En el norte de Navarra, donde el paisaje se dibuja con colinas pedregosas y campos que alternan tonos dorados y verdes, se alza una villa que desafía el paso del tiempo: Ujué. Este pequeño pueblo, también conocido como Uxue en euskera, es un tesoro medieval que invita a sus visitantes a retroceder siglos sin salir de sus calles empedradas. Su ubicación estratégica, elevada y vigilante, la convierte en una atalaya natural sobre la comarca, un lugar donde la historia no solo se cuenta, sino que se siente en cada piedra y en cada rincón.
A solo veinte minutos de Olite, Ujué se asienta en un entorno rural de excepción, descrito por National Geographic como un espacio entre colinas y campos suaves. Pero su belleza no es solo paisajística: su pasado es tan profundo como fascinante. Desde la Edad del Bronce, este lugar fue un centro de culto pagano, un punto de referencia espiritual para las comunidades que lo habitaron. Con el tiempo, se transformó en el primer bastión defensivo del Reino de Pamplona, consolidando su papel como enclave estratégico y simbólico en la historia de Navarra.
La espiritualidad de Ujué es una mezcla única de leyenda, fe y tradición popular. Según la historia oral, todo comenzó con un pastor que, mientras cuidaba su rebaño, vio una paloma blanca entrar y salir de una cueva en la roca. Intrigado, se acercó y descubrió una pequeña imagen de la Virgen. Este hallazgo fue interpretado como un milagro, y pronto los vecinos comenzaron a acudir al lugar para rendir culto. Así nació el primer santuario, que con el tiempo se convirtió en el núcleo de la población actual.
La paloma blanca se convirtió en el símbolo de Ujué, un emblema que aún hoy representa el origen mítico de la villa. Esta leyenda no solo dio forma a su identidad, sino que también marcó su destino espiritual, atrayendo a peregrinos y devotos a lo largo de los siglos.
Dominando el paisaje, la iglesia-fortaleza de Santa María se alza como un guardián de piedra sobre las casas del pueblo. Su origen románico fue transformado en los siglos XIV y XV bajo el reinado de Carlos II de Navarra, conocido como El Malo. Este monarca, fascinado por la devoción que despertaba el lugar, ordenó ampliar el templo con un estilo gótico y rodearlo de murallas y torres defensivas, convirtiéndolo en una fortaleza sagrada.
Pero la conexión entre Carlos II y Ujué no terminó con su vida. En su testamento de 1385, el rey dispuso que su corazón descansara en el interior de la iglesia, a los pies de la Virgen de Ujué. Hoy, ese corazón embalsamado se conserva en una arqueta en la cabecera del templo, un testimonio tangible del vínculo entre el monarca y este lugar de fe y poder.
Pasear por las calles de Ujué es como adentrarse en un escenario medieval perfectamente conservado. Sus calles estrechas y empinadas, sus casas de piedra caliza y su atmósfera tranquila transportan al visitante a otra época. Como señala Pueblos más bonitos de España, “el tiempo se detiene” en este entorno, donde cada esquina cuenta una historia y cada edificio guarda un secreto.
Además de su patrimonio arquitectónico y religioso, Ujué ofrece una experiencia cultural rica y auténtica. Sus fiestas, sus tradiciones y su gastronomía local invitan a los visitantes a sumergirse en la vida del pueblo, a conocer sus costumbres y a disfrutar de su hospitalidad. La villa también es un punto de partida ideal para explorar la comarca, con rutas de senderismo, viñedos y paisajes que cautivan a los amantes de la naturaleza.
En resumen, Ujué es mucho más que un pueblo medieval: es un lugar donde la historia, la leyenda y la fe se entrelazan para crear una experiencia única. Su belleza natural, su patrimonio histórico y su espíritu místico la convierten en un destino imprescindible para quienes buscan descubrir los rincones más auténticos de Navarra. Ya sea por su pasado pagano, su conexión real o su encanto medieval, Ujué es una villa que deja huella en quienes la visitan, un lugar donde el tiempo parece detenerse para permitirnos conectar con lo más profundo de nuestra historia.