Las elecciones presidenciales en Chile han dejado un escenario político profundamente transformado. José Antonio Kast, candidato del Partido Republicano y figura de la ultraderecha, se posiciona como el principal contendiente para la segunda vuelta del 14 de diciembre, tras obtener un 23,9% de los votos en la primera ronda. Aunque quedó por detrás de Jeannette Jara, candidata de la izquierda oficialista, quien logró el 26,8%, el resultado de Jara es el más bajo para la izquierda desde el retorno a la democracia en 1990.
Este desempeño no solo refleja una pérdida de apoyo, sino también una incapacidad para movilizar a un electorado que esperaba más de la coalición gobernante. Las encuestas preveían que Jara lideraría, pero no anticipaban que su porcentaje se quedaría tan lejos del 30% necesario para competir con cierta ventaja en la segunda vuelta. En cambio, Kast ha logrado consolidar un bloque de apoyo que incluye a otros candidatos de derecha, como Johannes Kaiser (13,9%) y Evelyn Matthei (12,46%), quienes ya han anunciado su respaldo público al candidato republicano.
La suma de estos tres candidatos supera con holgura el 50% de los votos, lo que coloca a Kast en una posición estratégica para ganar la presidencia. En contraste, la izquierda enfrenta grandes dificultades para ampliar su base electoral, lo que sugiere que su techo de apoyo podría estar cerca del 27%. Este escenario ha generado preocupación entre analistas y líderes políticos, quienes ven en el ascenso de Kast un reflejo de la frustración ciudadana con el gobierno de Gabriel Boric.
Durante los últimos cuatro años, el gobierno de Boric ha enfrentado múltiples desafíos: desde la gestión de la economía hasta la implementación de reformas sociales. Aunque el presidente llegó al poder con un discurso progresista y transformador, muchos de sus proyectos han sido percibidos como lentos o insuficientes. Esta percepción ha alimentado el descontento y ha abierto la puerta a fuerzas políticas más radicales, como la de Kast, que promete un cambio drástico y una vuelta a valores tradicionales.
La derrota de la derecha tradicional ha sido igualmente significativa. Chile Vamos, el bloque que agrupaba a los partidos históricos de la oposición, ha perdido 19 escaños en la Cámara de Diputados, pasando de 53 a 34. En contraste, el pacto Cambio por Chile, liderado por los republicanos y aliados libertarios, ha aumentado su representación de 15 a 42 diputados. En el Senado, los republicanos han pasado de un solo senador a siete, y junto con la derecha tradicional, controlarán 25 de los 50 escaños.
Este cambio en el equilibrio de poderes refleja una profunda transformación en el panorama político chileno. La hegemonía ya no está en manos de los partidos que lideraron la transición democrática, sino en los sectores más conservadores y radicales. Esta nueva configuración ha generado debates sobre el futuro de la democracia en Chile y sobre el legado del gobierno de Boric.
En las horas posteriores a la votación, muchos analistas se han preguntado qué falló en el gobierno para que sectores que no han cortado con la dictadura de Augusto Pinochet, como Kast y Kaiser, hayan logrado un 37% de los votos. Según Daniel Mansuy, académico del Centro Signos de la Universidad de Chile, tanto el gobierno como el Frente Amplio tienen una responsabilidad en este fenómeno. "No se pueden desentender de las consecuencias de sus decisiones", señaló Mansuy, destacando que la frustración ciudadana no es un fenómeno aislado, sino el resultado de expectativas no cumplidas.
El camino hacia La Moneda parece allanado para Kast, pero no está exento de desafíos. La segunda vuelta será crucial, y la izquierda tendrá que movilizar a sus bases y a los votantes indecisos para evitar una victoria de la ultraderecha. Además, el nuevo gobierno enfrentará una agenda compleja, con temas como la reforma constitucional, la economía y la seguridad ciudadana en el centro del debate.
En resumen, las elecciones chilenas han marcado un punto de inflexión en la política del país. La ultraderecha ha logrado consolidarse como una fuerza dominante, mientras que la izquierda se encuentra en una encrucijada. El próximo 14 de diciembre, los chilenos tendrán que decidir entre dos visiones muy distintas para el futuro de su país: una más conservadora y autoritaria, o una más progresista y social. La decisión no solo afectará a Chile, sino que también tendrá repercusiones en toda América Latina.