La garnacha regresa al Monasterio de Veruela tras dos siglos

La Denominación de Origen Campo de Borja replanta 300 cepas en el origen histórico de esta variedad aragonesa

La garnacha, una de las variedades de uva más ancestrales y adaptables del planeta, ha vuelto a sus raíces más profundas. Concretamente, a los jardines del Monasterio de Veruela, el emblemático enclave cisterciense que atesora la memoria vitivinícola de Aragón. La Denominación de Origen Campo de Borja ha liderado una iniciativa sin precedentes: el replantado de 300 vides en el mismo lugar del que partieron hace casi dos siglos, cerrando así un círculo histórico que une tradición, patrimonio y pasión por el vino.

Este ambicioso proyecto se enmarca dentro del programa Garnachas Históricas, una apuesta decidida por preservar el legado vitícola de una región donde los viñedos centenarios no son una excepción, sino una realidad cotidiana. En las laderas del Moncayo, donde el clima continental se deja sentir con rigores extremos y sequedades marcadas, la garnacha ha encontrado su hábitat ideal. Aquí, en este territorio singular, se cultivan cerca de 3.000 hectáreas de esta variedad, integradas dentro de la DO Campo de Borja, que en total abarca más de 15.000 hectáreas en toda la comunidad autónoma.

La historia que se rememora con este acto de replantación tiene su génesis en la Edad Media. Fueron los monjes del Císter, procedentes de la Borgoña francesa, quienes a su llegada a España en el siglo XII establecieron tres grandes monasterios en Aragón: Piedra, Rueda y Veruela. Fue en este último donde, según explica José Ignacio Gracia, secretario general del Consejo Regulador de la DO Campo de Borja, la garnacha comenzó a escribir su historia. "Los monjes se encontraron con una variedad autóctona que mostraba una resistencia excepcional a las condiciones adversas del entorno. Su capacidad para sobrevivir a la sequía y adaptarse a los suelos locales les convenció para aplicar sus conocimientos de viticultura borgoñona a esta cepa aragonesa".

De aquellas primeras plantaciones surgieron las cepas que, hace aproximadamente 200 años, viajaron desde los jardines del monasterio hasta Tabuenca, una localidad situada a unos 35 kilómetros de distancia cuyos viñedos forman parte de la denominación. Ahora, 320 de esas vides han emprendido el camino de regreso, reinstalándose en el lugar que las vio nacer. "Es un acto de reconocimiento a nuestros ancestros y, muy especialmente, a los monjes de Veruela, quienes tuvieron la visión de conservar, seleccionar y trasplantar este patrimonio genético que hoy es nuestra mayor riqueza", señala Gracia.

El proceso de retorno ha sido posible gracias a las técnicas tradicionales de propagación de la vid. La reproducción vegetativa permite transportar sarmientos con yemas viníferas de un emplazamiento a otro, preservando intactas las características genéticas de la variedad. Estos esquejes se han injertado en las raíces de las nuevas plantaciones del monasterio, asegurando la continuidad de la línea original que partió hace dos siglos.

El proyecto Garnachas Históricas no se limita a un mero acto simbólico. Su objetivo es doble: por un lado, salvaguardar las viñas centenarias que aún perduran en la zona; por otro, visibilizar el valor incalculable que representa esta variedad para el territorio. En Campo de Borja no es raro encontrar viñedos con edades que oscilan entre 30 y 50 años, pero también existen parcelas donde las cepas superan el siglo de vida, verdaderos monumentos vivos de la viticultura aragonesa.

La garnacha se ha consolidado como la variedad emblemática de Aragón, no solo por su longevidad, sino por su versatilidad. Su capacidad para producir vinos de distintos perfiles, desde los más frescos y afrutados hasta los más estructurados y complejos, la convierte en una herramienta fundamental para los viticultores de la región. Además, su rusticidad y adaptación al terruño del Moncayo la hacen resistente a los desafíos climáticos, una cualidad cada vez más valiosa en el contexto actual.

El secretario general del Consejo Regulador destaca que esta iniciativa refuerza la identidad de la DO Campo de Borja como garante del patrimonio vitícola. "No se trata solo de producir vino, sino de mantener viva la historia que hay detrás de cada cepa. Cada vid es un testimonio de nuestra relación con el territorio, de la sabiduría acumulada durante generaciones".

El jardín del Monasterio de Veruela se convierte así en un espacio vivo de memoria agraria, donde visitantes y expertos podrán contemplar la evolución de estas cepas y comprender mejor el vínculo entre el monacato medieval y el desarrollo de la viticultura moderna en Aragón. La presencia de estas 300 vides servirá como herramienta didáctica y como homenaje permanente a quienes, desde el siglo XII, supieron valorar el potencial de esta tierra y su fruto.

La colaboración entre la DO Campo de Borja y el Monasterio de Veruela representa un modelo de cómo las instituciones pueden trabajar conjuntamente para preservar el patrimonio cultural y natural. Este tipo de alianzas resultan esenciales para que las nuevas generaciones comprendan la importancia de la conservación y para que el sector vitivinícola mantenga sus raíces, literal y figuradamente, en el territorio.

El acto de replantar estas vides simboliza la continuidad de una tradición que ha resistido el paso del tiempo, las guerras y los cambios sociales. Es un recordatorio de que el vino no es solo un producto, sino el resultado de una simbiosis entre cultura, historia y paisaje. En cada botella de garnacha de Campo de Borja hay un pedazo de este legado, una gota de esa historia que ahora, con este gesto, vuelve a su punto de partida.

El futuro de la viticultura en Aragón pasa necesariamente por la valorización de estas variedades autóctonas y de los paisajes que las albergan. La garnacha, con su capacidad de adaptación y su carácter único, seguirá siendo la protagonista de esta historia. Y el Monasterio de Veruela, testigo silencioso de siglos de tradición, volverá a ver crecer las cepas que alguna vez sus monjes cuidaron con esmero, cerrando un ciclo que une el pasado con el presente y proyecta el legado hacia el futuro.

Referencias

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