En el mundo del fútbol, hay jugadores que se ganan un lugar en la historia gracias a una carrera brillante, llena de títulos y actuaciones memorables. Pero también existen aquellos cuya fama se resume en un solo instante, un momento mágico que trasciende el tiempo y se convierte en leyenda. Mauro Bressan pertenece sin duda a este segundo grupo. A sus 54 años, sigue siendo recordado —y no le molesta en absoluto— por un gol de chilena que marcó ante el FC Barcelona en noviembre de 1999, cuando defendía los colores de la Fiorentina.
Aquella noche, en el Estadio Artemio Franchi, Bressan protagonizó una de las acciones más espectaculares de la historia de la Champions League. Con el balón botando en el aire, sin un centro claro desde ninguna banda, y con la espalda a portería, el centrocampista italiano se lanzó al vacío y conectó una volea de tijera que dejó sin reacción al portero Francesc Arnau. El estadio estalló. El gol no solo fue un momento de pura estética, sino también de increíble instinto y técnica. "Nunca he visto a nadie marcar con un balón aéreo, sin centro desde la derecha o la izquierda, como lo hice yo", confesó años después en una entrevista con La Gazetta dello Sport.
El entrenador Giovanni Trapattoni, presente en aquel partido, le dijo al final del encuentro: "Esto se recordará durante décadas". Y no se equivocó. Aunque el partido terminó en empate 3-3 —con goles de Rivaldo y Luis Figo por parte del Barça—, fue Bressan quien se llevó la ovación de la noche. Además de su gol, también asistió con un pase de tacón para el tanto de Abel Balbo, consolidando su noche como una de las más memorables de su carrera.
Para Bressan, aquel gol no fue solo un logro deportivo, sino también un sueño cumplido. "El estadio Franchi estaba a rebosar, las luces cegaban, el balón descendía lentamente, como una campana, y vi cumplido el sueño de aquel chico que ayudaba a sus padres trabajando de camarero en el restaurante familiar", recordó con emoción. Hoy, casi 30 años después, sigue viendo ese gol una vez al día. "Es mi recuerdo más preciado", admite.
En 2020, la revista France Football lo incluyó en el segundo lugar de los mejores goles de la historia de la Champions League, solo por detrás del mítico remate de Zinedine Zidane en la final de 2002 contra el Bayer Leverkusen. Bressan no duda en reconocer la belleza del gol de Zidane, pero insiste en que su propia chilena fue única: "Nadie ha marcado así. Sin centro, sin ayuda, solo con instinto y coraje".
También menciona el gol de Cristiano Ronaldo contra la Juventus en 2018, una chilena que muchos consideran perfecta. "Bromas aparte, el gol de Cristiano fue espectacular, pero el mío fue diferente. Fue mágico. Saqué algo de mí que ni yo sabía que tenía", confiesa. Y es que, aunque su carrera no estuvo llena de títulos ni grandes clubes —jugó en equipos como Perugia, Como, Foggia, Bari, Genoa, Venezia, Cagliari, Lugano y Chiasso—, ese gol lo inmortalizó.
Bressan asegura que no fue su única chilena. "En Coverciano, cuando era sub-18, marqué otra. Las practicaba en los entrenamientos, pero ese día ante el Barça fue mágico. Saqué algo de mí. Aquel niño que soñaba con jugar en grandes estadios lo logró, aunque solo por un instante".
Hoy, a los 54 años, Bressan vive tranquilo, alejado de los focos, pero con la satisfacción de saber que su nombre está grabado en la historia del fútbol. No necesita más. Ese gol, ese instante, esa chilena imposible, es suficiente. "No me arrepiento de nada. Tuve una carrera modesta, pero ese gol me dio más de lo que jamás imaginé", dice con una sonrisa.
En un deporte donde los récords y los títulos suelen ser la medida del éxito, Bressan es un recordatorio de que, a veces, un solo momento puede valer más que toda una carrera. Su gol no solo fue una acción técnica, sino también un símbolo: el de un jugador que, con humildad y talento, logró lo que muchos soñaron pero pocos consiguieron. Y aunque el tiempo pase, ese gol seguirá vivo, en los recuerdos de los aficionados, en los resúmenes de la Champions y, sobre todo, en la pantalla de Bressan, que lo ve cada día, como un regalo del pasado que sigue brillando en el presente.