Una enfermedad considerada casi extinta ha regresado con fuerza inusitada al sistema sanitario español. Los microscópicos ácaros de la sarna han protagonizado un aumento epidémico que preocupa a los expertos, con cifras que no se registraban desde hace décadas. La escabiosis, nombre científico de esta afección cutánea, ha dejado de ser un problema residual para convertirse en un desafío de salud pública.
Investigadores del Centro Nacional de Epidemiología han dibujado un mapa preocupante: la incidencia de sarna se ha multiplicado por cincuenta en doce años. Mientras que en 2011 se contabilizaban apenas 130 casos por cada millón de habitantes, la cifra ha escalado hasta los 6.300 casos por millón en 2023. Este crecimiento exponencial, publicado en la revista científica Eurosurveillance, revela una tendencia que supera con creces las expectativas del sistema de vigilancia.
El punto de inflexión: la pandemia como acelerador
Aunque el incremento comenzó en 2011, fue a partir de 2020 cuando la curva se volvió prácticamente vertical. Entre los años 2020 y 2023, los registros en atención primaria reflejan un aumento medio del 66% anual, una cifra que deja sin aliento a los profesionales sanitarios. Este brote no respeta los patrones clásicos de transmisión y ha irrumpido en segmentos de población históricamente no asociados a esta parasitosis.
El doctor Francisco Huerta, epidemiólogo de la Universidad de Valencia, explica que "la sarna siempre ha existido, pero nunca en estos niveles. Estamos ante una reemergencia epidemiológica que exige una respuesta coordinada". La transmisión comunitaria se ha extendido por encima de los factores de riesgo tradicionales, creando nuevos focos inesperados.
El nuevo rostro de la enfermedad: jóvenes y activos
Quizás el dato más sorprendente del estudio sea el cambio radical en el perfil de los afectados. La imagen estereotipada de la sarna como enfermedad de la pobreza y la marginalidad ha quedado obsoleta. Hoy, el colectivo más vulnerable son los jóvenes entre 15 y 24 años, que presentan tanto la tasa de incidencia más elevada como el crecimiento más acelerado.
Este grupo etario, lejos de los factores de exclusión social, se caracteriza por su alta movilidad, contacto físico frecuente y dinámicas de vida comunitaria. Los expertos apuntan a que la transmisión se produce en entornos de ocio, deporte, residencias universitarias y relaciones personales. "La sarna no entiende de clase social", afirma la investigadora Zaida Herrador Ortiz, autora principal del estudio. "Se está propagando entre personas económicamente activas, con empleo y recursos, lo que demuestra que el patrón de transmisión ha evolucionado".
Los síntomas en esta franja de edad suelen ser leves pero altamente contagiosos: prurito intenso nocturno, lesiones cutáneas en dedos, muñecas y zonas genitales, y una rápida progresión si no se trata adecuadamente. La demora en el diagnóstico, por desconocimiento de la enfermedad, favorece la diseminación.
Los mayores: las formas más graves
Si los jóvenes concentran la mayoría de contagios, los mayores de 65 años soportan las consecuencias más severas. Las residencias geriátricas han registrado brotes devastadores, como el ocurrido este verano en una instalación malagueña. La institucionalización, la inmovilidad y las comorbilidades convierten a este colectivo en el más propenso a desarrollar formas complicadas de la enfermedad.
Las tasas de hospitalización en este grupo son las más altas del país. Los ancianos desarrollan escabiosis noruega, una variante hiperqueratósica que puede afectar a grandes extensiones corporales y requiere tratamiento hospitalario. "Estas personas son especialmente vulnerables por sus condiciones basales y desarrollan formas más graves de la enfermedad", subraya Herrador Ortiz.
Geografía del parásito: costa e islas
La sarna no afecta por igual a todo el territorio nacional. El estudio identifica zonas de alta endemicidad que comparten características climáticas y socioeconómicas. Las islas Baleares y Canarias lideran las tasas de incidencia, seguidas de cerca por la cornisa cantábrica: Asturias, Cantabria y País Vasco.
Los investigadores relacionan este patrón con la humedad ambiental, las temperaturas moderadas y la densidad turística. El clima costero favorece la supervivencia del ácaro Sarcoptes scabiei var. hominis fuera del huésped humano, aumentando las posibilidades de transmisión indirecta. Además, el flujo constante de viajeros internacionales introduce variantes genéticas del parásito que pueden escapar a los tratamientos habituales.
En contraste, las comunidades del interior peninsular reportan tasas significativamente más bajas. Castilla-La Mancha, Aragón y Extremadura mantienen incidencias por debajo de la media nacional, posiblemente por su clima más extremo y menor densidad de población.
El desafío diagnóstico y terapéutico
El reto para el sistema sanitario es triple: detectar rápido, tratar eficazmente y prevenir rebrotes. La sarna suele confundirse con dermatitis atópica, eczemas o alergias, lo que retrasa el diagnóstico una media de tres semanas. Durante ese tiempo, cada paciente puede contagiar a entre tres y veinte contactos cercanos.
El tratamiento de primera línea, la permetrina tópica, sigue siendo efectivo, pero la resistencia comienza a preocupar. En algunas regiones europeas se detectan casos de escabiosis resistente a múltiples fármacos, lo que obliga a recurrir a la ivermectina oral. "Necesitamos protocolos de actuación claros y financiación para estudios de resistencia", advierte la investigadora del CNE.
La prevención pasa por la educación sanitaria en colegios, universidades y centros de trabajo. Informar sobre los síntomas, evitar el contacto directo con lesiones y tratar simultáneamente a todos los convivientes son medidas esenciales que aún no se han generalizado.
Hacia una estrategia nacional
Los autores del estudio concluyen con un llamamiento urgente: España necesita un plan de vigilancia específico para la escabiosis. La notificación obligatoria, la creación de registros regionales y la formación de médicos de atención primaria son medidas imprescindibles.
La sarna ha demostrado que las enfermedades "olvidadas" pueden resurgir con virulencia cuando menos se espera. Su capacidad de adaptación a las nuevas dinámicas sociales y su rápida transmisión convierten a este antiguo parásito en un problema de primera magnitud para la salud pública del siglo XXI. La respuesta del sistema sanitario en los próximos meses determinará si conseguimos controlar esta epidemia silenciosa o si se consolida como una enfermedad endémica en nuestro país.