Joaquín Sabina ha puesto el broche final a una trayectoria musical que ha definido varias generaciones. Con 76 años, el cantautor ubetense despidió su carrera sobre los escenarios en Madrid, la ciudad que le acogió cuando apenas superaba la treintena y que se convirtió en el escenario principal de su particular ópera rockera. Fue en la capital española donde sus letras encontraron su caldo de cultivo perfecto, donde cada esquina se convirtió en inspiración y cada noche en material para canciones que se convertirían en clásicos.
Durante décadas, Sabina cultivó con esmero su imagen de bala perdida, un personaje noctámbulo que cantaba a los excesos, los amores imposibles y las madrugadas eternas. Llegó a la capital española con la maleta llena de sueños y una sed insaciable de vivir. Aquel joven de 30 años se propuso devorarse el mundo, y lo consiguió. Las noches madrileñas fueron su particular universidad, sus calles el papel donde escribir las letras que millones tarde o temprano aprenderían de memoria. Bares como La Vía Láctea, El Sol o el Café Central fueron sus aulas, y sus compañeros de fatigas, una generación de artistas que convirtieron la movida madrileña en leyenda.
Pero el tiempo, ese maestro implacable, moldea hasta a los más rebeldes. El paso de los años ha forjado en Sabina una versión más reflexiva, más pausada. La transformación no ha sido repentina, sino el resultado de una lenta cocción a fuego lento, donde el ingrediente principal ha sido el amor. Los excesos que antes eran combustible para su creatividad se han convertido en recuerdos que, si bien no niega, ya no necesita repetir. La sabiduría llega cuando uno deja de buscarla desesperadamente.
Hace tres décadas, Jimena entró en su vida para no salir de ella. Desde entonces, la pareja del cantautor se ha erigido como el ancla emocional que ha permitido a Sabina navegar por mares cada vez más tranquilos. En una reciente conversación, el artista reconoció abiertamente el peso específico de su compañera en su evolución personal: 'Llevo 30 años con la Jime y ella tiene mucho que ver en mi cambio de vida. Hace tiempo que no quiero ir a ningún sitio donde no esté ella'. Esta confesión, lejos de ser un simple gesto romántico, revela una verdad profunda sobre la madurez y la necesidad de anclaje emocional.
Esta declaración, tan sabiniana en su aparente sencillez, esconde una profundidad emocional que trasciende el simple romanticismo. Habla de una madurez alcanzada después de años de excesos, de una conciencia plena de que la verdadera riqueza no está en las noches sin fin, sino en la compañía de quien elige estar a tu lado cuando las luces se apagan. Los 30 años de relación no son solo un número, sino una construcción diaria de confianza, respeto y complicidad que ha resistido los embates de la fama, la enfermedad y el paso del tiempo.
El ictus que sufrió hace algunos años marcó un antes y un después no solo en su salud, sino en su filosofía de vida. Aquel episodio, que mantuvo a sus seguidores en vilo, se convirtió en el catalizador de una serie de cambios que ya venían gestándose. Fue entonces cuando las palabras de Voltaire cobraron nuevo sentido para él: 'quien vive prudentemente vive tristemente'. Sabina ha encontrado el equilibrio perfecto entre la prudencia y la alegría, demostrando que no son conceptos excluyentes. La enfermedad le obligó a frenar, pero Jimena le dio las razones para hacerlo sin miedo.
En la entrevista concedida en Nueva York, previa a su histórico concierto en el Madison Square Garden, el cantautor reflexionó sobre cómo habría sido su existencia sin la presencia de Jimena. Su respuesta, llena de la ironía y el arte que le caracterizan, dejó claro que algunos encuentros no son fruto del azar, sino de la necesidad. La pregunta hipotética sobre una vida sin ella le permitió desplegar todo su ingenio, demostrando que el humor y la autocrítica siguen siendo sus mejores armas.
Madrid ha sido testigo de esta metamorfosis. La ciudad que vio llegar a un soñador sediento de libertad, ahora ve partir a un hombre completo, satisfecho y en paz. El último concierto no fue un adiós, sino un 'hasta aquí' elegante, una forma de cerrar el círculo con la misma dignidad con la que se abrió. El WiZink Center, o cualquier otro escenario madrileño donde se produjera ese último concierto, se convirtió en el lugar donde el mito se despidió para convertirse en hombre de carne y hueso.
El legado de Sabina queda intacto. Sus canciones seguirán siendo la banda sonora de miles de vidas, pero ahora sabemos que detrás de cada verso hay una historia de redención, de amor constante y de una mujer que consiguió lo que parecía imposible: hacer que una bala perdida encontrara su blanco definitivo. Discos como '19 días y 500 noches', 'Física y química' o 'Vinagre y rosas' cobran ahora un nuevo significado cuando se escuchan a la luz de esta transformación personal.
La transformación del artista es un recordatorio poderoso de que nunca es tarde para cambiar, para priorizar y para reconocer que la verdadera revolución no está en la fuga hacia adelante, sino en la capacidad de volver a casa. En un mundo que celebra la juventud eterna y la negación del paso del tiempo, Sabina ha elegido envejecer con honestidad, reconociendo sus limitaciones y celebrando lo que realmente importa. Su historia con Jimena no es solo un epígrafe romántico en la biografía de un rockstar, sino la prueba de que el amor maduro puede ser la mayor de las aventuras.