El viaje a Roma no fue un simple desplazamiento turístico. Fue una declaración de principios con valor simbólico enorme: ellos también cuentan, también sueñan, también merecen ser escuchados. Sí, cometieron errores, algunos de ellos graves y con consecuencias devastadoras, pero mantienen el derecho fundamental a intentar ser otras personas, a reescribir su historia. Víctor Aguado lo expresó con contundencia: «¿Por qué la sociedad continúa juzgando lo que ya fue juzgado? ¿Quién soy yo para señalar a alguien que ya pagó su deuda?». Estas preguntas nos interpelan directamente sobre nuestra capacidad de empatía y nuestra verdadera comprensión de la justicia.

El sistema penitenciario español, con tasas de reincidencia que superan el 30%, demuestra que el castigo sin rehabilitación es un camino sin salida. La reinserción no es un acto de caridad, es una inversión en seguridad y en humanidad. Cuando una persona sale de prisión sin herramientas, sin apoyo y sin oportunidades, el retorno es casi inevitable. El viaje de estos seis hombres representa un modelo diferente: uno donde la comunidad no se lava las manos, donde la responsabilidad es compartida.

Entonces comprendes que la existencia no se reduce a nuestras decisiones individuales. Se trata de oportunidades, de puertas que se abren o se cierran, de manos que se extienden o se retiran. La mayoría de esos presos nunca tuvieron opciones reales. Lo que tú recibiste por herencia —educación, redes de apoyo, referentes positivos, estabilidad económica—, a ellos se les negó sistemáticamente desde la infancia. Una circunstancia tristemente ilustrativa: mientras caía una DANA devastadora sobre la Comunidad Valenciana, el presidente Mazón estaba en un almuerzo institucional. No es un juicio personal, es una constatación de la desconexión entre quienes toman decisiones y las realidades que viven las personas en situación de vulnerabilidad. A veces, una elección aparentemente insignificante, un minuto, una comida, una calle, te sitúa al margen de la sociedad. Y después resulta tremendamente difícil regresar.

Se cierra el año y tal vez debamos agradecer nuestras circunstancias. O maldecirlas, si fueron injustas. Pero lo fundamental es mirarlas de frente, reconocer su peso sin dejarnos paralizar por ellas. Porque esa mezcla de azar y contexto que llamamos «vida» no la elegimos. Todos arrastramos las huellas de nuestro origen… y aunque no pudimos decidir dónde comenzó nuestra historia, sí tenemos el poder de determinar cómo queremos que termine. La segunda oportunidad no es un regalo, es un derecho. Y la verdadera justicia no se mide solo por la pena cumplida, sino por la puerta que se abre después. El reto no es olvidar el pasado, sino construir un futuro donde las circunstancias no sean una condena, sino un punto de partida.

Referencias

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