Álvaro Domecq: la tragedia que marcó su legado

El rejoneador jerezano, fallecido a los 85 años, vivió una profunda pérdida familiar en 1991 que lo marcó para siempre.

La muerte de Álvaro Domecq Romero a los 85 años ha dejado un vacío profundo en el mundo del toreo a caballo y en la sociedad jerezana. Reconocido por su elegancia en la arena y su compromiso con el arte ecuestre, Domecq no solo fue un torero, sino también un pilar de la tradición andaluza. Su trayectoria profesional, que abarcó desde su debut en Ronda en 1959 hasta su retirada en Jerez en 1985, lo convirtió en una figura emblemática. Pero detrás de su prestigio, se escondía una historia de dolor que marcó su vida de forma indeleble.

Nacido en el seno de una familia profundamente arraigada en la tauromaquia y la ganadería, Álvaro Domecq Romero fue hijo del también rejoneador Álvaro Domecq Díez y de María Josefa Romero. Desde niño, aprendió las artes de la equitación y el toreo bajo la tutela de su padre, lo que le permitió forjar una carrera brillante y respetada. En 1975, fundó en Jerez la Real Escuela Andaluza de Arte Ecuestre, un proyecto que no solo consolidó su legado, sino que también elevó el nivel de la doma clásica española a escala internacional.

Sin embargo, la década de los noventa supuso un giro trágico en su vida personal. En 1991, una terrible desgracia sacudió a su familia: sus cuatro sobrinas —María José, Valvanera, Esperanza y Patricia— perdieron la vida en un accidente de tráfico mientras se dirigían a la finca familiar de Los Alburejos. Las niñas, de 21, 15, 13 y 11 años, viajaban con su profesora, Manoli Puerto Galindo, quien también falleció en el siniestro. La mayor de las hermanas conducía el vehículo en el momento del accidente.

Este suceso devastador afectó profundamente a Domecq, quien, aunque nunca tuvo hijos propios, mantenía una relación muy cercana con sus sobrinas. La pérdida de las cuatro jóvenes, hijas de su única hermana Fabiola Domecq y su cuñado Luis Fernando Domecq Ybarra, fue un golpe emocional del que nunca se recuperó por completo. La familia Domecq, con raíces profundas en Jerez y emparentada con otras ramas como las de Inés y Mercedes Domecq, quedó profundamente marcada por esta tragedia.

Los años siguientes trajeron más duelos. En 1997 falleció su madre, María Josefa Romero, y en 2005 su padre, Álvaro Domecq Díez. Su hermana Fabiola, quien también sobrevivió a la tragedia de 1991, murió en 2020, dejando viudo a Luis Fernando Domecq. A pesar de estas pérdidas, Álvaro Domecq mantuvo su presencia activa en la vida cultural y social de Jerez, donde era profundamente admirado.

Su fallecimiento ha sido recibido con profundo pesar. El Ayuntamiento de Jerez decretó dos días de luto oficial en su honor, y la alcaldesa María José García-Pelayo destacó que “hoy es un día muy triste para Jerez porque perdemos parte de nuestra historia y de nuestras raíces”. Recordó además que su padre, también alcalde de la ciudad entre 1952 y 1957, formó parte de esa misma historia familiar que hoy se desvanece.

Álvaro Domecq no solo fue un torero, sino un símbolo de la tradición jerezana. Su legado va más allá de las plazas de toros: su compromiso con la educación ecuestre, su defensa de la cultura andaluza y su humanidad frente a la adversidad lo convierten en una figura atemporal. Aunque su vida estuvo marcada por la tragedia, su fortaleza y su dedicación a su arte lo convirtieron en un referente para generaciones de rejoneadores y amantes de la tauromaquia.

En un mundo donde las figuras públicas a menudo se reducen a sus logros, la historia de Álvaro Domecq nos recuerda que detrás de cada leyenda hay una persona con emociones, pérdidas y resiliencia. Su memoria perdurará no solo en los anales del toreo a caballo, sino también en el corazón de quienes lo conocieron y en la ciudad que lo vio nacer, crecer y dejar su huella indeleble.

Referencias