En España, una realidad cada vez más común está cambiando el rumbo de las vidas de miles de jóvenes: la imposibilidad de emanciparse. Según datos del Observatorio de Emancipación del Consejo de la Juventud de España, siete de cada diez jóvenes con empleo siguen viviendo en casa de sus padres. Y si nos centramos en los menores de 30 años, la cifra asciende al 85%. Solo un 15,2% de los jóvenes entre 16 y 29 años vive fuera del hogar familiar, un dato que marca el peor registro desde que se comenzaron a recopilar estadísticas en 2006.
Este fenómeno no es solo un dato estadístico, sino una ruptura profunda en el ciclo vital de la vivienda, según explica el arquitecto y divulgador Edu Saz. Para él, la vivienda no es solo un techo, sino la estructura que sostiene y da forma a las distintas etapas de la vida. Y en España, ese ciclo se ha roto en uno de sus puntos más críticos: la emancipación.
Saz propone entender este ciclo como una serie de escenas clave que marcan la evolución personal y social. La primera escena es la infancia y adolescencia, donde la vivienda es el hogar familiar. Aquí, las decisiones las toman los padres, y lo que importa es el entorno: el colegio, el parque, los amigos. Pero llega un momento en que el joven crece, y muchos —especialmente los que no viven en grandes ciudades— deben marcharse a estudiar. Esta es la segunda escena: la primera salida del hogar, normalmente a una residencia o piso compartido. Aunque no todos pasan por esta etapa, sigue siendo un hito importante en la transición a la autonomía.
La tercera escena, la más crítica, es la emancipación propiamente dicha. Aquí, el joven ya trabaja, gana su propio dinero y busca su primer alquiler —solo, con pareja o con amigos—. Es el momento en que se decide dónde vivir, y las prioridades son claras: proximidad al trabajo, precio asequible y acceso a zonas de ocio. Pero en España, esta etapa se ha vuelto casi inalcanzable. Los alquileres consumen más del 90% del salario medio de un joven si viviera solo, y la edad media de emancipación se ha disparado hasta los 30 años.
Esta situación no solo retrasa la independencia, sino que genera un círculo vicioso difícil de romper. Muchos jóvenes, aunque trabajen, no pueden ahorrar para alquilar o comprar, y terminan dependiendo de sus padres. Esto, a su vez, afecta a otros aspectos de la vida: la formación de parejas, la natalidad —que está en mínimos históricos— y la planificación familiar. La cuarta escena, la etapa familiar, en la que se busca una vivienda más grande, con mejor distribución y más luz, se retrasa o incluso se salta. Y con ello, también se posterga la quinta y última escena: el nido vacío, cuando los hijos ya han emprendido su propio camino.
La situación varía según la región. Madrid lidera la tasa de emancipación con un 17,9%, seguida de Cataluña con un 17,6%. Pero incluso en estas comunidades, la cifra ha caído en 3,8 puntos porcentuales respecto al último informe. Esto indica que, aunque hay diferencias regionales, el problema es generalizado y estructural.
Saz insiste en que este no es un problema individual, sino un fallo del sistema. La vivienda, que debería ser un pilar de la vida, se ha convertido en un obstáculo. Y esto tiene consecuencias sociales profundas: menor movilidad laboral, menor consumo, menor natalidad y una generación que se siente atrapada en un ciclo que no puede romper por sí sola.
¿Qué se puede hacer? Saz no ofrece soluciones mágicas, pero sí plantea una reflexión necesaria: si no se aborda el problema desde la política, la economía y la planificación urbana, el ciclo vital de la vivienda seguirá roto. Y con él, las vidas de miles de jóvenes que, en lugar de construir su futuro, están atrapados en el pasado.
La emancipación no es un lujo, es un derecho. Y en España, ese derecho se ha convertido en un privilegio al alcance de muy pocos. Es hora de replantear el modelo, porque si no lo hacemos, no solo estaremos fallando a una generación, sino que estaremos minando el futuro de todo el país.