En el corazón de la Grecia central, en la región de Beocia, se alzaba hace más de tres milenios un lago imponente y cambiante: el Copaide. Su extensión, que podía alcanzar los 25 kilómetros cuadrados, lo convertía en el mayor cuerpo de agua interior del país. Pero su naturaleza volátil —con crecidas frecuentes y zonas pantanosas— dificultaba la vida y la agricultura en sus alrededores. Fue entonces cuando una civilización avanzada, los minias de Orcómeno, emprendió una obra sin precedentes: el drenaje parcial del lago, una hazaña de ingeniería hidráulica que precedió en más de mil años a los acueductos romanos.
Este proyecto, datado en torno al siglo XIV a. C., no fue un simple arreglo local, sino un sistema complejo diseñado para desviar los ríos que alimentaban el lago —como el Cefiso y el Melas— hacia sumideros naturales que conducían las aguas hasta el mar Egeo. La intervención permitió recuperar tierras fértiles y estabilizar el régimen hídrico, transformando una zona inhóspita en un espacio productivo y habitable.
Los estudios modernos revelan que la cuenca del Cefiso aportaba anualmente unos 179 hectómetros cúbicos de agua, mientras que el Melas sumaba otros 130 hm³. La combinación de estos flujos, junto con la ausencia de un desagüe natural, generaba inundaciones recurrentes. Los minias, con una visión estratégica, no solo resolvieron el problema, sino que crearon una infraestructura que sostenía su economía agrícola y comercial.
El centro de esta red hidráulica era la ciudad de Gla, una fortaleza palaciega rodeada de murallas ciclópeas. Desde allí, se gestionaba el nivel del agua, se almacenaban cosechas y se coordinaban las obras. Gla no era solo una ciudad, sino el cerebro técnico de un sistema que demostraba un conocimiento profundo del terreno, el clima y la hidrología.
Este logro no solo es un hito en la historia de la ingeniería europea, sino también un testimonio del ingenio humano en la Edad del Bronce. Mientras Roma aún no existía, los minias ya habían diseñado y ejecutado una obra de escala monumental, con impacto ecológico y económico duradero. Su legado, aunque parcialmente olvidado, sigue siendo un ejemplo de cómo la innovación puede transformar el entorno y sentar las bases de una civilización próspera.