Italia, una de las selecciones más laureadas de la historia del fútbol, se enfrenta a un nuevo desafío que podría convertirse en una humillación colectiva: quedar fuera de un tercer Mundial consecutivo. Tras dos eliminaciones en repesca, la Azzurra vuelve a la misma situación, esta vez con un panorama aún más desolador. La falta de talento ofensivo, la ausencia de figuras icónicas y una generación que no logra llenar los huecos dejados por leyendas como Totti, Buffon o Cannavaro, hacen que el futuro de la selección italiana sea incierto.
La fase de clasificación para el Mundial 2026 fue un calvario. Comenzó con una derrota contundente ante Noruega (3-0), y aunque logró remontar en partidos posteriores —incluyendo una épica victoria 4-5 ante Israel—, la falta de eficacia goleadora fue su talón de Aquiles. Mientras Italia luchaba por sumar puntos, Erling Haaland se convertía en una máquina de goles, anotando 16 tantos en la misma fase. Para ponerlo en perspectiva: el máximo goleador italiano, Matteo Retegui, con apenas 5 goles, no llegó ni a la mitad de la producción del delantero noruego. De hecho, Haaland marcó solo cinco goles menos que toda la selección italiana en conjunto.
La última jornada fue un drama en toda regla. Para clasificarse directamente, Italia necesitaba ganar a Noruega por al menos nueve goles de diferencia. Una misión casi imposible, y que terminó en fracaso. Peor aún: no solo no lograron el objetivo, sino que perdieron por 1-4 en el estadio Giuseppe Meazza, ante su afición. Esa derrota no solo selló su destino en repesca, sino que expuso la fragilidad de un equipo que ya no puede competir con los grandes.
La repesca, que ya se ha convertido en una rutina para Italia, no es un camino fácil. En los dos últimos intentos, la selección cayó en las eliminatorias finales, primero ante Suecia en 2017 y luego ante Macedonia del Norte en 2022. Ahora, con una plantilla que carece de estrellas globales, la tarea se antoja aún más complicada. Los nombres que hoy lideran la selección —Donnarumma, Bastoni, Barella, Di Lorenzo— son buenos futbolistas, pero no tienen el peso histórico ni el impacto decisivo que marcaron a generaciones anteriores.
La ausencia de figuras legendarias no es solo un problema de nombres, sino de identidad. Italia siempre se ha caracterizado por su solidez defensiva, su inteligencia táctica y su capacidad para brillar en los momentos clave. Hoy, esa esencia se ha diluido. Los jugadores actuales no tienen el carisma ni la capacidad de liderazgo que tuvieron figuras como Gattuso, Del Piero o Pirlo. Y eso se nota en el campo: falta personalidad, falta garra, falta ese instinto ganador que definía a la Azzurra.
El problema no es solo de selección, sino de sistema. En la Champions League, ningún equipo italiano ha ganado la competición desde 2010, cuando el Inter de Mourinho se coronó campeón. La Serie A, que alguna vez fue la liga más competitiva del mundo, ha perdido terreno frente a la Premier League, la Bundesliga y la Liga española. Los clubes italianos ya no atraen a las estrellas más grandes, y eso se refleja en la selección nacional. Sin jugadores de élite en sus filas, Italia no puede aspirar a competir con los mejores.
La solución no es inmediata. Requiere una reconstrucción profunda, desde las categorías inferiores hasta la selección absoluta. Se necesita invertir en formación, en táctica moderna, en mentalidad ganadora. Pero sobre todo, se necesita paciencia. Italia no puede volver a depender de un solo jugador o de un solo entrenador. Necesita un proyecto colectivo, con visión de futuro.
Mientras tanto, la repesca se avecina. Y aunque la Azzurra aún tiene una oportunidad, la realidad es que el fútbol italiano está en una encrucijada. O se reinventa, o se condena a seguir viendo los Mundiales desde el sofá. La historia no perdona a los que no evolucionan, y Italia, con tres Mundiales consecutivos en riesgo, está a punto de escribir un capítulo oscuro en su gloriosa historia.