La política española actual presenta inquietantes paralelismos con la famosa batalla de Trafalgar. Aquella contienda naval del siglo XIX donde la flota británica, en formación de línea, derrotó a las armadas francesa y española. Hoy, en el escenario político nacional, la formación más numerosa ha optado por una estrategia similar: desplegar sus fuerzas en hilera para maximizar su capacidad de fuego contra un adversario visiblemente debilitado.
La escuadra popular, con sus fragatas autonómicas, navega en dirección coordinada hacia un objetivo común: agotar al PSOE y hundir la nave insignia de Pedro Sánchez. No se trata de un asalto directo mediante una moción de censura, sino de una guerra de desgaste prolongada, apoyada por la mayoría de los grandes medios de comunicación con sede en Madrid.
El plan de batalla es metódico y se extiende durante meses. Comenzó con las elecciones en Extremadura, continúa con Aragón el 8 de febrero, sigue con Castilla y León el 15 de marzo y culminará en Andalucía durante el mes de junio. Cuatro citas electorales consecutivas diseñadas para mantener al gobierno socialista en estado de alerta constante, consumiendo recursos y perdiendo fuelle político.
El escándalo continuo como táctica de guerra
Esta no es la primera vez que el PSOE enfrenta tal embate. En los años noventa, Felipe González ya vivió una situación comparable. El caso Filesa, que investigaba la financiación irregular del partido, el escándalo del gobernador del Banco de España Mariano Rubio acusado de corrupción, y la espectacular fuga del director de la Guardia Civil Luis Roldán a Tailandia, conformaron un cocktail explosivo.
En aquella época, se intentó colgar a González la etiqueta de los GAL, los grupos antiterroristas que actuaron fuera de la legalidad. Curiosamente, el día que abandonó el poder, esa acusación se desvaneció. Hoy, González es tratado como un estadista por muchos de los que entonces clamaban por su encarcelamiento como jefe de una organización criminal.
El paralelismo con Sánchez es inquietante. Actualmente se le presenta como el líder de una supuesta banda de delincuentes, a pesar de que ninguna acusación judicial pesa sobre él en estos momentos. La pregunta que surge es si, una vez fuera del poder, le permitirán la misma transición que a González o si, por el contrario, la presión continuará.
La ley de amnistía, aprobada recientemente, pesa como una losa en este escenario. Su aplicación, lejos de cerrar heridas, ha generado nuevas líneas de ataque para la oposición, que la utiliza como prueba de la supuesta connivencia del gobierno con el independentismo.
El papel del PNV como factor decisivo
En esta batalla naval, no todo depende de las dos flotas principales. Existe un tercer actor que podría convertirse en el artillero decisivo: el Partido Nacionalista Vasco. Su posición recuerda a la que ocupó en mayo de 2018, cuando su apoyo fue fundamental para derrocar a Mariano Rajoy mediante una moción de censura.
Ocho años después, los dirigentes de Sabin Etxea podrían repetir la jugada, pero esta vez en sentido inverso. Si las acusaciones de financiación irregular del PSOE ganan peso judicial, el PNV podría retirar su apoyo a Sánchez, propinando la estocada final a su gobierno.
Esta maniobra tendría un doble objetivo. Por un lado, permitiría al PNV buscar una línea de entendimiento con Alberto Núñez Feijóo, líder del PP, sin la presencia de Vox como condicionante. Por otro, abriría la puerta a una fórmula de concertación que, según algunas especulaciones, podría incluir tanto a socialistas como a exponentes del catalanismo moderado.
La clave estaría en construir un escenario de estabilidad que evite los extremismos y garantice una cierta continuidad de las políticas de convivencia territorial. Una especie de gobierno de concentración que, sin ser formalmente una coalición, permitiera gobernar con el apoyo de fuerzas nacionalistas y socialistas.
El desenlace incierto
La estrategia de formación de línea del PP presenta riesgos evidentes. Cada elección autonómica es una batalla en sí misma, y una derrota inesperada en alguna de estas citas podría alterar por completo los planes. Además, el desgaste no afecta solo al gobierno; también consume recursos y energías al propio partido opositor.
Para Sánchez, la supervivencia pasa por mantener unida su flota y evitar que las acusaciones, aunque no tengan fundamento judicial, terminen por minar su legitimidad política. La experiencia de González demuestra que, en política, las etiquetas pueden ser tan dañinas como las condenas.
El escenario más probable es que estas elecciones autonómicas configuren un clima plebiscitario de cara a unas elecciones generales anticipadas. Si el PSOE consigue resistir el fuego de la formación en línea, podría reforzar su posición. Si sucumbe, el PNV tendrá en sus manos la decisión de quién ocupa La Moncloa.
Como en Trafalgar, la victoria no depende solo del número de barcos, sino de la capacidad de maniobra, de la precisión del fuego y, sobre todo, de saber leer el viento político que sopla en cada momento. La batalla está servida y el mar de la política española se agita con fuerza.