Cuando Randal Kleiser se sentó frente a la cámara para hablar con Fotogramas, no solo recordó una película: revivió una época. Grease, ese musical vibrante de los años 70 que se convirtió en un fenómeno cultural, fue para Kleiser mucho más que un proyecto profesional. Fue una oportunidad, un desafío y, sobre todo, una lección de cómo el cine puede trascender lo comercial para convertirse en parte de la memoria colectiva.
Kleiser, entonces un director con poca experiencia en grandes producciones, fue elegido por el productor Allan Carr para dar vida a la adaptación cinematográfica del musical de Broadway. Paramount Pictures no le daba mucha importancia al proyecto, lo que, paradójicamente, le dio al equipo un espacio creativo inesperado. Sin presiones corporativas inmediatas, Kleiser pudo imprimirle un tono más fresco, juvenil y auténtico —algo que hoy reconocemos como la esencia de Grease.
Uno de los aspectos más reveladores de la entrevista es la relación entre Kleiser y John Travolta. El actor, ya conocido por su papel en La noche de la bestia, no era un principiante, pero sí un artista con una personalidad intensa. Kleiser recuerda con humor cómo Travolta exigía ser filmado desde su "lado bueno", una petición que, aunque parecía caprichosa, terminó influyendo en decisiones de producción. "La toma que él pidió fue la que quedó en el montaje final", confesó el director, reconociendo que, en ese caso, el instinto del actor tenía razón.
Pero no todo fue armonía. Kleiser relata un momento tenso durante el rodaje en la playa: una ola inesperada empapó a Travolta y Olivia Newton-John justo después de una escena clave. La reacción del actor fue inmediata y contundente. "Se enfadó mucho", dijo Kleiser, destacando que ese episodio mostró un lado más exigente y menos relajado del Travolta que él había conocido en El chico de la burbuja de plástico.
Sin embargo, más allá de los conflictos, lo que realmente define el legado de Grease es la química entre sus protagonistas. Y aquí entra otro dato fascinante: fue Travolta quien, con convicción, defendió a Olivia Newton-John ante los productores. Muchos dudaban de su capacidad para interpretar a Sandy, especialmente por su acento y su falta de experiencia en musicales. Pero Travolta creía en ella. Incluso se llegó a modificar el guion para que el personaje de Sandy fuera australiano, lo que ayudó a Newton-John a sentirse más cómoda y natural en su papel.
Este gesto no fue solo profesional: fue humano. Y refleja cómo, en un proyecto tan grande, las decisiones más pequeñas —como defender a un compañero— pueden cambiar el rumbo de una película. Kleiser lo reconoce con admiración: "La química entre ellos fue parte esencial del éxito". No fue solo talento, sino confianza, empatía y una conexión que el público percibió desde la primera escena.
Pero la influencia de Grease no se limita a la pantalla. Kleiser cuenta que, a lo largo de los años, ha recibido decenas de cartas y mensajes de personas que le han dicho cómo la película les ayudó a superar momentos oscuros. Algunos la vieron tras el 11-S, otros durante enfermedades graves o pérdidas personales. "Para muchos, Grease fue un refugio", afirma el director. Esa capacidad de consuelo, de evasión y de alegría pura, es lo que convierte a la película en algo más que un musical: es un compañero emocional.
Kleiser también habla de cómo el rodaje fue una experiencia de aprendizaje constante. Aunque no tenía una trayectoria consolidada en cine comercial, su sensibilidad y su visión personal le permitieron conectar con el espíritu adolescente de la historia. No buscó imitar el teatro, sino traducirlo al lenguaje del cine, con ritmo, color y emoción. Y lo logró.
Hoy, más de cuatro décadas después, Grease sigue siendo un referente. Sus canciones se siguen cantando en fiestas, sus coreografías se recrean en TikTok, y sus personajes siguen siendo iconos de la cultura pop. Pero detrás de ese brillo, hay historias humanas: actores que se enfrentaron, directores que confiaron en su instinto, y un equipo que, a pesar de las dificultades, creó algo que trascendió el tiempo.
En la entrevista, Kleiser no solo habla de cine. Habla de momentos, de decisiones, de errores y aciertos. Y, sobre todo, de cómo una película puede convertirse en un refugio para millones. Porque, como él mismo dice, Grease no es solo una historia de amor adolescente: es una historia de resiliencia, de amistad, de música y de esperanza.
Y si alguna vez te has preguntado por qué esta película sigue viva, la respuesta está en esos detalles: en la ola que empapó a Travolta, en el guion que se cambió para Newton-John, en las tomas que se eligieron por instinto, y en las personas que la vieron como un faro en la oscuridad. Porque, al final, el cine no solo entretiene: cura, une y transforma.