Pedro Pascal ha cerrado el año 2025 consolidándose como una de las figuras más relevantes del panorama audiovisual internacional. El actor de origen chileno, nacionalizado estadounidense, ha transformado su carrera de forma exponencial, pasando de ser un rostro conocido en series de culto a convertirse en un referente de la nueva masculinidad en Hollywood. Este año, en particular, ha resultado ser un punto culminante en una trayectoria que parece no tener techo.
El ascenso meteórico de Pascal comenzó hace más de una década, cuando dio vida a dos personajes que le catapultaron a la fama global. Por un lado, su interpretación del carismático Oberyn Martell en la cuarta temporada de Juego de Tronos dejó una huella indeleble en la memoria colectiva de los espectadores. Paralelamente, su papel como Javier Peña en la serie Narcos le situó en el radar de los grandes estudios cinematográficos. Desde entonces, su presencia en la industria no ha hecho más que crecer de forma imparable.
Durante el año que termina, Pascal ha demostrado una versatilidad asombrosa. Su regreso como Joel Miller en la segunda entrega de The Last of Us ha sido recibido con aclamación unánime, consolidando la serie como uno de los mayores éxitos de HBO. Pero su actividad no se ha limitado al terreno televisivo. En el ámbito cinematográfico, su participación en Los 4 Fantásticos: Primeros pasos marca su debut oficial en el Universo Cinematográfico de Marvel, una incorporación que los fans llevaban años demandando.
Además de su incursión en el mundo de los superhéroes, Pascal ha formado parte de proyectos de autor de gran prestigio. Materialistas, la nueva película de Celine Song; Eddington, dirigida por Ari Aster; y Freaky Tales, una comedia de acción que actualmente solo se puede disfrutar mediante plataformas de alquiler, completan un currículum envidiable. No obstante, entre todas estas colaboraciones, una ha dejado una marca especialmente profunda en el actor: su encuentro con el cineasta español Pedro Almodóvar.
Hace aproximadamente dos años, Pascal tuvo la oportunidad de trabajar junto a Ethan Hawke en Extraña forma de vida, un cortometraje western dirigido por el maestro manchego, ganador de dos premios Oscar. Esta pieza, presentada en la 76ª edición del Festival de Cine de Cannes, representó para Pascal mucho más que un simple proyecto profesional. Se trató de un encuentro artístico que transformó su percepción sobre el séptimo arte.
El propio Almodóvar definió esta obra como una creación única en su género. Críticos especializados como Alejandro G. Calvo señalaron que el corto no se asemejaba a ningún western previo, calificándolo como una concepción de autor extrema, marciana y radical. Para Pascal, la experiencia supuso la materialización de un sueño profesional que perseguía desde hacía años.
La admiración del actor hacia el director español no es reciente. En declaraciones a Vanity Fair, Pascal confesó que su primer contacto con el universo almodovariano se produjo con Mujeres al borde de un ataque de nervios, película que le impactó de tal manera que desde entonces no se ha perdido ninguna obra del cineasta manchego. Su fascinación por el estilo visual y narrativo de Almodóvar le llevó a considerar sus películas como experiencias cinematográficas peligrosas, llenas de color, historia, actuaciones memorables, y un equilibrio perfecto entre humor y drama.
El proceso de trabajo junto a Almodóvar resultó ser todo lo que Pascal había imaginado y más. El actor describió la conexión con el director como algo natural y profundo, capaz de generar simultáneamente tranquilidad y alerta en el equipo. Esta dualidad en la dirección, que combina la serenidad con la exigencia creativa, es precisamente lo que hace único el método almodovariano. Pascal no dudó en afirmar que extraña esa experiencia y que piensa en el cineasta a diario, un testimonio que revela el impacto emocional y profesional de la colaboración.
La importancia de este encuentro trasciende lo anecdótico. Para un actor formado en el sistema estadounidense, donde la producción industrial a menudo prima sobre la visión autoral, trabajar con un creador como Almodóvar representa una masterclass en cine de autor. El cortometraje, aunque no será recordado como la obra cumbre del director, sirvió como vehículo para una transmisión de conocimiento y pasión que Pascal valora por encima de cualquier blockbuster.
La filmografía reciente de Pascal demuestra una estrategia clara: alternar proyectos comerciales de gran presupuesto con propuestas arriesgadas de directores consagrados. Antes de Almodóvar, ya había trabajado con Ridley Scott en la secuela de Gladiator, esperada durante 24 años, y con Ethan Coen en Dos chicas a la fuga. Sin embargo, es su experiencia con el cineasta española la que más ha marcado su concepción del oficio.
Mirando hacia el futuro, el horizonte de Pascal sigue siendo prometedor. Con la próxima entrega de Vengadores en el horizonte y la película de Star Wars centrada en The Mandalorian y Grogu, su presencia en las grandes franquicias está asegurada. Pero lo que realmente define su legado es esta capacidad de moverse entre dos mundos: el cine de masas y el cine de autor, sin perder autenticidad en ninguno de ellos.
La reflexión de Pascal sobre su trabajo con Almodóvar nos recuerda que, en una industria dominada por los números y los estrenos masivos, el encuentro entre un actor y un director visionario puede generar algo más valioso que cualquier taquilla: una transformación artística genuina. Su testimonio no solo honra al cineasta manchego, sino que también invita a valorar las experiencias creativas que nos desafían y nos hacen crecer profesionalmente.
En definitiva, el año 2025 ha sido para Pedro Pascal una confirmación de su estatus como actor de primer nivel, pero también una celebración de aquellas colaboraciones que van más allá de lo profesional para tocar lo personal. Su experiencia con Pedro Almodóvar quedará como uno de esos momentos definitorios que todo actor desea vivir, y que pocos tienen la suerte de experimentar. La industria del entretenimiento necesita más de estas conexiones genuinas que enriquecen no solo a los creadores, sino también al público que consume sus obras.