Mónica Naranjo deslumbra en el Palau Sant Jordi con su Greatest Hits Tour

La diva de Figueres desplegó todo su poderío vocal y escénico en una noche mágica que repasó tres décadas de carrera musical

La noche del viernes, el Palau Sant Jordi de Barcelona se convirtió en el epicentro de la música española gracias a la presencia de Mónica Naranjo. La artista catalana, originaria de Figueres, desplegó un espectáculo que trascendió lo meramente musical para convertirse en una experiencia visceral donde su voz y carisma eclipsaron cualquier artificio escénico. Con una asistencia de aproximadamente 10.000 personas, según datos de la promotora Planet Events, el concierto consolidó la capacidad de la intérprete para conectar con su público a través de una trayectoria imposible de encasillar.

El Greatest Hits Tour de la diva representa un viaje cronológico y emocional por más de treinta años de carrera, período marcado por constantes transformaciones artísticas y una evolución sonora que ha desafiado las convenciones del pop español. Desde su irrupción en los noventa hasta sus experimentaciones más recientes, Naranjo ha construido un legado basado en la autenticidad y el exceso controlado, características que quedaron patentes en cada minuto del recital barcelonés.

La puesta en escena comenzó con una impactante versión de "Fama", balada que sirvió como declaración de intenciones. La vocalista demostró desde el primer compás un dominio técnico que pocas voces en el panorama nacional pueden igualar. Los agudos estratosféricos y la potencia de su registro pusieron de pie al público, que respondió con una ovación espontánea apenas concluida la primera canción. Este arranque galopante estableció el tono de una velada donde la música sería la verdadera protagonista.

A lo largo de casi dos horas de espectáculo, Naranjo navegó con maestría por los diferentes períodos de su discografía. La balada "Entender el amor" y el himno "Solo se vive una vez" conectaron inmediatamente con el nostalgia colectiva, mientras que "Doble corazón" evidenció la faceta más dramática y teatral de la artista. La estructura del concierto, sin embargo, no siguió un orden lineal, sino que agrupó temas por álbumes, recurso que permitió a los asistentes sumergirse en cada etapa creativa de forma completa.

Sin duda, el disco más representado fue "Palabra de mujer" (1997), obra cumbre que marcó un antes y un después en su carrera. Con siete temas interpretados, este álbum funcionó como columna vertebral del concierto. La versión de "Desátame" resultó particularmente demoledora, generando una respuesta masiva del público que coreó cada estrofa. La artista aprovechó este momento para desplegar su registro más agudo, alcanzando notas que rozaron lo hiriente sin perder ni un ápice de control técnico. En el extremo opuesto, "Empiezo a recordarte" ofreció una intimidad a piano que contrastó con la explosividad anterior, demostrando la versatilidad interpretativa de Naranjo.

El repertorio no se limitó únicamente a los grandes éxitos comerciales. La artista dedicó un espacio significativo a explorar territorios más oscuros y complejos, como los extraídos de "Tarántula" (2008). En este segmento, canciones como "Europa" y "Amor y lujo" desplegaron un dramatismo gótico y ramalazos operísticos que evidenciaron su formación clásica y su vocación por fusionar géneros aparentemente inconexos. Esta faceta más experimental, lejos de restar ritmo al espectáculo, añadió capas de profundidad que los fans más acérrimos agradecieron enormemente.

Una de las ausencias notables en esta gira es la del guitarrista Pepe Herrero, colaborador histórico vinculado a proyectos como Stravaganzza. Sin embargo, la impronta metalera que aportó a discos anteriores permanece viva en interpretaciones como "Para siempre" y "Medusa". De hecho, la propuesta rockera de Naranjo es tan sólida que especulaciones sobre su posible participación en festivales especializados como el Rock Fest de Can Zam no solo son verosímiles, sino deseables para un sector de su audiencia.

La colaboración con el dúo Nebulossa en "Venenosa" representó uno de los momentos más contemporáneos del concierto. Esta alianza entre generaciones funcionó a la perfección, demostrando que la artista no solo mira al pasado, sino que se mantiene activa en el presente musical. La química entre ambas partes resultó evidente y aportó una frescura que complementó la nostalgia dominante.

El segmento dedicado a "Minage" (2000), su particular homenaje a la italiana Mina, constituyó otro de los picos emocionales de la velada. La versión de "Sobreviviré", adaptación de "I Will Survive" con el sello inconfundible de Naranjo, se convirtió en un manifiesto de empoderamiento que resonó especialmente entre el público femenino. La artista aprovechó para dejar claro que este proyecto, que en su momento representó un riesgo profesional, se ha convertido en uno de los pilares de su repertorio.

Curiosamente, el montaje escénico optó por una inhabitual sencillez. Ausentes las pasarelas complejas, los escenarios alternativos o las plataformas móviles tan comunes en espectáculos de esta magnitud, la producción confió exclusivamente en el carisma y la presencia de la intérprete. Esta decisión, lejos de restar espectacularidad, potenció la conexión directa con el público y subrayó la premisa de que el verdadero espectáculo era ella misma.

La voz de Naranjo, aunque justa en matices en algunos momentos, mantuvo un carácter imperativo que no admitía distracciones. Su registro, potente y privilegiado, llenó cada rincón del recinto sin necesidad de artificios electrónicos excesivos. La técnica vocal, pulida durante décadas de carrera, permitió transitar del susurro más íntimo al grito más desgarrado con una naturalidad que solo poseen las grandes voces.

Si hubo un aspecto mejorable, fueron los breves interludios donde la artista abandonaba el escenario, dejando que coristas y bailarines ocuparan el espacio. Aunque visualmente atractivos, estos segmentos interrumpían el ritmo del espectáculo y generaban una ligera deceleración en la energía acumulada. No obstante, su duración fue limitada y no empañaron la experiencia global.

En definitiva, el concierto de Mónica Naranjo en el Palau Sant Jordi trascendió la mera función musical para convertirse en una celebración de la autenticidad artística. En una época donde el pop se homogeniza cada vez más, la artista demuestra que la originalidad y el riesgo creativo tienen premio. Su capacidad para reinventarse sin perder la esencia, para arriesgar sin caer en el ridículo, la convierte en una figura insustituible del panorama musical español. La noche barcelonesa quedará en la memoria de los asistentes como una demostración de que, efectivamente, ser diferente tiene su recompensa.

Referencias

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