Lance Armstrong defiende su legado: 'Técnicamente no me pillaron'

El exciclista asegura que el 0% de sus rivales le condena y que el proceso fue legal, no deportivo

Lance Armstrong ha vuelto a la palestra mediática tras una reciente entrevista en la que el exciclista estadounidense reafirma su particular visión sobre uno de los mayores escándalos del deporte mundial. Sus palabras, lejos de mostrar arrepentimiento, buscan matizar los términos de su caída en desgracia y reivindicar un legado que las autoridades deportivas intentaron borrar por completo.

El protagonista de siete ediciones del Tour de Francia -títulos que le fueron retirados en 2012 por dopaje sistemático- aprovecha la ocasión para recordar que, desde un punto de vista estrictamente reglamentario, nunca fue sorprendido por un control positivo. "Técnicamente no me atraparon", afirma con contundencia, matizando que este hecho abre otra línea de debate completamente distinta. Armstrong reconoce que fue expuesto, pero diferencia entre ser descubierto por un análisis de orina o sangre y ser desenmascarado por testimonios ajenos y procesos judiciales.

El ciclista texano explica que durante su época de competición eran sometidos a controles antidopaje diariamente. Para él, ser "pillado" implicaba únicamente dar positivo en alguna de estas pruebas, algo que, según sus palabras, nunca ocurrió. "Fue mucho más complicado. Fue más un proceso legal que un éxito del sistema antidopaje", argumenta, sugiriendo que su caída fue consecuencia de mecanismos judiciales y no de la eficacia de los controles deportivos. En realidad, fue un éxito del sistema legal y no del sistema antidopaje, insiste con énfasis.

Uno de los aspectos más controvertidos de sus declaraciones es la referencia a sus antiguos rivales. Armstrong asegura que ninguno de ellos ha clamado públicamente por su condena o expulsión del mundo del ciclismo. "Si el 90% de ellos hubieran estado gritando y clamando 'ahorquen a ese tipo', eso habría sido duro. Pero la realidad es que el 0% de ellos ha dicho eso", expresa con rotundidad. Para el estadounidense, las únicas voces que realmente importan son las de quienes compartieron carretera y competición con él durante aquellos años de gloria y sombra.

"Las personas que estaban en la guerra, en las batallas, en las trincheras, en las peleas, cara a cara: eso es lo único que importa", añade, dejando claro que la opinión del pelotón es el único tribunal que él reconoce como legítimo. Esta afirmación revela lo que él considera una omertá persistente en el mundo del ciclismo profesional, un código de silencio que, según su percepción, sigue vigente incluso después de que la verdad saliera a la luz. La lealtad entre competidores, aunque hayan cometido faltas, parece ser para Armstrong el único código que realmente cuenta en el mundo del deporte de élite.

Más allá del dopaje, la entrevista también aborda otro de los episodios definitorios de su vida: el cáncer diagnosticado cuando apenas contaba 25 años. Armstrong asegura que su mentalidad de luchador le impidió darse por vencido desde el primer momento. "Estaba equipado para no rendirme", declara, asegurando que esa misma actitud le permitió superar tanto la enfermedad como la posterior caída en desgracia. Tras el escándalo, reconoce un periodo de cinco años en el que tuvo que ser paciente, observar y reinventarse por completo. "No iba a quedarme en la tumba", añade con un tono que algunos interpretarán como desafiante, pero que él presenta como una cuestión de supervivencia personal y profesional.

El exciclista también comparte su experiencia sobre los riesgos físicos inherentes a su deporte. Para ilustrar lo que se siente al caerse durante una etapa del Tour, propone una imagen cruda y gráfica: "Ponte la ropa de ciclismo, pídele a tu mujer o a tu marido que conduzca a 30 millas por hora y tírate del coche". Aunque reconoce que tuvo la suerte de no sufrir lesiones gravísimas a lo largo de su carrera, admite que las caídas forman parte inevitable del oficio: "raspones, clavículas rotas, huesos partidos" son, según dice, incidentes habituales que nadie desea pero que ocurren constantemente. Es parte del oficio, resume con pragmatismo.

Finalmente, Armstrong aborda el aspecto económico de su caída, un tema que siempre ha estado presente en su historia. Sin reparos, habla de las pérdidas millonarias que sufrió como consecuencia de las demandas y rescisiones de contratos. "Decenas y decenas de millones" de dólares, cifra que supera los 100 millones si se suman las devoluciones a aseguradoras y otros conceptos relacionados con patrocinadores y acuerdos legales. El dinero, siempre un tema recurrente en su narrativa, vuelve a surgir como medida del impacto que tuvo el escándalo en su vida personal y financiera.

Las palabras de Lance Armstrong no buscan el perdón público, sino la reivindicación de una verdad a medias. Entre la justificación técnica, la lealtad del pelotón y la supervivencia personal, construye un relato donde la responsabilidad se diluye en matices legales y códigos no escritos. Sea cual sea la opinión que merezcan sus argumentos, lo cierto es que el exciclista sigue generando debate y polarizando opiniones más de una década después de que el mundo descubriera la otra cara de su leyenda. Su figura, como su palmarés, permanece bajo el signo de la controversia permanente.

Referencias

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