La actriz madrileña María Valverde da un giro profesional al situarse por primera vez al otro lado de la cámara. Su ópera prima como directora, El canto de las manos, llega a las salas cinematográficas españolas el próximo 12 de mes, y supone una declaración de intenciones sobre el poder transformador del arte. Acompañada de su esposo, el reconocido director musical Gustavo Dudamel, Valverde ha construido un relato que trasciende lo meramente musical para adentrarse en el terreno de la inclusión social y la superación personal.
El documental surge de una premisa sencilla pero profunda: la música no es solo entretenimiento, sino una herramienta capaz de modificar realidades. Esta convicción, compartida por la cineasta y Dudamel, materializa en el registro de una experiencia pionera: la representación de Fidelio, la única ópera de Ludwig van Beethoven, adaptada íntegramente a lenguaje de signos. La iniciativa busca abrir las puertas de la cultura clásica a una comunidad que tradicionalmente ha estado excluida de estos espacios.
El proyecto cobra especial relevancia por la participación del Coro de Manos Blancas, una agrupación venezolana compuesta por personas con discapacidad auditiva. Esta formación se integra dentro del Sistema Nacional de Orquestas y Coros Juveniles e Infantiles de Venezuela, popularmente conocido como El Sistema, la red educativa donde se formó el propio Dudamel. La presencia de este coro no es meramente simbólica, sino que constituye el núcleo narrativo del filme, permitiendo adentrarse en las trayectorias vitales de sus integrantes.
A través de las historias de Jennifer, Gabriel y José, tres de los protagonistas principales, el documental dibuja un mapa de resiliencia y esperanza. Sus testimonios revelan cómo el acceso a la música, adaptada a sus capacidades, se ha convertido en un vehículo de visibilidad tanto dentro de sus entornos familiares como en la sociedad en general. Valverde insiste en que, para estos jóvenes, el arte representa su "verdadera salvación cotidiana" y su forma de ser reconocidos como sujetos culturales activos.
La ópera Fidelio, con su argumento sobre la libertad y la justicia, resulta especialmente apropiada para este experimento. La puesta en escena, dirigida por Dudamel con motivo del 250º aniversario del nacimiento de Beethoven, se presentó en templos de la música mundial como el Walt Disney Concert Hall de Los Ángeles y el Gran Teatre del Liceu de Barcelona. Para la directora, estas actuaciones supusieron una celebración necesaria de la comunidad sorda en espacios donde habitualmente no tienen cabida, al tiempo que una reivindicación de justicia cultural.
El proceso creativo de Valverde ha sido orgánico y colaborativo. La cineasta describe su trabajo como un "proyecto vivo" donde los propios participantes fueron marcando el rumbo narrativo. En la sala de montaje, estas piezas cobraron forma definitiva, configurando lo que ella misma denomina "este cuento". La experiencia le ha permitido no solo explorar una nueva faceta profesional, sino también presenciar de primera mano cómo el esfuerzo de los jóvenes del coro ha modificado sus propias circunstancias.
La película ha recibido ya reconocimiento internacional, con una nominación a mejor documental musical por parte de la International Documentary Association. Este aval refuerza el carácter universal de una historia nacida en Venezuela pero con implicaciones globales sobre accesibilidad cultural y derecho a la belleza artística.
Valverde, quien debutó como intérprete en 2003 con La flaqueza del bolchevique, obra que le valió el Goya a Mejor Actriz Revelación, afronta ahora esta nueva etapa con la misma entrega. Su reflexión final apunta a una verdad esencial: el lenguaje, en todas sus formas, supera las barreras sonoras. La música, lejos de limitarse al ámbito acústico, se traduce en gestos, emociones y conexiones humanas que no requieren de la audición para existir.
El documental se erige así como un alegato contra la exclusión y a favor de una cultura verdaderamente democrática. A través del lente de una actriz convertida en directora, el espectador presencia cómo el arte se convierte en herramienta de transformación social, demostrando que las fronteras entre lo audible y lo visible son mucho más permeables de lo que tradicionalmente se ha creído.