Innato: cuando Netflix domestica el thriller español
La plataforma de streaming más popular del mundo tiene fama de moldear sus producciones con mano de hierro. Historias de creadores que ven limitada su visión artística circulan con insistencia. En este contexto, la reciente serie española Innato aparece como un producto paradójico: un thriller competente que, sin embargo, parece contenerse a sí mismo.
La premisa es atractiva y directa. Sara Garay, interpretada por una intensa Elena Anaya, vive una existencia aparentemente tranquila hasta que su padre, Félix, sale de prisión. El problema es que Félix no es un exconvicto cualquiera: fue conocido como "el asesino del gasoil", un asesino en serie que sembró el terror con un método particularmente brutal. Su regreso a la libertad no solo despierta fantasmas del pasado, sino que pone en riesgo la estabilidad de toda la familia.
La serie, creada por Fran Carballal y Enrique Lojo, plantea desde el primer capítulo una pregunta incómoda: ¿qué sucede cuando la sangre que te une a alguien también puede ser tu condena? La hija de un asesino en serie debe enfrentar no solo el morbo social, sino su propia paranoia. ¿Es posible que la violencia sea hereditaria? ¿O es esta misma obsesión la que acabará destruyéndola?
El freno creativo de la plataforma
Aquí es donde la crítica encuentra su núcleo. Innato funciona como thriller. Tiene tensión, giros argumentales y un ritmo que engancha. Pero en ningún momento se despega del terreno seguro. No arriesga. No se atreve a explorar las zonas más oscuras y sórdidas que su propia trama sugiere. Es como si tuviera miedo a incomodar al espectador medio.
Y es que circulan demasiados testimonios sobre cómo Netflix controla sus contenidos. La plataforma no solo produce, sino que establece límites claros sobre qué se puede mostrar y cómo. Sus algoritmos prefieren productos que funcionen para el 90% de audiencias, que no generen rechazo, que se consuman sin fricciones. En este sentido, Innato parece obedecer a esa lógica. La homogeneización es el precio de la globalización.
Los creadores, Carballal y Lojo, tienen en su filmografía obras más arriesgadas, más crudas. Su trabajo previo sugiere que, de haber tenido total libertad, Innato habría sido una serie más brutal, más ambigua, menos complaciente. La versión que vemos es la que Netflix permite: un thriller correcto, bien ejecutado, pero domesticado.
Un reparto que eleva el material
Afortunadamente, el talento del elenco brilla por encima de estas limitaciones. Elena Anaya construye una Sara Garay compleja, llena de matices, que transmite la angustia de alguien atrapada entre el amor filial y el horror. Su interpretación es el ancla emocional de la serie. Cada mirada suya cuenta una historia de miedo y lealtad.
A su lado, Imanol Arias encarna a Félix con una carisma perturbador. No busca la simpatía del espectador, pero tampoco cae en el cliché del monstruo sin capas. Es un villano que cree tener sus razones, lo que lo hace más inquietante.
El triángulo que se forma con Roberto Álamo y Fernando Guallar añade tensión extra. No es meramente funcional; tiene química, tiene peso dramático. Las escenas entre estos tres actores son donde Innato se acerca más a su potencial no realizado.
La dirección, a cargo de Lino Escalera e Inma Torrente, es otro punto a favor. No se conforma con ser meramente funcional. Hay planos cuidados, una fotografía que juega con la luz y la sombra, y una puesta en escena que intenta aportar profundidad visual a una historia que, en manos menos cuidadosas, habría sido plana. El uso de espacios cerrados aumenta la tensión.
El dilema del espectador
El resultado es una serie que se deja ver, que cumple su cometido de entretener, pero que deja sensación de oportunidad perdida. Es el mejor zumo que se puede sacar de unas naranjas contadas, como dice la crítica original. Pero ¿no merecería la pena tener árboles más frondosos? La respuesta, desgraciadamente, es obvia.
Para el espectador que busca un thriller español de fin de semana, Innato es una opción sólida. No exige demasiado, no incomoda en exceso, pero mantiene el interés durante sus ocho episodios. Es perfecta para una tarde de lluvia, con la chimenea virtual de Netflix en segundo plano.
Sin embargo, para quien espera que el thriller español dé el salto cualitativo que prometieron series como La Casa de Papel en sus inicios o Elite en sus mejores momentos, Innato se queda corta. Es un producto de su tiempo y de su plataforma: eficiente, pulido y sin aristas.
¿Es culpa de Netflix?
La pregunta final es inevitable: ¿es Netflix el gran villano de la homogeneización del contenido? La evidencia apunta a sí. La plataforma ha creado un modelo de producción en masa que prioriza la cantidad y la seguridad sobre la calidad artística. Los creadores se convierten en ejecutores de una fórmula probada.
Pero también es cierto que Netflix ha financiado proyectos que de otro modo no verían la luz. El problema es cuando esa financiación viene con cadenas invisibles. Innato es el ejemplo perfecto: una serie que podría haber sido excepcional, pero que se conforma con ser buena.
En definitiva, Innato es un thriller digno, bien actuado y técnicamente correcto. Pero es también un recordatorio de cómo el streaming, en su afán de conquistar todas las pantallas, puede estar apagando fuegos creativos que necesitan arder libremente. Quizás algún día veremos la versión sin censura corporativa.