Brad Pitt desvela su actriz favorita: una elección que desafía estereotipos

En una reveladora entrevista de los 90, el actor rompió con las convenciones al elegir a Dianne Wiest como 'la mujer más hermosa de la pantalla'

A principios de la década de los noventa, el panorama cinematográfico estadounidense presenció el nacimiento de una de las estrellas más duraderas e influyentes de las últimas generaciones. Brad Pitt, entonces un joven actor de veintitantos años, irrumpió en la conciencia colectiva con un papel secundario pero inolvidable en la película de carretera 'Thelma & Louise' (1991), bajo la dirección de Ridley Scott. En esta cinta, encarnó a un atractivo vagabundo que seduce a una de las protagonistas para, tras ganarse su confianza, desaparecer con el dinero. Aunque Pitt ya acumulaba varios años de experiencia en la industria, sus intervenciones se habían limitado a breves apariciones episódicas en series televisivas y pequeños papeles en producciones menores. Fue precisamente este personaje el que le procuró el reconocimiento internacional, gracias a su carisma desenfadado y a una belleza física que no pasó desapercibida para el público ni para los estudios.

Tras este punto de inflexión, la trayectoria del intérprete tomó rumbo ascendente mediante una serie de proyectos que, si bien no alcanzaron el éxito masivo inmediato, sentaron las bases de su futura consolidación. En 'Cool World' (1992), del reconocido animador Ralph Bakshi, compartió cartel con dibujos animados en una producción híbrida que combinaba live action y animación adulta. Posteriormente, Robert Redford le dio un espacio en el drama 'El río de la vida' (1992), una película ambientada en la década de 1920 que le permitió mostrar su versatilidad. Mientras tanto, Tony Scott contó con él para una participación breve pero memorable en el thriller romántico 'Amor a quemarropa' (1993), donde su química con la protagonista dejó huella. Estas películas no le convirtieron de la noche a la mañana en un fenómeno de masas, pero sí allanaron el terreno para lo que vendría después, demostrando su capacidad para adaptarse a diferentes géneros y directores.

La consagración definitiva llegó de la mano de 'Leyendas de pasión' (1994), épica dirigida por Edward Zwick donde Pitt demostró su capacidad para liderar un reparto de alto nivel en una historia familiar que abarcaba varias décadas. A partir de ese momento, su posición como el nuevo galán de Hollywood quedó sellada con proyectos de envergadura. 'Entrevista con el vampiro' (1994), bajo la batuta de Neil Jordan, le mostró en un registro gótico y siniestro junto a Tom Cruise. Sin embargo, fue '12 monos' (1995), de Terry Gilliam, la que le valió su primera nominación al Oscar como mejor actor de reparto por su interpretación de un paciente mental inestable. Ese mismo año, 'Seven' (1995), de David Fincher, cerró un trío de películas que lo elevaron a la categoría de actor más fascinante de su generación, consolidando su estatus como una de las figuras más buscadas de la industria.

Este meteórico ascenso generó comparaciones inevitables con mitos del celuloide de décadas anteriores, particularmente con James Dean, a quien muchos veían como su predecesor natural por el atractivo rebelde. En una entrevista concedida en marzo de 1996 a la publicación juvenil 'Tiger Beat', Pitt se mostró reacio a estas analogías: 'No entiendo por qué querría basar mi vida en la de alguien que no ha sobrevivido', declaró, en alusión al trágico final del actor rebelde en 1955. La reflexión revelaba una conciencia clara sobre su propio camino y una voluntad de no dejarse atrapar por los arquetipos del pasado, mostrando una madurez inusual para un actor de su edad y reciente fama.

Durante esa misma conversación, el actor admitió carecer de referentes masculinos claros en la industria actual: 'Conozco muy pocos hombres a quienes admirar… Por eso aprecio las películas antiguas, porque muestran a un hombre defendiendo sus principios'. En este sentido, citó expresamente a Robert Redford como modelo a seguir, señalando que él 'representaba el tipo de hombre que los hombres querían ser y el tipo de hombre que las mujeres querían que fueran los hombres'. Esta declaración no solo revelaba su respeto por el cineasta, sino también una concepción de la masculinidad basada en la integridad, los valores y la coherencia, lejos de los estereotipos de dureza que predominaban en el cine de acción de la época.

