Francia gana Eurovisión Junior: el televoto castiga a España

Gonzalo Pinillos conquista al jurado pero el público le relega al quinto puesto en el festival infantil

La esperanza de los seguidores españoles de Eurovisión se depositó este año en el Festival Junior tras la ausencia de España en el certamen adulto. La representación nacional, a cargo del joven Gonzalo Pinillos con su tema Érase una vez, logró seducir al jurado internacional, pero el voto popular le otorgó una puntuación que relegó a España a una quinta posición que no refleja la calidad de su propuesta.

El desempeño de Pinillos ante los expertos fue notable: 98 puntos que le situaron en cuarta posición en la votación profesional. Sin embargo, el televoto resultó demoledor para las aspiraciones españolas. Con apenas 54 puntos del público, la candidatura nacional vio cómo sus opciones de victoria se desvanecían. Esta brecha entre el aprecio del jurado y la frialdad del espectador marca el debate sobre las dinámicas actuales del festival.

La ganadora, Lou Deleuze con Ce Monde, representó la apuesta más clásica y reconocible para el gusto europeo. Su propuesta, arraigada en la chanson francesa, conquistó tanto a profesionales como al público, consolidando el triunfo galano. El jurado le concedió la primera plaza, y los votos de los espectadores confirmaron su liderazgo, demostrando que ciertos patrones musicales siguen funcionando en el continente.

El caso de Ucrania, por su parte, ilustra la influencia de factores externos al terreno musical. Pese a una puntuación baja del jurado, el apoyo masivo del televoto la situó a las puertas del triunfo, evidenciando cómo el componente emocional y político permea incluso en un certamen destinado a la infancia. Esta circunstancia refuerza la percepción de que Eurovisión, en cualquiera de sus formatos, no escapa a las sensibilidades geopolíticas.

La intervención española destacó por su autenticidad infantil. Mientras otras delegaciones presentaron actuaciones donde los participantes aparecen con estilizaciones propias de artistas adultas, España apostó por una propuesta genuinamente pensada para un niño. La canción, la puesta en escena y el mensaje de Érase una vez estaban concebidos desde la mirada de un niño, sin artificios que forzaran su madurez.

Esta decisión creativa contrasta con una tendencia creciente en el festival: la adultización de los concursantes. La Unión Europea de Radiodifusión creó este certamen en 2003 como extensión familiar del festival principal, pero con el tiempo las actuaciones han evolucionado hacia producciones donde los menores adoptan comportamientos, vestuarios y coreografías que pertenecen a un universo claramente adulto. El maquillaje excesivo, la gestualidad forzada y la sobreproducción escénica han desplazado la espontaneidad que debería caracterizar a un evento infantil.

España, en este contexto, representó la excepción que confirma la regla. La actuación de Pinillos no buscó emular el Eurovisión de mayores, sino construir un universo propio, cercano a la fantasía infantil con referencias a Liliput, Narnia u Oz. Esta coherencia entre el mensaje, el mensajero y el formato debería haber sido valorada como un activo, pero el sistema de votación reveló una preferencia por formatos más convencionales o por apoyos basados en afinidades políticas.

El resultado final refleja una paradoja: el jurado técnico, supuestamente más ajeno a consideraciones ajenas a la música, valoró la propuesta española, mientras que el público, teóricamente más sensible a la autenticidad, la relegó. Esta disonancia sugiere que el modelo actual de votación quizás no premie la innovación en el ámbito infantil, favoreciendo en su lugar propuestas que repiten fórmulas consolidadas o que se benefician de contextos geopolíticos favorables.

La participación española en Eurovisión Junior llegó tras la renuncia de Israel, lo que abrió una plaza que RTVE aprovechó para mantener viva la presencia nacional en el universo Eurovisión. Esta circunstancia, sin embargo, no debe desmerecer el trabajo realizado. La delegación española cumplió con el espíritu original del festival, ofreciendo una actuación donde el niño podía seguir siendo niño sobre el escenario.

El futuro del certamen pasa por una reflexión sobre su identidad. Si el objetivo es crear una plataforma para jóvenes talentos, debe preservarse su esencia y evitar caer en la reproducción mimética del festival adulto. La experiencia de este año demuestra que las propuestas genuinamente infantiles corren el riesgo de quedar desplazadas por actuaciones que anticipan la madurez artística de sus participantes.

España, con Gonzalo Pinillos, entregó una lección de coherencia y respeto al público infantil. Que el televoto no haya correspondido a la calidad de su trabajo no invalida la propuesta, sino que pone de manifiesto las complejidades de un sistema donde múltiples factores influyen en el resultado final. La quinta posición, lejos de ser un fracaso, representa un logro para quienes defienden un modelo de entretenimiento infantil que no acelere la madurez de sus protagonistas.

Referencias

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