El baloncesto internacional vive estos días una situación inédita que cuestiona los límites del sistema universitario estadounidense. James Nnaji, un pívot nigeriano de 2,13 metros y apenas 21 años, ha decidido dar un giro radical a su carrera. Tras ser seleccionado en el draft de la NBA y disputar competiciones profesionales en Europa, el exjugador del Barcelona se ha comprometido con la Universidad de Baylor para jugar en la NCAA durante la segunda mitad de la temporada. Una decisión que desata la polémica y que podría abrir la puerta a un cambio regulatorio inminente.
La trayectoria de Nnaji hasta este punto ha sido todo menos convencional. Llegó a España desde Hungría para incorporarse al filial del Barcelona, donde rápidamente llamó la atención por su portento físico y su potencial descomunal. Con solo 17 años, el joven interior ya debutaba en la Liga Endesa, dejando destellos de una proyección que muchos consideraban imparable. Su capacidad para dominar el aro, combinada con una movilidad inusual para un jugador de su envergadura, le convirtieron en una de las promesas más seguidas del panorama nacional.
Durante la campaña 2021-22, Nnaji amplió su expediente con trece encuentros de Euroliga bajo las órdenes de Sarunas Jasikevicius. A pesar de su juventud, demostró poder competir al más alto nivel continental, aunque su desarrollo técnico todavía requería pulido. La falta de minutos consistentes en un plantilla plagada de estrellas le llevó a buscar alternativas. Primero una cesión al Girona de la LEB Oro, posteriormente una aventura en Turquía con el Merkezefendi, siempre con la misma premisa: necesitaba pista para crecer.
El salto a la élite llegó en junio de 2023. La noche del draft, los Detroit Pistons le eligieron con el pick número 31. Inmediatamente, sus derechos fueron traspasados a los Charlotte Hornets, quienes a su vez los movieron a los New York Knicks en 2024. Sin embargo, y este es el detalle crucial, Nnaji nunca firmó un contrato profesional con ninguna franquicia. Sí participó en la Liga de Verano con los neoyorquinos, pero sin un vínculo laboral que le vinculara definitivamente a la liga.
Esa circunstancia, aparentemente menor, se ha convertido en la clave de su sorprendente regreso al ámbito universitario. La NCAA, el organismo que regula el deporte universitario en Estados Unidos, ha interpretado que al no haber percibido salario de una franquicia NBA, Nnaji conserva su elegibilidad como amateur. Una decisión que le ha concedido cuatro años de elegibilidad para competir con los Bears de Baylor, a pesar de haber cobrado sueldos en Europa y haber sido seleccionado en el draft hace dos años y medio.
El entrenador de Baylor, Scott Drew, ha celebrado la incorporación del nigeriano con entusiasmo desmedido. "Es un chico joven con mucho talento y muchísimo potencial, así que estamos felices de tenerlo en la familia de Baylor", declaró el técnico, consciente del golpe de efecto que supone para su equipo. Los Bears, líderes en su conferencia con un récord de 9-2, han sufrido una plaga de lesiones en su juego interior. La llegada de Nnaji les proporciona un refuerzo de lujo para la recta final de la temporada.
No obstante, la noticia ha caído como un jarro de agua fría en el seno del baloncesto estadounidense. Mientras en Baylor celebran lo que consideran un vacío legal perfectamente aprovechable, en el resto del país la reacción oscila entre la estupefacción y la indignación. Críticos y expertos cuestionan cómo es posible que un jugador drafteado, con experiencia profesional en Europa y cuyos derechos pertenecen a un equipo de la NBA, pueda competir contra estudiantes genuinamente amateurs.
El debate trasciende el caso individual. La NCAA se enfrenta a una crisis de legitimidad sobre sus normas de elegibilidad. El sistema, diseñado para proteger el carácter amateur del deporte universitario, muestra grietas evidentes. La distinción entre profesional y amateur se difumina cuando un jugador puede haber vivido de su deporte, haber sido reconocido por una liga profesional, pero mantener su estatus por una cuestión burocrática: la falta de una firma en un contrato.
Este movimiento de Nnaji y Baylor no es un hecho aislado. Llega en un momento en que la NCAA ya está bajo presión por múltiples demandas antimonopolio y la reciente autorización para que los atletas perciban beneficios por su imagen (Name, Image and Likeness). El caso del pívot nigeriano añade más leña al fuego de un sistema que muchos consideran obsoleto y necesitado de una reforma urgente.
Las implicaciones son potencialmente enormes. ¿Qué impediría a otros jugadores en situación similar seguir este mismo camino? Un drafteado que no recibe la oferta deseada podría optar por la vía universitaria como plataforma de desarrollo, manteniendo vivo su sueño NBA mientras compite a un nivel alto. Las franquicias, a su vez, verían cómo sus derechos quedan en un limbo temporal mientras el jugador sigue formándose sin coste para ellas.
Para Nnaji, la decisión es puramente deportiva. En Baylor encontrará los minutos que le faltaron en Europa y la oportunidad de pulir sus carencias técnicas bajo la tutela de un entrenador de prestigio. El sistema universitario le ofrece una vitrina inmejorable para reivindicarse ante los ojos de la liga que lo drafteó pero no lo fichó. Es, en esencia, un reinicio controlado de su carrera.
El tiempo dirá si este caso establece un precedente peligroso o una vía razonable de desarrollo. Lo cierto es que la polémica ya está servida y las altas esferas del baloncesto, tanto en la NBA como en la NCAA, tendrán que sentarse a analizar una situación que, hasta ahora, nadie contemplaba como posible. Mientras tanto, James Nnaji prepara su debut con Baylor, donde su simple presencia ya es un terremoto en sí mismo.