En un mundo en constante transformación, donde los paradigmas económicos, sociales y tecnológicos se reconfiguran a velocidad vertiginosa, surge una pregunta fundamental: ¿qué papel deben desempeñar las empresas en la construcción de un futuro más humano y libre? Esta reflexión, planteada por Federico Linares, presidente de EY España, durante su intervención en el ciclo 'La libertad en el siglo XXI', invita a repensar el humanismo empresarial como eje central de la acción corporativa.
El contexto actual es complejo y multifacético. Geopolíticamente, asistimos a la consolidación de dos grandes autocracias, mientras que el sector privado adquiere un poder que, en muchos casos, supera al de los propios Estados. Este fenómeno ha sido bautizado por algunos como la ilustración oscura: un mundo donde la innovación y el progreso tecnológico no siempre van acompañados de justicia social o equilibrio ético.
Uno de los desafíos más urgentes es el cambio climático. Aunque muchos lo perciben como un problema lejano, la realidad es que ya estamos viviendo sus consecuencias. La metáfora de la rana que se cocina lentamente es especialmente ilustrativa: no nos damos cuenta del peligro hasta que es demasiado tarde. Se prevé que para 2030, la temperatura global habrá aumentado en 1,5 grados respecto a la era preindustrial, lo que traerá consigo fenómenos meteorológicos extremos, pérdida de biodiversidad y desplazamientos masivos de población.
Paralelamente, el reto demográfico es igualmente crítico. A principios del siglo XIX, la población mundial era de mil millones; hoy superamos los 8.000 millones, y se espera alcanzar los 9.000 en 2030. La esperanza de vida aumenta —87 años para las mujeres y 82 para los hombres—, pero los modelos laborales siguen siendo rígidos y binarios: trabajas o te jubilas, sin opciones intermedias. Este modelo obsoleto choca con la realidad de una sociedad envejecida y con una fuerza laboral que necesita flexibilidad, adaptabilidad y nuevas formas de contribuir.
La revolución tecnológica, por su parte, está transformando profundamente la manera en que generamos valor. Ya no es el trabajo humano el principal motor de la riqueza global, sino el capital y la innovación tecnológica. Un gráfico revelador muestra cómo, desde el año 2000, la participación de las rentas del trabajo en la generación de riqueza ha caído en picado, mientras que las rentas del capital han aumentado exponencialmente. Este desplazamiento, que se ha acelerado en los últimos 25 años, aún no ha incluido el impacto pleno de la inteligencia artificial.
Nueve de las diez empresas más valiosas del mundo son tecnológicas, y muchas de ellas ni siquiera existían hace una década. Esto no es casualidad: la tecnología está redefiniendo industrias enteras, desde la salud hasta la defensa, pasando por la genómica y la medicina personalizada. ChatGPT, CoPilot y otras herramientas de procesamiento de información son solo la punta del iceberg. Lo verdaderamente transformador está ocurriendo en ámbitos que afectan directamente a la vida humana.
En este escenario, el humanismo empresarial no es un lujo, sino una necesidad. Las empresas no pueden limitarse a generar beneficios; deben asumir un papel activo en la construcción de sociedades más justas, sostenibles y libres. Esto implica repensar modelos de trabajo, invertir en formación continua, promover la inclusión y adoptar prácticas éticas en la toma de decisiones.
La libertad, en este contexto, no es solo la ausencia de restricciones, sino la capacidad de elegir, de innovar, de participar y de contribuir. Las empresas tienen el poder —y la responsabilidad— de fomentar esta libertad, no solo entre sus empleados, sino en la sociedad en su conjunto. Esto requiere liderazgo visionario, coraje ético y una profunda comprensión de los desafíos globales.
En resumen, el futuro de las empresas no está en la maximización de beneficios a corto plazo, sino en su capacidad para ser agentes de cambio positivo. El humanismo empresarial debe ser el norte que guíe sus estrategias, sus inversiones y sus decisiones. Solo así podrán contribuir a un mundo más libre, más justo y más humano.
La reflexión de Federico Linares nos invita a no quedarnos en la superficie, sino a profundizar en lo que realmente importa: el papel de las empresas en la construcción de un futuro digno para todos. Porque, al final, la verdadera riqueza no se mide en beneficios, sino en impacto humano.