Cada temporada navideña, las figuras públicas nos ofrecen un vistazo a sus hogares, revelando tendencias que pueden traducirse a cualquier espacio. En esta ocasión, Ana Boyer, la más joven del clan Preysler, comparte su particular visión de la decoración festiva, centrada en el corazón del hogar: la mesa. Su propuesta destaca por una armonía cromática clásica y una disposición equilibrada que evita el exceso visual, priorizando la sobriedad sobre el boato.
La apuesta de Boyer se concentra en una triple composición vegetal que transforma la superficie en un conjunto coherente y sofisticado. La pieza central, de dimensiones generosas, se erige como el eje visual de toda la decoración. Esta instalación se construye a partir de una selección de ramas naturales cuidadosamente elegidas: abeto, pino y eucalipto, que aportan variedad textural y profundidad. El follaje verde sirve como base para las protagonistas indiscutibles: unas flores rojas de gran formato, similares a los amarilis, que irrumpen con fuerza y simbolismo propio de estas fechas.
El impacto de estas flores se ve realzado por pinceladas doradas estratégicamente distribuidas a lo largo del conjunto. Estos toques metálicos, sutiles pero efectivos, introducen un punto de lujo contenido que eleva la composición sin resultar estridente. La clave reside en la moderación: justo lo necesario para aportar distinción sin romper la naturalidad del arreglo.
Flanqueando este elemento central, Boyer ha dispuesto dos creaciones más pequeñas que funcionan como guirnaldas circulares o coronas vegetales. Ambas repiten la gama cromática: ramas de abeto como base y bayas rojas típicas de la temporada. En el centro de cada una, una vela roja aporta calidez y crea un efecto de simetría que guía la mirada a lo largo de toda la mesa. Esta disposición triangular no solo equilibra visualmente el espacio, sino que también permite que cada comensal disfrute de un detalle decorativo sin obstaculizar la visión entre ellos.
La técnica de emplear un arreglo principal acompañado de dos secundarios constituye una de las estrategias más eficaces para decorar mesas alargadas. Evita la monotonía de una única pieza central y genera ritmo visual, manteniendo siempre la cohesión del conjunto. Boyer demuestra que la repetición de elementos, con variaciones de escala, produce un resultado más sofisticado que una sola pieza desproporcionada.
El resto de la puesta en escena refuerza esta filosofía de equilibrio. En lugar de un mantel convencional, la mesa se cubre con tapetes individuales bordados en blanco, que dejan entrever el tablero de madera natural. Esta decisión infunde calidez y actualiza la estética tradicional, evitando la formalidad excesiva. La vajilla, blanca y de formas orgánicas, preserva la esencia natural del conjunto, mientras que los cubiertos de plata, clásicos pero infalibles, completan un conjunto que funciona para cualquier celebración festiva.
Para quienes deseen recrear este estilo, la clave está en la selección de materiales naturales y la coherencia cromática. No se necesita una inversión desmesurada: ramas de árboles locales, flores de temporada y velas rojas pueden conseguirse fácilmente. Lo fundamental es la disposición: un elemento central de mayor altura y volumen, flanqueado por dos piezas más bajas que repitan los colores y texturas. Los toques dorados pueden incorporarse mediante pequeñas bolas decorativas, cintas o incluso spray sobre algunas hojas secas.
La propuesta de Ana Boyer demuestra que la elegancia navideña no requiere complejidad. Con una paleta restringida y elementos naturales, es posible crear una atmósfera festiva sofisticada y acogedora. Su enfoque, lejos de la opulencia, se basa en la proporción, la repetición y la honestidad de los materiales. Un recordatorio de que las mejores decoraciones son aquellas que facilitan el encuentro, sin distraer de lo esencial: compartir momentos alrededor de la mesa.
Esta interpretación del clasicismo navideño, filtrada por una mirada contemporánea, ofrece un referente tangible para cualquier hogar. La mesa de Boyer no solo se ve, se siente: invita a sentarse, a disfrutar y a prolongar las sobremesas en un entorno donde cada detalle ha sido pensado para crear armonía, no para exhibirse.