No obstante, las afirmaciones más sorprendentes surgieron cuando el periodista le interrogó sobre su condición de icono sexual y su percepción de la belleza. Pitt desmontó la superficialidad asociada a su físico con una respuesta que trascendía lo evidente: 'Cuando ves a alguien, ¿te fijas solo en su apariencia? Es solo una primera impresión. Luego está esa persona que no te llama la atención de inmediato, pero hablas con ella y se convierte en lo más hermoso del mundo'. Esta reflexión introducía una dimensión profunda sobre cómo la autenticidad y la conexión humana superan con creces el mero atractivo físico, cuestionando los propios cimientos de la cultura de celebridad que lo había elevado a la fama.

Pero la revelación más impactante llegó cuando, rompiendo con cualquier expectativa, Pitt desveló quién era para él la mejor actriz de la historia: 'Los mejores actores no son los que están considerados símbolos por su atractivo. Te diré quién es mi actriz favorita: Dianne Wiest, y no la considerarías un símbolo sexual. Para mí, Dianne Wiest es la mujer más hermosa de la pantalla'. Esta elección resultaba particularmente significativa porque Wiest, una actriz caracterizada por su talento interpretativo y su versatilidad, nunca había encarnado el arquetipo de diva hollywoodiense. Su carrera, marcada por papeles complejos y alejados del glamour comercial, representaba exactamente lo contrario de lo que se esperaría de un sex symbol masculino como Pitt.

La nominación de Dianne Wiest como favorita de Pitt no fue un capricho pasajero. La actriz, ganadora de dos premios Oscar como mejor actriz de reparto por 'Hannah y sus hermanas' (1986) y 'Peces de ciudad' (1994), había demostrado una capacidad interpretativa excepcional que trascendía la mera presencia física. Su colaboración recurrente con Woody Allen y su habilidad para dar vida a personajes profundamente humanos, a menudo maduras y llenas de matices, la habían convertido en una referente del cine de autor estadounidense. Para Pitt, esta elección constituía una declaración de principios sobre lo que realmente valoraba en el arte cinematográfico: la honestidad interpretativa por encima de la comercialización del físico.

La declaración del actor adquiere mayor relevancia cuando se contextualiza en la época. A mediados de los noventa, Pitt era el centro de una atención mediática desmesurada que enfocaba principalmente en su físico, su romance con Gwyneth Paltrow y su vida personal. En este contexto, alabar a una actriz de perfil más discreto y basada en el talento puro era un acto de rebeldía contra los estereotipos que la industria intentaba imponerle. Reconocer en Wiest a 'la mujer más hermosa de la pantalla' era redefinir el concepto mismo de belleza en el cine, desplazándolo del plano físico al artístico, y cuestionando los estándares de atractivo que Hollywood promovía.

Esta perspectiva de Pitt sobre la belleza y el talento ha perdurado a lo largo de su carrera. A lo largo de los años, ha demostrado una predilección por proyectos que desafían su imagen de galán, colaborando con directores exigentes como Terrence Malick en 'El árbol de la vida' (2011) o Alejandro González Iñárritu en 'El renacido' (2015), por la que ganó su primer Oscar como productor. Su elección de Wiest como referente femenino anticipaba esta evolución hacia un actor más comprometido con la calidad interpretativa que con la mera explotación de su imagen, una trayectoria que lo ha llevado a producir películas arriesgadas a través de su compañía Plan B Entertainment.

En retrospectiva, estas declaraciones de 1996 funcionan como un manifiesto de las convicciones artísticas de Pitt. Mientras el mundo le veía como un mero producto de consumo, él ya estaba construyendo una identidad creativa basada en la profundidad, la autenticidad y el respeto por el oficio. Su admiración por Dianne Wiest no era solo una opinión personal, sino una toma de posición sobre lo que realmente importa en la interpretación: la capacidad de transmitir humanidad, complejidad y verdad, cualidades que la actriz encarnaba a la perfección en cada uno de sus papeles.

El legado de estas palabras resuena en la actualidad con una fuerza renovada. En una era donde el debate sobre la representación femenina en Hollywood y la valoración del talento por encima del físico cobra renovada vigor, Pitt se adelantó décadas a una conversación que hoy es central en la industria. Su defensa de Wiest como máxima expresión de belleza cinematográfica sigue siendo un recordatorio poderoso de que, en el arte, lo verdaderamente atractivo es la capacidad de conmover, sorprender y transformar al espectador, independientemente de los cánones estéticos imperantes.

Referencias

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